Cuando yo digo que leo a todos los
que escriben en periódicos de la ciudad, incluso a quienes
confunden la b con la v y viceversa, estoy diciendo la misma
verdad que si proclamo que soy de poner muy poco la
televisión. Por lo que me es posible airear que he visto dos
veces ‘El silbato’: un programa deportivo que emite Ceuta
Radio Televisión, y que el lunes pasado hube de soportarlo
haciendo acopios de voluntad y espíritu de sacrificio a
raudales.
Antes de seguir me gustaría dar por sentado que nada tengo
en contra de los profesionales encargados de conducir el
programa, pero es conveniente recordarles que las muchas
ganas mostradas en el desempeño de su tarea no les exime de
ser capaces de aburrir a los telespectadores. Aunque es bien
cierto que le echan un valor digno de encomio al enfrentarse
a una audiencia que aún no ha protestado ruidosamente por
tener que tragarse semejante bodrio. Hay gente para todo.
El que yo viera ‘El silbato’, el día 3, fue porque el
gerente de este periódico me puso al tanto de que sería
entrevistado José Enrique Díaz, director técnico de
la Asociación Deportiva Ceuta. De modo que me perdí el
capítulo de una serie que vengo viendo los lunes y que ha
suscitado más que interés en mí. Nunca me lo perdonaré.
José Enrique Díaz, más sabe el diablo por viejo que por
diablo, se dio cuenta muy pronto de que estaba ante unos
entrevistadores a los que podría chulear de entrada. Y
estuvo durante muchos minutos, toda una eternidad en
televisión, tomándoles el pelo a unos profesionales que
nunca supieron responderles con las respuestas que merecía
la insolencia de quien está viviendo del salario que obtiene
en esta ciudad.
Grima, pues, me daba cada vez que el técnico sevillano les
decía a los periodistas, con una insistencia rayana en la
pesadez, que si no se habían acordado de él en los momentos
de la euforia desatada cuando lo de Pontevedra y Gerona, a
cuento de qué venía citarlo esa noche en los estudios de la
televisión pública. Y todo ello, claro que sí, sin que los
profesionales del medio se percataran de que Díaz estaba
practicando un filibusterismo descarado.
En román paladino: estaba obstruyendo descaradamente el
programa con sus incesantes preguntas acerca de por qué en
los días de gloria se le ignoró y ahora se le sentaba en el
banquillo de los acusados. El lamento del director técnico
era evidente: reclamaba, a toro pasado, otro escudo de oro
de la Ciudad; como el que los políticos impusieron a
Benigno Sánchez. Lo que traducido venía a decir lo
siguiente: si entonces fue Benigno el triunfador, ahora debe
ser, también, el único culpable por no sacarle más
rendimiento a una plantilla confeccionada por mí y que
considero mejor aún que la que logré reunir la temporada
anterior.
Pero el momento cumbre de la entrevista llegó cuando, tras
decirnos repetidas veces lo mucho que trabaja a favor de la
ADC, todos los días y fiestas de guardar, y de aclararnos
las razones tenidas en su día para eludir la responsabilidad
de entrenar al equipo cuando la destitución de Diego
Quintero, nos aclaró el director técnico que él había
decido no venir a Ceuta a ver el partido del Jaén porque era
más importante su misión de ojeador.
Un directivo muy destacado del equipo, y cuyo nombre voy a
silenciar, de momento, me ha dicho que el director técnico
no estuvo en el Murube porque tenía canguelo. O sea, un
miedo atroz.
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