No solo en la política se dan los
casos de falsedad o falta de la autenticidad tanto en las
ideas como en las consecuencias derivadas de las actuaciones
de sus representantes y jerarcas. Así hemos visto y
conocemos como auténticos “cambia chaquetas” se han
encaramado a los mas altos cargos tanto de la Administración
Pública como de la Local y en los mismos partidos políticos
de ideas y doctrinas opuestas a las suyas, algunos
provenientes de las Falanges Juveniles, otros, los de mas
edad, de la Guardia de Franco y otros firmes admiradores y
defensores de las ideas comunistas de Mao, Lenin, Trosky y
más pensadores de la revolución bolchevique, admiradores de
la sociedad sin clases sociales y partidarios del acceso de
la clase trabajadora al poder que, aunque no lo manifiesten,
lo llevan arraigados en sus pensamientos tanto si son
“ultras” de izquierdas como de derechas. Mantienen, a costa
de mentir y de aparentar (cuestiones todas que tienen muy
bien meditadas y ensayadas) su estatus tanto en la sociedad
como en la política y partidos a los que ahora pertenecen,
aun cuando nunca se sabe donde terminarán, políticamente
hablando, porque son profesionales de lo que se dio en
llamar en tiempos de Adolfo Suárez del “cambio de chaqueta”.
Y nos viene a cuento el titular de nuestro comentario “Un
cambio de amortiguadores” porque la historia, por la
semejanza que pudiera tener por aquello de la desfachatez
con que se emplean sus autores, bien pudiera aplicarse a la
clase de elementos trepas o arribistas a que nos estamos
refiriendo. Es, pues, llegado el momento de exponer el
relato que se nos ha ocurrido para que cada cual, dueño de
su propio entendimiento, le aplique la moraleja final que
cuadre con la breve historia, que también nos hemos
inventado, para dar conocimiento del hecho.
Se trata de que al protagonista de esta fábula, mecánico de
profesión, titular de un taller donde se ocupaba de la
reparación y mantenimiento de vehículos de varias marcas,
por parte de un cliente asiduo y que por tal motivo había
entablado cierta amistad con el mismo, médico, quien le
atendía gratis en su consulta tanto a él como a su familia,
facilitándole medicamentos (entonces los trabajadores
autónomos no estaban acogidos a la Seguridad Social) y de
cuya amistad presumía, le llevó su automóvil para que le
hiciera una revisión a lo que el mecánico amigo y
acompañante en ocasiones en el desayuno y, a veces,
aperitivos en el bar de la esquina, aparentando una
desmedida amabilidad, dejó la tarea que en aquel momento le
ocupaba para dirigirse a su cliente-amigo y preguntarle que
necesitaba de él, a lo que éste le respondió que quería
hacerle una revisión ordinaria a su vehículo. El tal
mecánico, rápidamente, se puso a disposición del cliente y
una vez atendida su demanda, dió una vueltecita al vehículo,
golpeando con pataditas las ruedas y apoyándose en los
guardabarros haciendo varias presiones con los abrazos hacia
abajo dejando patente, según él, “el mal estado de la
suspensión del vehículo, lo que hacia necesario, para su
seguridad y, por consiguiente, de las personas que lo
ocupaban, la renovación de los amortiguadores”. Es decir:
poco menos que le era indispensable el cambio de estas
piezas por lo el galeno, ante la indicación de su “amigo”,
accedió rápidamente a que le repusiera tales elementos al
tiempo que le hacia la rutinaria revisión objeto de la
visita al taller.
Pasados algunos meses y encontrándose la mujer del mecánico
con un niño pequeño en la consulta del médico, éste le
prescribió cierto medicamento del que no tenía muestras para
darle por lo que le indicó que lo sentía, pero que tal
prescripción debía de tomarla el nene urgentemente, a lo que
la señora le contestó que no se preocupara que prescribiera
lo que fuera necesario, ya que su marido, al primer
“gallareta” que se presentaba en su taller, le decía que
necesitaba reponerle los amortiguadores y le ”ventilaba”
12.000 pesetas...
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