Decía un poeta inglés, Alfred
Tennyson, que nunca sería tarde para buscar un mundo mejor y
más nuevo, si en el empeño ponemos coraje y esperanza. Vamos
a necesitar esa fuerza recta si queremos salir de esta
globalizada crisis económica. El mal no hay que buscarlo en
la economía por sí misma, sino en el mismo modelo de los
ejercientes, que han borrado de sus hábitos el cultivo de
una cultura auténticamente humana para toda la civilización.
Se han cerrado las puertas hacia el futuro porque se han
abierto las puertas de un poder egoísta cien por cien, que
no se sacia de acumular riquezas para sí y los suyos. Los
analistas españoles dicen que en nuestro país veremos el
verdadero alcance de la crisis en el próximo año 2009. Y uno
ante estos dimes y diretes piensa: ¿en vez de sembrar
espantos, no sería más saludable contribuir a poner en
justicia las propias raíces del trastorno? El desarreglo
salta a la vista con la situación que ahora vivimos: las
ganancias de otro tiempo se las llevaron unos cuantos
especuladores; sin embargo, las pérdidas se reparten entre
todos afectando en primer lugar a los más excluidos, y es
que, a mi juicio visual, todavía funcionamos con la cartera
del más fuerte. Si ha de morir que sea el pobre. Tanto
tienes tanto vales, como dice el sabio refranero popular.
Perder la esperanza es lo último. Ya en su tiempo, el
inimitable Federico García Lorca, apuntó que “el más
terrible de los sentimientos es el sentimiento de tener la
esperanza perdida”. No se puede tirar la toalla por muy
cruel que nos pinten el panorama. La reunión de los líderes
de las veinte principales economías mundiales anunciada por
el próximo quince de noviembre en Washington, para hablar de
la crisis internacional y discutir nuevas reglas para el
sistema financiero, es una buena noticia, que será tanto más
esperanzadora cuanto más apueste por poner orden a un
progreso que no es tal, puesto que tiene la ausencia del
crecimiento moral en su hoja de ruta. El bienestar del mundo
nunca puede garantizarse a través de inhumanas estructuras.
Los seguidores de la corriente de pensamiento de la edad
moderna que pensaban que la ciencia redimiría al hombre se
equivocaron, ésta puede contribuir mucho a la humanización
del mundo y de la humanidad, pero también puede destruir al
ser humano y al mundo si no está imbuida por principios
éticos.
Está claro que el hombre necesita una esperanza que vaya más
allá de las complejas estructuras económicas. La esperanza
de la instauración de un mundo humano debiera ponernos a
todos manos a la obra, para que dejasen de ser una realidad
creciente las nuevas pobrezas que llaman a la puerta de la
globalizada vida: el miedo al futuro y la incertidumbre del
presente. Una vez que tenemos la sabiduría, somos más
capaces de apreciar las cosas no monetarias, no materiales,
como el amor, la esperanza, el coraje, la amistad, etc.
Podemos empezar a ver el dinero no como un fin en sí y de sí
mismo, sino como un instrumento más con el que se alimente
nuestra generosidad. Sin duda alguna, es necesario que se
estimulen signos de esperanza que nos hagan olvidar las
sombras que con frecuencia llegan a nuestros ojos. Quizás
haga falta un sentido más vivo de la responsabilidad y
propiciar verdaderos espacios abiertos al diálogo. Por muy
intensa y negra que sea la nube, el sol siempre vuelve a
brillar en el horizonte, a poco que pongamos entusiasmo en
verlo y vivirlo. En la adversidad una persona es salvada por
la esperanza, sentenció el griego Menandro de Atenas. Y
Aristóteles dijo que era el sueño del hombre despierto.
Albricias, pues. Pongámoslo en práctica.
A veces podría parecer que la esperanza es un gran
falsificador, y de hecho lo pensó Baltasar Gracián, y que ha
perdido fuerza en el mundo de hoy. Por un lado, hay miedo de
vivir y desesperación por lo que se nos puede avecinar, sin
obviar una arrogancia despiadada del hombre que quiere
dibujar y asegurar el futuro solamente con sus propias
fuerzas y para su gente. En este sentido me parece una
postura esperanzadora que la ONU y el Banco Mundial hayan
acordado el fortalecimiento de su marco de cooperación para
brindar asistencia a los países en crisis o en situaciones
de post-crisis por conflictos o desastres naturales. El
acuerdo, firmado por Ban Ki-moon y Robert Zoellick en su
calidad de titulares de los organismos, reafirma el
compromiso de trabajo conjunto para elaborar lineamientos
básicos que ayuden a los gobiernos de los países afectados a
estabilizar el ambiente tras los momentos de dificultades.
Asimismo, el documento establece la formulación de
estrategias para la prevención de crisis y para los procesos
de recuperación. El texto subraya que el trabajo de
asistencia de la ONU y el Banco Mundial se mantendrá sobre
los principios de neutralidad, imparcialidad e
independencia. Algo es todo.
Apuesto, en consecuencia, por el estimulante de la esperanza
que, por otra parte, es costumbre de la existencia humana.
Lo que exigirá un inteligente esfuerzo del que espera, que
tampoco ha de desesperarse, pero que debe poner aparte de
confianza, el empeño necesario y suficiente. Tal vez la vida
sea siempre nueva, y cada generación se vea obligada a
estrenar el vivir. Ahora nos toca vivir la globalización del
bien y el mal, las crisis y los momentos de apogeo. Siempre
los dos extremos, -de los que dijo Pedro Laín Entralgo- la
vida del hombre se ve forzada a moverse entre dos polos, la
desesperación de quien percibe la posibilidad de no ser lo
que él quiere ser, lo que él íntimamente es, y la esperanza
de quien, proyectando su futuro, advierte clara o
confusamente que la expectativa es la función primaria y más
esencial de la vida -para Ortega, incluso el recuerdo “es la
carrerilla que el hombre toma para dar un brinco enérgico
sobre el futuro” (OC, V, 460)-, que la esperanza es el más
visceral órgano de esa función y que, en consecuencia, la
memoria “no es sino el culatazo que da la esperanza” (OC, IV,
386). De lo cual se deduce que no hay desesperación
compacta, carente de una veta de esperanza, ni esperanza
pura, exenta de un hilo de desesperación. Fomentar, por
consiguiente, una viva cultura de esperanza no me parece una
idea descabellada para un mundo globalizado.
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