Se han puesto de moda las recetas.
La Comisión Europea no iba a ser menos y ha puesto el báculo
del mandato en pie de solidaridad. Los gobiernos europeos
deben adoptar medidas de inmediato para estimular la demanda
y el empleo. Claro, una cuestión es la del deber y otra la
del poder. Ancha es Europa pero se queda chica en
iniciativas para apoyar a las familias con trabajos
decentes. Quizás pensando en esto, en lo mal que vamos y
venimos, en las vueltas y revueltas a ninguna parte, porque
el paro es ya más crónico que una neumonía y la pérdida de
poder adquisitivo de los ciudadanos empieza a ser
denominador común, el presidente de la citada Comisión, José
Manuel Durao Barroso, ha puesto voz y deseo salvavidas,
aunque luego sea más de lo mismo: palabras baratas, en un
plan para reactivar la economía de la Unión Europea que,
dicho sea de paso, está en cuidados intensivos de maltrecha
que anda.
“Nuestra prioridad es minimizar el impacto de la crisis en
el empleo, en el poder adquisitivo y en la prosperidad de
nuestros ciudadanos”, afirmó Barroso sin temblarle el pulso.
Bien por la intención. No cuesta nada decirlo. Le ha faltado
pedir una mayor participación de los pobres en los procesos
de decisión en el campo económico y poner en voz el
fundamento. Que el valor de una sociedad depende del trato y
la atención que reserva a sus miembros más débiles. La
respuesta de los gobiernos a estos desafíos debe guiarse por
el principio ético que más de un político lo tienen
olvidado. Sin ir más lejos, en nuestro país, raro es el día
que no salta a la prensa un caso de corrupción política. Lo
único que no ha entrado en crisis es el negocio de la
política. “Mejor en billetes grandes, ocupan menos espacio”,
decía una grabación de los últimos casos de soborno
propiciado por un concejal. Con este tipo de políticos,
sirviéndose la mayor tajada para ellos y los suyos, con
sueldazos y prebendas de tomo y lomo, difícilmente puede
darse una sociedad en la que todos se benefician del bien
común y ninguno sea dejado fuera de juego. Por esto, es más
urgente que nunca responder a las necesidades de quienes
buscan un empleo decente y oportunidades para salir de la
pobreza y evitar la marginación, la explotación y la
disgregación social. Y también es más necesario que nunca
poner en valor a los políticos honrados. A veces nos da la
sensación, a juzgar por la tremenda cosecha de caraduras a
los que se les coge con las manos en la masa, que proliferan
sólo los políticos interesados, preocupados mucho más por la
seguridad de sus bolsillos que por la inseguridad de los
empleos de los ciudadanos a los que están llamados a servir,
no a servirse de ellos.
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