Me encontré casualmente con
Pedro Gordillo y Juan Manuel Doncel, días atrás.
Iban los dos a saludar a la portavoz del PP en la Comisión
de Igualdad del Congreso, Sandra Moneo, debido a que
la burgalesa se disponía a participar en el Congreso sobre
Violencia de Género. Y no dudaron en invitarme a tomar una
copa en la cafetería del Hotel Tryp.
Desde mi posición, a escasa distancia de donde se hallaba la
diputada popular, departiendo con varias personas, pude
observar con atención el derroche de efusividad meridional
con que Gordillo obsequió a su compañera de partido. Justo
es decir que ella dio muestras de estar encantada con la
cariñosa acogida que le dispensaba el presidente del PP de
Ceuta.
Tampoco se me fue por alto la alegría que rezumaba Gordillo.
Se le veía a la legua que gozaba de un estado de ánimo
placentero con tendencia a la animación y a la risa. Así que
estaba en las mejores disposiciones para conversar con él de
cuanto se fuera encartando. Y a fe que lo hicimos durante un
tiempo que a mí se me antojó muy corto. Sí; porque pocas
veces volveré a tener la oportunidad de poder dialogar con
el vicepresidente de la Ciudad en tan favorables
condiciones.
En nuestra conversación, y teniendo como testigo al
secretario general de los populares y consejero de Fomento,
ahí es nada, salieron a relucir nombres de personas a las
que no tuve el menor empacho de hacerles el artículo por ser
merecedoras de él. Y, como no podía ser de otra manera,
Gordillo recabó mi opinión sobre el momento que está
viviendo la Asociación Deportiva Ceuta. A lo cual respondí
con tres pinceladas fundamentales acerca de la organización
defensiva del equipo.
Gordillo me confesó que él nunca fue muy dado a ir al Murube,
puesto que suele ponerse muy nervioso y lo pasa muy mal. Y
teme salirse de madre en cualquier momento. Declaración que
me facilitó la oportunidad de referirme a su tan cacareada
vehemencia. Y él, como estaba muy a gusto en ese momento, no
dudó en reconocer que a veces se deja llevar por las
emociones.
Gordillo es impetuoso y apasionado, claro. Y negarlo sería
tan absurdo como tratar de que éste domeñara su vehemencia
hasta el punto de convertirse en alguien a quien hubiera que
alabarle una flema británica de altos vuelos. Lo cual
quedaría muy mal. Más que mal sería motivo para que lo
tacharan de cursi. Y a estas alturas de su vida, ver a Pedro
hablando y actuando de manera ñoña, afectada, artificiosa,
le causaría funestas consecuencias.
En principio, sus enemigos, que son muchos y encarnizados,
optarían por perderle el respeto. Y cuando a uno le pierden
el respeto, difícilmente lo vuelve a recuperar. Es algo
parecido a cuando uno se baja los pantalones, que jamás se
los vuelve a poner en su sitio.
No obstante, a medida que Gordillo vaya sumando años notará
que éstos no le hacen más sabio sino más prudente. Y esa
metamorfosis, a buen seguro, que no le impedirá mantener su
personalidad. Pero sí dosificar sus salidas de tono e
incluso manejarlas a su antojo. Y, por encima de todo, ese
estado de moderación le vendrá que ni pintiparado para
conocer, de una vez por todas, con qué personas le merecerá
la pena mantener las mejores relaciones. Así se lo dije en
nuestra conversación.
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