El odio es un sentimiento profundo
de repulsión hacia alguien o algo. Simple y llana definición
de diccionario. Las características del odio están recogidas
en la enciclopedia libre de la Internet: “El odio es un
sentimiento negativo, de profunda antipatía, disgusto,
aversión, enemistad... hacia una persona y cuyo fin es
procurar por todos los medios destruirla”.
El odio es preludio de la violencia. Yo he oído a muchas
personas confesar que cuando estaban poseídas por la
aversión contra alguien se echaban abajo de la cama todos
los días pensando que a su odiado le había sucedido ya lo
peor. Y cuando salían a la calle y le veían vivito y
coleando y aun disfrutando de cierta alegría y bienestar, se
entristecían hasta cubrírseles los mofletes de palidez
cobarde. Y es que el odio puede desembocar en el sentimiento
de la envidia cuando el que odia se pone triste por el bien
ajeno; en cambio, si decide burlarse de las desgracias de su
odiado, es cuando el rencor demuestra que es tan grande como
incontrolable. Lo cual deduzco de la definición que da
Spinoza, respecto del odio.
El rencor es tóxico y hace muchísimo daño a quien se le
desmadra y no halla remedio para impedir que ese mal le vaya
corroyendo las entrañas. Odio y envidia unidos forman una
mezcla explosiva que acaba emponzoñando el alma y el hígado
a partes iguales. De modo que Rafael Montero debería
andarse con cuidado. Ya que a ciertas edades y por más que
uno se siga sintiendo desposeído de alguien, conviene
aceptarlo como algo natural y no seguir torturándose con el
deseo permanente de ver cuanto antes el mal ajeno cual
posible reparación de lo perdido.
Largo ha sido el introito, aunque para mí necesario, a fin
de que el editor de ‘El Faro’, de una vez por todas, se
ponga en tratamiento para curarse de esa tirria que le tiene
al editor de ‘El Pueblo de Ceuta’, antes de que su encono se
convierta en un sentimiento tan negativo como crónico y que
le impida disfrutar de sus posesiones.
El editor de ‘El Pueblo de Ceuta’, José Antonio Muñoz,
fue presidente de la Asociación Deportiva Ceuta durante
varias temporadas; siendo el éxito el denominador común en
todo ese tiempo que el equipo estuvo presidido por él. Y si
no culminó su labor con el tan ansiado ascenso se debió a
que existía el temor de que ese triunfo podría ser ya
demasiado para el propietario de un periódico que caminaba
de manera ascendente; eso sí, sorteando todos los obstáculos
que cada día le ponían para ver si terminaban aburriéndole.
Hubo una época en el cual se dio la orden para que desde
distintos ámbitos locales comenzaran a combatir la
posibilidad de que la ADC ascendiera y se contaban entre
bastidores las causas por las cuales ese mal proceder se
hacía necesario. Lo único que consiguieron fue que José
Antonio Muñoz abandonara el cargo. Y fue entonces cuando se
dejaron ver en el fútbol personajes que antes ni siquiera
pisaban el campo ni en los días de grandes acontecimientos.
Que no fueron pocos.
Pues bien, según he podido leer en un escrito de Antonio
Gómez, los directivos de la Asociación Deportiva Ceuta,
con Cecilio Castillo cual protagonista principal al
alimón con Rafael Montero, han vuelto a las andadas:
a destilar el veneno del odio y la envidia contra Muñoz. Así
les va a estas criaturas de tango.
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