Mientras el espumoso mundo abraza
impacientemente a Barak Obama, en un acto de verdadera
locura, pesa sobre nosotros, sobre la globalizada sociedad,
horrendos hechos que debieran combatirse con la misma
agitación. Una reciente: la horrenda estampa de la
lapidación de una niña de trece años en Kismayo, Somalia, en
un estadio repleto de espectadores como si de un
divertimento se tratara. Lo visto no puede causar mayor
pavor. Ante este tipo de endemoniadas furias, fuera de todo
juicio humano, cabe preguntarse: ¿dónde está la alianza de
civilizaciones? Puede que sea un día histórico que Obama se
haya alzado con la victoria, lo deseamos además, me parece
saludable la regeneración, pero también debe hacernos
recapacitar que se produzcan este tipo de desquicios y el
mundo entero no se subleve.
No sólo Obama puede y debe cambiar el color de la historia,
el mundo globalizado con todos los gobiernos del mundo, ha
de injertar esperanza a esos pueblos crecidos de violencia y
pobreza. Todos tenemos en los ojos imágenes dramáticas de
conflictos y miserias, sin embargo somos incapaces de un
diálogo auténtico entre las culturas y las religiones, que
seguro aminorarían más de un problema. La capacidad de
aceptarse unos a otros y de decir la verdad, quizás porque
esas imágenes que vemos no las pasamos por los ojos del
corazón, pienso que es algo esencial para superar las
diferencias, prevenir los malentendidos y evitar
confrontaciones inútiles que a nada conducen. Los titulares
de prensa dicen que Obama culmina el sueño del cambio. Que
en autenticidad lo sea, y no por el posible morbo de que sea
el primer político negro que llega a la Casa Blanca, sino
porque sus pruebas así lo testifiquen. Se precisa una
transformación en el mundo. Creo que con urgencia. En
bandeja el primer capítulo. Es necesario volver a pensar las
reglas de una economía y de un sistema financiero que han
olvidado poner en el centro de sus preocupaciones al ser
humano como tal y al bien de toda la humanidad sin
distinción alguna.
|