Un buen día de 1993, Miguel Gil tomó la decisión:
abandonaría la abogacía y se convertiría en corresponsal de
guerra. Llegó a Sarajevo desde Barcelona en una moto de
trial, sin apenas dinero, para empezar como chófer y chico
de los recados. Cinco años después, Miguel recibía en
Londres el Rory Peck Award, premio concedido al mejor
trabajo anual de un cámara desplazado a un conflicto bélico.
El 24 de mayo fallecía en una emboscada guerrillera en
Sierra Leona, junto a otro compañero, Kurt Schork. La
memoria de este corresponsal sigue viva en la Fundación que
lleva su nombre, presidida por su madre, Patrocinio Macián,
‘Pato’. “Pasó toda una noche, hasta que vimos amanecer,
dándome sus motivos para cambiar su vida e ir a Yugoslavia;
y yo lo entendí”, recuerda quien hoy recogerá, de manos de
Juan Vivas, el máximo galardón que se concede en Ceuta.
Pregunta.- Aunque sabía que estaban nominados, ¿le
soprendió la concesión del Premio Convivencia de Ceuta?
Respuesta.- Me sorprendió, porque es el primer premio que ha
recibido la Fundación, por lo que ha sido un orgullo, porque
pensamos que la Fundación es la continuación de la labor que
comenzó Miguel. Estamos orgullosísimos por la labor de la
Fundación y lo que representa este premio para nosotros.
P.- Y un premio que dedicará a la memoria de tu hijo.
R.- Exactamente, porque Miguel luchó en todos los sitios de
conflicto en los que estuvo por la convivencia y el respeto
entre la gente, por lo que para nosotros es un premio muy
especial.
P.- ¿Cuáles son las funciones y objetivos que desarrolla la
Fundación Miguel Gil Moreno?
R.- Se divide en dos pilares: la parte humanitaria, que es a
la que yo me dedico, y la de ayuda a los periodistas, que la
llevan mis hijos. En lo que a mi respecta, hemos ayudado a
montar un colegio internado en la localidad marfileña de
Abiyán; también colaboramos con una escuela en Sierra Leona
y una leprosería en Costa de Marfil. Logramos reconstruir
una casa en Madina, muy cerca de donde murió Miguel, y que
lleva un padre javeriano para ayudar a los niños ex
soldados. Gracias a las ayudas que hemos recibido ahora esos
niños se pueden reunir en una comunidad donde estudian y
juegan, en lugar de andar con fusiles.
P.- Respecto a la ayuda a los corresponsales de guerra, ¿qué
hace la Fundación?
R.- Al principio ayudamos a familias, pero nos dimos cuenta
que esta labor la hace muy bien Reporteros Sin Fronteras.
Entonces nos dedicamos más a buscar la seguridad. Nos
movemos mucho en foros internacionales y hemos logrado que
las dos agencias internacionales se comprometan a que en
caso de muerte la agencia se comprometa a pagar la parte que
no cubre el seguro. Para nosotros es muy importante saber
que los corresponsales en conflictos bélicos van asegurados.
También hemos logrado que el curso de seguridad sea obligado
para cualquier que quiera ejercer esta profesión. Hemos
comprado también chalecos antibalas y cascos reglamentarios.
P.- La verdad es que cuando les vemos por la televisión o
les leemos no nos podemos imaginar sus malas condiciones
laborales, porque algunos están hasta subcontratados, ¿no?
R.- El mayor problema es para los free-lance, como era el
caso de Miguel, que se fue de casa sin saber que se
Yugoslavia se había dividido ya. Hay bastantes que no son
periodistas, como Miguel, que era abogado. El free-lance no
lleva preparación y es muy peligroso sino van a remolque de
alguien. Los que van con las agencias van más preparados,
según me informan los compañeros de mi hijo.
P.- Supongo que la cuantía económica del Premio Convivencia
–50.000 euros– vendrá muy bien para todos estos objetivos.
