Alguien dijo que el éxito es como
el wisky: la primera copa tonifica, la segunda excita, la
tercera trastorna y la cuarta tumba. Juan Vivas sigue
saboreando las mieles de esa primera copa. Echando mano de
su consabida voluntad, primordial en casos así, permanece
aún estacionado en esa primera fase propiciada por sus
victorias electorales. Lo cual no deja de tener un valor
incuestionable.
Los éxitos de Vivas en las urnas no han conseguido ponerle
ebrio de poder. No le han trastornado en absoluto. De ahí
que a estas alturas pueda destacar que la presidencia de la
Ciudad no le ha cambiado su carácter ni lo ha convertido en
autoridad atrabiliaria ni tonante. Trastornos, por otra
parte, muy habituales entre quienes, de la noche a la
mañana, se sientan en el sillón donde sólo ellos pueden
hacerlo.
Los éxitos que no van acompañados de muchas envidias son,
sin duda, menos valorados. De modo que ya es posible saber
que los de Vivas se cotizan al alza gracias a que los
tristes sentimientos de Aróstegui han conseguido
ganar adeptos que se distinguen por estar amarillos y flacos
porque muerden y no comen. Algo por el estilo dijo
Quevedo.
Esa aversión contra Vivas, por ser un triunfador en su
tierra, con lo que ello significa, por parte de las personas
que, sin querer, hacen más bonita y llamativa la carrera
política del presidente de la Ciudad, la está combatiendo
éste no sólo con su forma de ser sino con otra manera de
actuar que no se viene proclamando. Quizá porque no interesa
o bien porque nadie se ha percatado de esa actuación del
hombre a quien sí se le achaca un deseo enorme de presidir
todos los actos habidos y por haber. En realidad, se le
atribuye un afán desmedido por figurar.
En cambio, no he leído ni oído, todavía, la carencia de
ambición que muestra Vivas al desechar la idea de ocupar
cualquier otro cargo que podría ser compatible con el que
ostenta. Carencia de ambición y prueba fehaciente de estar
en posesión de un sentido común acorde con la enorme
responsabilidad que reconoce tener y el enorme compromiso
que ha adquirido con su pueblo.
Alguien, muy cercano a Vivas, me decía fechas atrás que a mí
me gusta mucho hacer comparaciones. Pero es que a veces,
como en el caso que nos ocupa, no hay más remedio que echar
mano de ellas, dado que suelen ser tan efectivas como
aclaratorias. Verbigracia: comparemos a Juan José Imbroda,
una vez más, con Juan Jesús Vivas. El primero, además de
presidente de la Ciudad es presidente de su partido, el PP,
y asimismo Senador. Al segundo, sin embargo, jamás se la
ocurrido la idea de atesorar tanto poder. Entre otras
razones porque sabe que abarcarlo todo le obligaría a ir
delegando poder en su tarea principal: la defensa de los
intereses del pueblo que le ha votado mayoritariamente y que
lo seguirá haciendo hasta que él se canse.
¿Se cansará Juan Vivas de ser presidente de la Ciudad?
Presidente de una tierra en la cual le nacieron y que nunca
se le cae de la boca allá dondequiera que esté. Sí. Aunque
tal decisión sea tenida como algo que no entra en sus
cálculos por ahora. Cuando ello ocurra, créanme, habrá
terminado la historia más bonita entre un alcalde y su
pueblo. Desde aquella otra que acabó como acabó... Pero hay
más: creo que aún no ha nacido un sustituto de su categoría.
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