Donde en el Tercio he servido. Y
traigo conmigo a una mora que por mí pierde el sentido”. No
se me inquieten, no les voy a cascar la vieja canción de
sabor legionario cuya letra conozco al dedillo. Pero de
alguna forma hay que empezar y esto es, a veces, lo que más
cuesta. Al final salí de la luminosa capital del Lucus, la
vieja Larache asomada airosa al Atlántico, poco antes de
media mañana, camino de Tetuán y Ceuta. Lucía el sol y una
brisa fresca y húmeda, procedente del mar, impregnaba el
ambiente. Tras pasar Dar Chaoui, con su antiguo
acuartelamiento morisco de los tiempos del Protectorado
emboscado en la colina, el tiempo fue cambiando y al
alcanzar Tetuán las nubes remoloneaban ya por la cresta del
Gorguez, si bien la sierra del Hauz se recortaba, limpia, en
el horizonte y Ceuta, ciudad querida, destacaba nítidamente
sobre un fondo azul. La carretera estaba tranquila, con poco
tráfico y sin controles ni siquiera en el cruce de la
autoruta Tánger-Casablanca; solo a la altura del río Ayacha,
por la ruta del anterior, una solitaria pareja de la
Gendarmería Real apostada en la cuneta seguía, displicente,
el escaso paso de vehículos que transitaba.
El tiempo ha refrescado, el campo luce verde y los embalses
están, por fortuna, llenos de agua. Las autoridades están en
alerta pues la Dirección de Meteorología Nacional (DMN)
anuncia, a partir de mañana, unas condiciones meteorológicas
“fuertemente lluviosas” acompañadas de importantes
perturbaciones atmosféricas primeramente en la región Norte,
para desplazarse posteriormente a las zonas Oriental y
Centro del país. Solo las inundaciones de la semana pasada
dejaron, oficialmente, 28 muertos y un reguero de daños
materiales. Disfrutaré pues estos días, en los que voy a
tener que devorar algunos centenares de kilómetros, de la
naturaleza desatada. No sé ustedes, pero abrigado y con el
coche en condiciones disfruto más del otoño que del verano:
hay menos agobios de gentío y, retomando mis raíces,
disfruto conduciendo “a la asturiana”, por estrechas
carreteras, con las nubes batiendo las montañas y la lluvia
salpicando, cantarina, en el capó; una breve parada para
estirar las piernas, un caliente té y un plato de kefta
junto a un prudente traguillo de orujo de la petaca (por
estas tierras no hay controles de alcoholemia)… y, ¡”yala”!,
a continuar ruta.
Al final pasé a recoger a mi viejo y entrañable amigo
Benazuz (el doctor Azzuz Hakim) para acercarnos juntos a
Ceuta, donde ésta tarde tiene que impartir una conferencia
de la que supongo leerán ustedes hoy, a posteriori, una
reseña en la prensa, dentro del ciclo organizado por la
Fundación Hispano-Marroquí Al Idrisí, la Ciudad Autónoma y
la UNED, dedicado a este geógrafo universal de noble
abolengo nacido y muerto en la Perla del Mediterráneo, sobre
cuya figura (sin duda la más destacada de la cultura
islámica en su campo) se organizaba en Tetuán, allá por el
año 1953, un primer coloquio internacional auspiciado por el
“africanista” Tomás García Figueras, a la sazón consejero
cultural del Protectorado español y desarrollado por un
destacado elenco de hispanistas marroquíes, moderado por un
entonces joven Azzuz Hakim. ¡Ay la vida, qué corta es y cuán
rápido pasa…!: “Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no
volver!. Cuando quiero llorar, no lloro… y a veces lloro sin
querer”. Glosábamos a Rubén Darío, saliendo esta tarde a la
Bahía Sur por la Antigua Calle de la Morería, Azzuz Hakim y
un servidor de ustedes.
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