Me preguntaba ayer la importancia,
cuantitativa, de los ataques suicidas (y/o atentados) contra
unidades militares. Veamos: numéricamente, de las más de
cuatro mil quinientas bajas sufridas, oficialmente, por el
ejército norteamericano en el escenario de Irak desde marzo
de 2003, solamente unas doscientas serían achacables a los
ataques suicidas; a título de comparación, solo durante 2007
unos ciento quince militares norteamericanos se quitaron la
vida… En Afganistán, de los cuatro ataques contra efectivos
españoles (además de los 17 militares fallecidos al ser
derribado un helicóptero “Cougar” el 16 de agosto de 2005 y
una soldado muerta por la explosión de una mina contra carro
el 21 de febrero de 2007) dos fueron cometidos por
insurgentes suicidas: al del pasado domingo día 9 (dos
militares abatidos), habría que añadir otro ataque el 13 de
noviembre de 2006. ¿Dónde radicaría, entonces, el efecto
(ganancia) en el campo militar de los ataques suicidas?. En
tres planos: primero, en la repercusión mediática obtenida
(guerra de propaganda), tanto en la retaguardia de Occidente
(efecto desmoralizador) como entre las filas de los “yihadistas”.
Segundo, en el negativo impacto psicológico sobre nuestros
soldados; el militar occidental está bien entrenado para una
guerra clásica entre ejércitos y bajo reglas establecidas,
pero adolece de carencias operativas y de doctrina en los
nuevos escenarios de combate asimétricos contra guerrillas
insurgentes (y/o grupos terroristas). Tercero y último, los
atentados suicidas consiguen aislar a los efectivos
militares, acantonados en posiciones erizo y limitando sus
movimientos, de la población civil autóctona, dejando a esta
inerme ante la macabra dialéctica de acción-reacción,
restando legitimidad y eficacia en combate (privándolas,
entre otras cosas, de la obtención de inteligencia táctica,
propiciando daños colaterales…) a las fuerzas militares
desplegadas, lo que puede llevarlas al fracaso.
Las victorias no se consiguen hoy día solo en el campo de
batalla; la retaguardia, de ambos contendientes, reviste un
especial interés estratégico. En la misma Europa, emboscada,
actúa a favor de nuestro enemigo una influyente “quinta
columna” del islamismo extremista, con dos líneas de
actuación: una, enviando voluntarios a la “Guerra Santa” (de
Ceuta salieron al menos cinco jóvenes para Afganistán,
acabando uno de ellos en Guantánamo): ahí está, reciente, el
eje Tetuán-Barcelona desmantelado en varias fases por los
servicios de seguridad marroquíes y españoles; otra,
“calentando” el ambiente mediante discursos y una activa
propaganda en mezquitas, asociaciones y a través de
Internet.
Urge pues analizar, con mente fría y cartesiana, la táctica
suicida insurgente, separando el terrorismo puro y duro de
acciones de guerra atípicas dirigidas expresamente contra
unidades militares, “normalizando” y asumiendo las novedosas
condiciones de los actuales frentes de batalla en Irak y
Afganistán, rediseñando la estrategia oportuna. También,
como hemos visto, reviste especial importancia revisar,
actuando en consecuencia, el amparo ideológico y discursivo
al entramado yihadista y terrorista en sí, en la misma
Europa y bajo nuestras narices; lo que podríamos llamar el
“Frente Ideológico”. Por lo demás, la mejor forma de perder
una guerra es hacerla con las tácticas con las que se ganó
la anterior; la histórica y famosa “Línea Maginot” sigue
siendo un didáctico ejemplo. Visto.
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