La entrega, a los familiares
directos del corresponsal de guerra fallecido en Sierra
Leona Miguel Gil, del Premio Convivencia de este año dejó un
doble sabor de boca. El primero, absolutamente
preponderante, volvió a ser plenamente satisfactorio. A la
larga lista de personas o colectivos que con méritos más que
sobrados habían recibido esta distinción hasta ahora se sumó
ayer al Fundación Miguel Gil, que no desmerece en el álbum
del galardón junto al ex presidente de España Adolfo Suárez,
el misionero Vicente Ferrer, la Asociación Mensajeros de la
Paz, el novelista Dominique Lapierre, el Pueblo de El
Salvador, el Pueblo de Madrid, la Asociación Víctimas del
Terrorismo, Mohamed Yunus y Daniel Barenboim.
Han pasado diez años desde que, en 1998, la Ciudad Autónoma
de Ceuta creó la Fundación Premio Convivencia para, entre
otros cometidos, conceder el premio internacional que lleva
su nombre, materializado en una escultura de Elena Álvarez
Laverón y con una dotación económica de cincuenta mil euros
para premiar a “una persona o Institución de cualquier país,
cuya labor haya contribuido de forma relevante y ejemplar a
mejorar las relaciones humanas, fomentando los valores de
justicia, fraternidad, paz, libertad, acceso a la cultura e
igualdad entre los hombres”. Al llegar a la década de
existencia toda Ceuta debe valorar, mimar y cuidar a la que
puede ser una de sus mejores enseñas ante el resto del país
y ante todo el mundo, tanto por su trabajo sereno, sosegado
y puntilloso alejado del ruido como por el resultado del
mismo, digno de todo elogio.
Por todo ello extraña que no se cuiden esos mínimos detalles
que hacen que un acto como el de ayer tenga o no la
repercusión mediática exterior que puede y debe adquirir un
acto como este. Las 20.00 horas y el Salón de Actos del
Palacio autonómico no parecen ni el mejor horario ni el
escenario más bonito que puede ofrecer Ceuta para que su
imagen salga reforzada como es debido y necesario
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