Usted va por la calle, vuelve de su trabajo y se dirige a
casa a comer. En esos momentos de cansancio, sí, a eso de
las 14.30 o 15.00 horas, un colectivo de adolescentes
estudiantes regresa a su barriada del Príncipe después de
una mañana de clases en los institutos y colegios situados
en el Polígono Virgen de África o Puertas del Campo. Al
conductor se le atraganta la comida, porque tiene que cargar
con al menos 100 personas dentro del autobús. Estas personas
son, en su mayoría, adolescentes, que exceden las normas
básicas de respeto. Es propio de los adolescentes la mezcla
de inquietud con despotismo, pero a veces estas dos
condiciones se abarrocan y la situación se vuelve
insoportable para quien la padece. Uno de los conductores
que a diario surca los mares de esta travesía dice que
cuando sabe que tiene que enfrentarse a 15 días seguidos de
trayecto de línea 8, las jornadas previas ya se le hacen
cuesta arriba. “Es una situación de estrés y tensión la que
vives que el día a día se te hace insoportable”, comenta.
Sin embargo, las apariencias engañan y al conductor se le ve
dominando las trampas con las que se encuentra.
La empresa de transporte Hadúa Almadraba ha tomado una
estrategia inteligente y apaciguadora. Anteriormente, el
autobús estaba totalmente colapsado por adolescentes. Éstos
ocupaban la parte trasera y hacían del vagón su propio
parque de juego, con destrozo de mobiliario incluido. La
empresa pensó y dijo: “Mezclemos a mayores y gente diversa
con los adolescentes, calmemos a las ‘fieras’”.
Ahora, los autobuses de la línea 8 parten del centro cada 30
minutos. La heterogeneidad de personas que se suben en la
puerta del mercado se mezcla un par de paradas más adelante
con la tropa estudiantil. Los autobuses de refuerzo salen
desde el campo exterior y realizan una ruta diferente. Suben
por Otero y recogen a las personas de Hadu que quieren
llegar hasta el Príncipe, ya que la línea 8 viene cargada y
no puede montar a nadie en San José.
Otra de las novedades de este curso es la policía. Un coche
patrulla flanquea al autobús por detrás desde las Puertas
del Campo. En Erquicia, otro automóvil policial le da el
relevo y después de pasar el Puente del Quemadero gira a la
izquierda y se va por el hospital nuevo, con lo que evita el
tránsito por las calles del Príncipe. Luego, en la última
parada vuelve a reencontrarse con el chófer. “Nos levantan
la mano para ver si ha ido todo bien y nosotros le decimos
‘ok’ y ya se marchan”, pero ni rastro del agente que debería
acompañar al conductor en el interior y que se anunció desde
la Policía Local.
El chófer, en un gesto de sinceridad, reconoce que resulta
muy difícil soportar una carga diaria de 700 u 800 personas
en el autobús. “Es demasiado para un solo coche”.
Los peores días llegan al comienzo de la semana. “El lunes
es el peor de todos”. Vienen revolucionados y son incapaces
de contenerse. Pero las horas de regreso a casa son más
virulentas que las de incorporación a la escuela por las
mañanas.
Dentro del autocar hay de todo. Chicos que mantienen la
calma y chicos que buscan cualquier entretenimiento, incluso
con el conductor, a quien utilizan en ocasiones para sus
chistes. Las puertas del bus se convierten en sus blancos
preferidos y da la impresión de que no agradecen del todo la
gratuidad del transporte.
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