Iniciado en Salé el pasado 16 de
octubre el “Proceso Belliraj” (sugiero al lector retomar las
columnas del mes de febrero), en el que por primera vez el
Estado marroquí sienta en el banquillo a seis miembros de la
clase política, ha sido pospuesto por el juez Abdelaziz
Benchekroun para el próximo 14 de noviembre.
De entrada se observan dos movimientos: por un lado la
orfandad mediática en la que se encuentra el presunto
cerebro de la red, el rifeño Abdelkader Belliraj, para mí un
subalterno; por otro el apoyo organizado a la trama política
presuntamente implicada, por cuya inocencia sin esperar al
veredicto de la Justicia han apostado conjuntamente y de
forma significativa el sector islamista, alegal y
parlamentario, marroquí; si justa y razonable es la
presunción de inocencia, ¿no es sin embargo igual de
imprudente apostar, a priori … tanto por la condena como por
la libertad sin condiciones?. Sobre todo cuando parece que
el Estado maneja pruebas concluyentes, como cierta reunión
durante el verano de 1992 en Tánger que vincularía a
Belliraj con varios de los políticos detenidos y en la que
se lanzaría el movimiento “Al Akhtiar Al Islami” (La Opción
Islamista), que habría dado cobertura a células armadas en
diferentes ciudades (Casablanca, Kenitra…) denominadas
“Grupo de Acción Especial”. Los defensores alegan que el
periódico del grupo (“Al Jisr”) habría condenado el oscuro
atentado terrorista del hotel “Atlas Asni” de Marrakech
(1994), en el que por cierto fueron asesinados varios
turistas españoles. Sin embargo y según fuentes solventes,
los servicios de seguridad marroquíes tendrían bien atadas
sendas reuniones en marzo de 1994 (Casablanca) y 1996, en
las que algunos de los políticos detenidos habrían decidido
organizar asaltos para financiar el grupo, así como ordenado
el asesinato de ciudadanos de confesión judía.
La red Belliraj y su ramificación belga, lo mismo que la
última redada en Cataluña y otros lugares de la geografía
española, vuelve a poner sobre el tapete una desagradable
realidad empírica: el origen marroquí de un buen número de
los “yihadistas” que engrosan las filas del terrorismo
islamista. ¿Hay estadísticas sobre este fenómeno…?; si el
lector tiene un rato le invito, bolígrafo y bloc en mano, a
ir clasificando, por nacionalidad, los detenidos durante los
últimos años en el Viejo Continente (salvo el Reino Unido)
implicados en redes terroristas de matriz islamista: hay dos
países maghrebíes que se llevan la palma. Otro indicio y de
calado ha sido el de Mohamed Moumou, marroquí y antiguo
combatiente en Afganistán en la década de los noventa;
actualmente número dos de Al Qaïda en Irak liderando la
filial terrorista “Ayyub Al Masri”, fue abatido el pasado
domingo 5 de octubre en Mosul por efectivos norteamericanos.
Conocido también por el apodo de Abu Qaswara, había
encontrado como tantos otros de su especie refugio en la
tolerante y ciega Europa, siendo no obstante fichado desde
1996 por los servicios de información suecos debido a sus
actividades subversivas. En todo caso uno menos en la lista.
Por cierto, ¿recuerda el lector la conexión con Estocolmo de
unos conocidos elementos extremistas, con ramificaciones
familiares en Ceuta y cobertura laboral en Castillejos,
abordada en esta columna…?. Esta gandaya es como la medieval
peste bubónica: se extiende por todos los sitios en un
respiro, infecta silenciosamente y luego mata.
|