La Asociación Deportiva Ceuta
sigue teniendo su importancia en una ciudad donde los
aficionados llevan mucho tiempo soñando con un ascenso que
se viene resistiendo. El equipo, salvo dos temporadas de
infaustos recuerdos, ha jugado varias promociones a fin de
obtener el tan ansiado pase a la Segunda División A.
En uno de los partidos claves, el nunca olvidado de El
Ferrol, fue un árbitro, de cuyo nombre nadie quiere
acordarse nunca cuando sale el asunto a relucir, el que
privó a la ADC de conseguir el logro de un ascenso que se
busca cada temporada con mucho ahínco.
La última oportunidad fue en Gerona. Aunque en el campo de
Montivilí las causas de la derrota fueron muy claras: el
equipo no supo estar a la altura de las circunstancias y
desaprovechó una ocasión que ni pintiparada para alcanzar
ese premio final que habría hecho las delicias del
presidente de la Ciudad. De quien no hace falta decir lo
mucho que supone para él el primer equipo local.
Todas las promociones para ascender jugadas por la ADC
fueron vividas con suma normalidad. Como si, en realidad,
fuera una obligación que el equipo consiguiera cada
temporada clasificarse en puestos que le concedieran ese
derecho. Y todos los intentos fueron criticados acerbamente.
Nada que ver, por supuesto, con la actitud que se mantuvo
tras finalizar los encuentros con los gerundenses. Hasta el
punto de que la derrota en Gerona pareció más bien una
victoria y se celebró como hazaña un acontecimiento
deportivo al cual nos había acostumbrado ya una directiva
anterior, durante varias temporadas. Las cosas claras y el
chocolate espeso.
Y aún hubo más: algunos pecaron de excesivos al otorgarle al
entrenador un escudo o medalla, no acabo de enterarme, de la
ciudad. Cuando jamás antes había sido distinguido ningún
otro técnico de igual manera. Lo cual me hace pensar que
quienes aprobaron esa medida fueron buscando premiarse a sí
mismos por sentirse los verdaderos protagonistas del éxito
que les parecía haber jugado una fase de ascenso. “Y si un
partido político se atribuye el mérito de la lluvia, no debe
extrañarse de que sus adversarios lo hagan culpable de la
sequía”.
Por lo tanto, bien harán quienes vieron en tan pocos meses
de trabajo que Benigno Sánchez era un dechado de
virtudes y una enciclopedia de conocimientos futbolísticos,
en tener la paciencia necesaria para soportar con estoicismo
la mala racha de un conjunto que, indudablemente, está dando
pruebas de desorden táctico generalizado. En el cual no
vamos a entrar para no aburrir a la clientela y porque no
creemos que sea ‘El oasis’ el espacio adecuado para
describir tal desbarajuste con minuciosidad y lo más
entendible posible, para los aficionados.
Hay entrenadores, a ver si nos enteramos de una vez, que
pueden incluso ganar un campeonato sin que sean lumbreras en
el banquillo. Los entrenadores, por más que los haya
propalando lo contrario, dan la verdadera medida cuando
empieza el partido y se ven obligados a resolver los
problemas que plantean los rivales o bien necesitan corregir
los errores propios. Es entonces, en esos momentos de la
contienda, cuando los técnicos se ganan con sus decisiones
el respeto de quienes comparten asiento a su lado. Y es lo
que debe ser tenido en consideración.
Cualquier otra cosa es secundaria; es decir, que sea amable,
modoso, muy católico o del partido x. A ver si nos
enteramos.
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