R.- Efectivamente la cuantía económica con la que está
dotado el premio nos va a suponer muchísimo, porque tenemos
muchas ideas pero económicamente cuesta lograrlo, porque es
una fundación pequeña y cuesta lograr ayudas. Tenemos
pensado hacer, por ejemplo, unas becas para periodistas en
conflicto, concretamente en los países en los que tenemos
experiencia sobre el sitio, como es Sierra Leona y Sarajevo.
P.- ¿Qué se te pasó por la cabeza cuando Miguel te dijo que
dejaba la abogacía y que se iba a los Balcanes con la
intención de ayudar a cubrir el conflicto bélico?
R.- Miguel siempre me decía que yo era la única persona que
le comprendía, porque su padre murió en un accidente cuando
él tenía 14 años. Miguel quería ser periodista y yo le dije
que hiciera una carrera, porque si no sabía escribir no iba
a lograr nada, porque la situación económica nuestra no era
nada boyante. Acabó la carrera de abogado y se metió a
trabajar en un bufete de un buen amigo íntimo de su padre.
Cuando decidió dejarlo, yo lo entendí. Pasó toda una noche
hablando, hasta que vimos amanecer, dándome sus motivos para
cambiar de vida e ir a Yugoslavia... y yo los entendí. Lo
primero que me dijo es: “mamá, ¿me necesitas?”, y yo le dije
que no. He pasado muchos ratos malos, pero creo que hice lo
que debía, porque su padre le hubiera dicho también que sí,
porque ambos se parecían mucho.
P.- ¿Cuáles fueron esos motivos que te dio para dar un
vuelco tan radical a su vida?
R.- Cuando murió llegaron muchos escritos entre sus cosas.
El diario de Miguel decía en la víspera de irse que no sabía
dónde iba ni lo que se iba a encontrar, pero que lo que
sabía es que no podía defraudar a papá ni a mamá. Aquello me
hizo pensar mucho. Se le había quedado pequeña Barcelona.
Decía que se había cansado de coger el autobús para ir al
despacho, pero la verdad es que tenía otras metas. Quería
saber lo que estaba pasando allí.
P.- En 1994 el fotógrafo Kevin Carter ganó el Pulitzer de
fotoperiodismo con una imagen tomada en Sudán en la que un
buitre acechaba a una niña a punto de morir por el hambre.
Al recibir el premio, declaró que aborrecía esa fotografía,
porque estaba arrepentido de no haber ayudado a la niña.
Cuatro meses después se suicidó. ¿Existe siempre esa lucha
entre los corresponsales de guerra entre si resulta más útil
salvar una vida o dar testimonio de la muerte para lograr
una reacción internacional?
R.- Creo que son dos extremos. Hay un vídeo de Miguel en el
que se le ve filmando con una mano y con la otra está
tirando de los niños que estaban cogiendo los rebeldes. Él
le contó a una fotografa holandesa que tenía remordimientos,
porque con las historias que él contaba se ganaba la vida.
Tú tienes que saber qué es lo importante. Miguel siempre
decía que hay historias donde lo más peligroso no es
arriesgar la vida por contarlas, sino dejar de filmarlas.
Miguel grabó lo de los trenes de Pristina y resultó
decisivo. Otros periodistas me han dicho que Miguel
consiguió desenmascarar la mentira y dar testimonio de que
se trataban de deportaciones masivas como los de la Segunda
Guerra Mundial. Él decía que él filmaba y que esperaba que
ya hubiera gente en otro lado que pudiera hacer algo por
pararlo.
P.- Otro de los grandes hitos de tu hijo fue la grabación de
los bombardeos en Prístina.
R.- Echaron a todos los periodistas habitación por
habitación. Él dijo que se necesitaba una persona que
contase lo que estaba pasando y le dejaron. Él decía que le
sirvió mucho su carrera de abogado para convencerles. Grabó
todos los bombardeos de la ONU y luego le costó muchísimo
salir. Recuerdo cuando me llamó, yo estaba en la playa,
porque pensaba que de ese viaje no iba a salir. Miguel, si
podía, me llamaba todos los días.
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