Regreso de hacer gestiones
particulares y me encuentro con un antiguo compañero del
equipo de fútbol mataronense en el que jugué mis últimos
partidos, rondando los cuarenta y dos tacos, antesd e
abandonar definitivamente la práctica del deporte rey.
Nuestro encuentro no fue casual, mi antiguo compañero me
confiesa que sabía mi dirección y por ello se hizo el
encontradizo. Simplemente quería abrazarme y comunicarme
personalmente que están preparando una fiesta en recuerdo
todos los miembros del equipo.
Un acto que me enorgullece.
Cuando entro en casa, el vestíbulo está concurrido por
varios vecinos en une stado bastante alterado por los
nervios y la indignación. Pregunto, al del tercero segunda,
que qué es lo que pasa y me responde que un chaval ha estado
apuntando los nombres de los vecinos, incluidos los pisos y
puertas que se encuentran en las ventanillas de los buzones
de la correspondencia.
Bueno, la pretensión de los vecinos es presentar denuncia a
través del Presidente de la comunidad, pero como no han
conseguido identificarlo les aclaro que lo veo crudo.
No es la primera vez que ocurre este hecho, es frecuente que
chavales jóvenes de ambos sexos entren en los edificios y
copien los datos de los vecinos para utilizarlos en el envío
de publicidad. Ellos pueden que no tengan culpa alguna,
ganar unos dinerillos por hacer eso no es pecado, pero si
resulta muy engorroso y pesado retirar la publicidad que nos
meten en los buzones, muchas veces sin ninguna utilidad
verdadera, y en algunas ocasiones nos estropean los sobres
de correo buenos, los que tienen cartas y documentos
necesarios.
Algún que otro vecino se ha cabreado bastante con ese tipo
de publicidad porque el otro día, al tirar la abultada
correspondencia publicitaria, había incluido un sobre con
documentación bancaria. Cuando se dio cuenta de que faltaba
ya estaba camino del vertedero…
Debemos y tenemos que hacer algo contra esas empresas que
introducen su publicidad en nuestros buzones sin
consentimiento alguno y utilizan nuestros datos de manera
tan abusiva que algún día puede ocurrir una desgracia en
forma de atraco armado en la propia vivienda.
No hay manera de evitar que se cuelen en el edificio. Suelen
llamar a cualquier vecino a través del comunicador exterior
y decirle que es el cartero o el repartidor de la tienda de
la esquina.
A pesar de que en el portal tenemos un cartel que indica que
no aceptamos publicidad, no hacen caso. Puede ser que sean
inmigrantes que no saben leer castellano o catalán, pero
siempre es algún vivo que lo hace a sabiendas de que no los
aceptamos, siempre los hay.
Resulta, a todas luces, bastante molesto encontrarse todos
los días con el buzón lleno a rebosar de trípticos,
folletos, revistas carrefoureras y del campero, hojas
sueltas escritas a mano, hojas de restaurantes chinos con la
tira de platos y menús para cuatro, cinco, seis, veinte
personas, hojas de manicuras, pedicuros, dentistas, venta de
coches, magos, tarots, venta de pisos…, en fin, que llenan
hasta el pavimento de panfletos que invitan a quemar las
empresas que lo publican.
A pesar de que en nuestro vestíbulo hay un recipiente
contenedor para que los vecinos tiren la publicidad que
encuentran en sus buzones, no da abasto para tanto papel y
encima el repartidor publicitario deja una buena pila de
publicidad en el borde de la escalera de acceso a los pisos,
cuando no quiere o no puede introducirlo en cada uno de los
buzones.
Lo malo es que cuando entran los vecinos chiquitos después
del cole, suelen jugar con los papeles distribuyéndolos por
todo el vestíbulo. Si tenemos en cuenta que el vestíbulo es
de 90 metros cuadrados ya me dirán Vds.
Que vivamos en la sociedad de consumo no significa que
consintamos que utilicen nuestros datos para enviarnos
publicidad no aceptada.
Tampoco nos hace gracia el montón de etiquetas de cerrajeros
que suelen pegar en las puertas y las persianas metálicas
alrededor del hueco de la cerradura. Son difíciles de
despegar y encima se quedan pegadas en los dedos. Una leche.
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