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OPINIÓN - MARTES, 4 DE NOVIEMBRE DE 2008

 

OPINIÓN / EL OASIS

Odio y envidia
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

El odio es un sentimiento profundo de repulsión hacia alguien o algo. Simple y llana definición de diccionario. Las características del odio están recogidas en la enciclopedia libre de la Internet: “El odio es un sentimiento negativo, de profunda antipatía, disgusto, aversión, enemistad... hacia una persona y cuyo fin es procurar por todos los medios destruirla”.

El odio es preludio de la violencia. Yo he oído a muchas personas confesar que cuando estaban poseídas por la aversión contra alguien se echaban abajo de la cama todos los días pensando que a su odiado le había sucedido ya lo peor. Y cuando salían a la calle y le veían vivito y coleando y aun disfrutando de cierta alegría y bienestar, se entristecían hasta cubrírseles los mofletes de palidez cobarde. Y es que el odio puede desembocar en el sentimiento de la envidia cuando el que odia se pone triste por el bien ajeno; en cambio, si decide burlarse de las desgracias de su odiado, es cuando el rencor demuestra que es tan grande como incontrolable. Lo cual deduzco de la definición que da Spinoza, respecto del odio.

El rencor es tóxico y hace muchísimo daño a quien se le desmadra y no halla remedio para impedir que ese mal le vaya corroyendo las entrañas. Odio y envidia unidos forman una mezcla explosiva que acaba emponzoñando el alma y el hígado a partes iguales. De modo que Rafael Montero debería andarse con cuidado. Ya que a ciertas edades y por más que uno se siga sintiendo desposeído de alguien, conviene aceptarlo como algo natural y no seguir torturándose con el deseo permanente de ver cuanto antes el mal ajeno cual posible reparación de lo perdido.

Largo ha sido el introito, aunque para mí necesario, a fin de que el editor de ‘El Faro’, de una vez por todas, se ponga en tratamiento para curarse de esa tirria que le tiene al editor de ‘El Pueblo de Ceuta’, antes de que su encono se convierta en un sentimiento tan negativo como crónico y que le impida disfrutar de sus posesiones.

El editor de ‘El Pueblo de Ceuta’, José Antonio Muñoz, fue presidente de la Asociación Deportiva Ceuta durante varias temporadas; siendo el éxito el denominador común en todo ese tiempo que el equipo estuvo presidido por él. Y si no culminó su labor con el tan ansiado ascenso se debió a que existía el temor de que ese triunfo podría ser ya demasiado para el propietario de un periódico que caminaba de manera ascendente; eso sí, sorteando todos los obstáculos que cada día le ponían para ver si terminaban aburriéndole.

Hubo una época en el cual se dio la orden para que desde distintos ámbitos locales comenzaran a combatir la posibilidad de que la ADC ascendiera y se contaban entre bastidores las causas por las cuales ese mal proceder se hacía necesario. Lo único que consiguieron fue que José Antonio Muñoz abandonara el cargo. Y fue entonces cuando se dejaron ver en el fútbol personajes que antes ni siquiera pisaban el campo ni en los días de grandes acontecimientos. Que no fueron pocos.

Pues bien, según he podido leer en un escrito de Antonio Gómez, los directivos de la Asociación Deportiva Ceuta, con Cecilio Castillo cual protagonista principal al alimón con Rafael Montero, han vuelto a las andadas: a destilar el veneno del odio y la envidia contra Muñoz. Así les va a estas criaturas de tango.
 

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