Volvamos al hilo de lo escrito
ayer que, guste o no a tirios y troyanos refleja, más que
nada, una realidad empírica: Ceuta es actualmente una ciudad
en creciente fase de “islamización” (el uso del “hiyab”,
quizás también como referente cultural, está más extendido
que en Marruecos) y, créanme, no estoy hablando de mera
“referencia islámica”. Por lo demás, España en su conjunto
es a fecha de hoy tanto reserva estratégica del islamismo
extremista (desde luego del marroquí en primer lugar) como
campo de batalla del terrorismo homólogo, con un nuevo
escenario en ciernes: la recuperación de Al-Andalus y la
ofensiva lanzada sobre Ceuta (Melilla queda en un segundo
plano). No hay la menor duda de que ya se han dado saltos
cualitativos, siendo por desgracia mera cuestión de tiempo
que el salafismo yihadista pase a la acción pura y dura como
bien sabe hacerlo : por medio del terror indiscriminado.
En este contexto cobra especial relevancia, en Ceuta en
primer término, acotar la predicación religiosa (“da’wa” en
general, no solo la “jutba” de los viernes) para el
colectivo musulmán dentro de parámetros moderados y
razonables, con los que pudiera alcanzarse algún
entendimiento dentro de la tabla de valores consagrada por
nuestra Constitución, controlando y aparcando cautelarmente
del control de mezquitas y centros sociales aquellos
movimientos islamistas cuyos fundamentos ideológicos suponen
una abierta confrontación con nuestros valores
constitucionales. Me estoy refiriendo expresamente a los
Hermanos Musulmanes y sus herederos, al Tabligh y a la
organización radical marroquí “Justicia y Espiritualidad”,
todos ellos con tentáculos bien establecidos en España y,
dos de ellos, firmemente anclados -con la expresa
colaboración y visto bueno de las autoridades locales- en
Ceuta donde su presencia, ya a corto plazo, no presagia nada
bueno.
Este repunte de la islamización radical en Ceuta y el resto
de España, perfectamente constatable para cualquier
observador independiente, representa un doble peligro:
primero para la estabilidad y seguridad interna en España y,
en una segunda fase, para la seguridad y estabilidad interna
de nuestro vecino Marruecos: primero como ya indiqué, por
ser España el refugio (remito al lector al símil, con las
debidas diferencias, del “santuario etarra” francés) de
buena parte del islamismo extremista de origen marroquí y,
segundo, por la transferencia ideológica radical que puede
producirse en el momento de vuelta a su país del colectivo
emigrante (vacaciones estivales, Pascual, Ramadán…) y el
consiguiente “efecto contagio” entre el marroquí de a pie.
España y Marruecos comparten vecindad y problemas comunes,
algunos específicos. España alberga una numerosa colonia de
origen marroquí, en la que ha prendido la llama del
extremismo; Marruecos acaba de lanzar una segunda reforma
religiosa a fin de intentar poner coto a la extensión del
islamismo radical, que se está extendiendo por el país como
una pringosa mancha de aceite. Una forma de contener,
primero y erradicar, después, el islamismo extremista es una
colaboración leal y conjunta, con las cartas boca arriba,
entre ambos países. Ignoro aun las conclusiones de este fin
de semana del “Encuentro de Marrakech”, al que han asistido
quince miembros de FEERI y trece de UCIDE (junto una
delegación italiana) para hablar del Islam moderado. Pero ya
les contaré.
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