Túnez, país magrebí de sonora
historia enclavado entre Libia y Argelia, no deja de evocar
en nuestra imaginación el mítico recuerdo de Cartago, el
curioso reino vándalo allí empotrado durante la agonía del
Imperio Romano, la compleja aventura de la cristianización a
la que sus gentes se apuntaron ardorosamente (con Agustín de
Hipona como paradigma) y naturalmente, siglos después de la
conquista musulmana la avanzadilla de su puerto e hinterland
como “protectorado” de la Sublime Puerta, antes de la
entrada en liza del colonialismo europeo.
Hoy 7 de septiembre, hace precisamente veintiún años, un
equipo médico dirigido por el coronel Mohamed Gheddiche
declaraba al anciano presidente del país, Habib Bourguiba,
inhabilitado para gobernar dado el comprobado deterioro de
su salud física y mental. Un sonriente Zine el-Abidine Ben
Ali accedía pacíficamente al cargo en base al artículo 57 de
la Constitución, manteniéndose en el mismo hasta la fecha y
confirmando todavía, el pasado 31 de julio, en el transcurso
del congreso del RCD en el poder, que se presentaría a las
elecciones presidenciales del año que viene. Atrás quedó la
intentona de los islamistas de “Ennahdha” por aprovechar el
declive de la salud de Bourguiba para forzar un cruento
golpe de estado, siendo rechazado rápidamente por uno de los
hombres del nuevo presidente, el comandante de la Guardia
Nacional Habib Ammar, quien los neutraliza y toma, de forma
preventiva, el control del Palacio presidencial de Cartago.
En la actualidad y aprovechando una doble y privilegiada
posición geográfica, en el bajo Mediterráneo y en el corazón
del Maghreb (163610 km2 y 10,4 millones de habitantes),
Túnez encara con moderación el futuro manteniendo una tasa
de crecimiento del 6.3%, impulsado en buena medida por las
inversiones de capital extranjero (las de Dubai
representaron el último año la mitad de las mismas) que
proyectan hacer de Túnez un centro de servicios
internacional y en cuyo suelo están instaladas, actualmente,
tres mil empresas extranjeras, desigualmente repartidas en
las cinco regiones en las que se divide el país pero
agrupadas en cámaras de comercio mixtas y participando
activamente en tres sectores: el de la industria mecánica y
eléctrica, la manufactura textil y el área agroalimentaria;
la cercana Italia proyecta mismamente una central eléctrica
con una potencia de 1200 MW, interconectada al continente
europeo por cable submarino. Con el crecimiento demográfico
estabilizado en torno al 1,18%, una esperanza de vida de
74,3 años y una tasa de alfabetización que ronda el 80%,
Túnez se apresta a contener la crisis, profundizando en las
reformas e integrándose aun más en la economía mundial,
proyectando la riqueza que supone disponer de mano de obra
joven y cualificada. El turismo es otro de los sectores
emergentes, si bien en los últimos tiempos grupos
terroristas locales (activos sobre todo en la región del
sureste, con largas fronteras entre Argelia y Libia)
adheridos, ideológica y orgánicamente, a la nebulosa Al-Qaïda
en el Maghreb islámico (AQMI) han desencadenado ataques en
la misma capital y secuestros. El país sufre también un
largo conflicto por el uso del “hiyab” en centros oficiales
(administración, universidades…), que enfrenta a las
autoridades con el pujante movimiento islamista.
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