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OPINIÓN - DOMINGO, 19 DE OCTUBRE DE 2008

 

OPINIÓN / SNIPER

Perfil del terrorista suicida
 


José Luis Navazo
yebala06@yahoo.es

 

Se lo advertía la semana pasada a los alumnos de un curso de “Vigilantes de Seguridad” de la academia ceutí “Ecos”, centro de enseñanza dotado de modernas instalaciones situado en el Pueblo Marinero: “El yihadista no tiene un perfil tipo”, afirmé apoyándome en una entrevista con el antiguo responsable de los servicios de información de la DGSE francesa, Alain Chouet. No obstante entiendo que sí es posible una aproximación táctica, valiosa para los responsables privados de nuestra seguridad en centros comerciales, de ocio o de otro tipo, partiendo de una desagradable realidad empírica: esta gente atenta sustancialmente contra objetivos meramente civiles más que militares, marcando una sensible diferencia en lo ético y la ortopraxis con los “kamikaces” japoneses de la II G.M. que, a bordo de sus aviones o torpedos, se lanzaban valiente y debidamente identificados como soldados contra, exclusivamente, objetivos militares del enemigo. Nada que ver con los terroristas suicidas de este siglo, mayoritariamente adeptos a la corriente “takfir” del salafismo yihadista, aunque no exclusivamente: el movimiento de los “Tigres de Liberación Tamil” en Sri Lanka (antigua Ceilán) es ultranacionalista y no religioso.

El espacio no me permite abordar una génesis histórica ni los fundamentos ideológicos de este terror indiscriminado, del que puede rastrearse cierta tradición en cuanto al valor del martirologio en el shiísmo de donde ha derivado, en el siglo XX, al sunnismo. Pueden apuntarse tres líneas de trabajo: una enfatiza las raíces religiosas (islámicas básicamente), siendo los casos de R. Perle, D. Frum o Khaled al-Berry; otros lo minimizan (R. Pape); finalmente, autores como Farhad Josrohavar intentan “centrar” el problema.

Por mi parte provoqué una dinámica de grupo entre los estudiantes, incitándoles a una reflexión activa en el transcurso de la cual fueron saliendo algunos apuntes de utilidad práctica para disfrute de su profesor, mi buen amigo y criminólogo Juan Gómez Letrán, quien aprovecho para señalar en la profesionalidad de los vigilantes el valor de la formación continua. Así y entre todos partimos de algo obvio: no fiarse nunca de las apariencias, aunque descartando a priori el grupo familiar (no hay ninguna casuística al respecto); ser menor, mujer o minusválido (físico o mental) no inmuniza como agente del terror; la vestimenta tampoco es sintomática, salvo que se emplee como distracción, saltando de ahí a la necesidad de la contravigilancia, particularmente al “vagabundeo” de individuos en las inmediaciones. Se habló naturalmente del simbolismo de ciertas fechas y de la advertencia que supone el “calentamiento” mediático mediante proclamas (recientemente, Ceuta empieza a “sonar” demasiado en las últimas soflamas del holding terrorista relacionado con Al-Qaïda), no pudiendo faltar la alusión a la típica “sonrisa del suicida” antes de hacerse detonar. Quedaron muchas cosas en el aire como la seguridad pasiva sobre la que, en Ceuta, andamos en pañales y me explico: cada vez es más común el uso de vehículos en atentados, por lo que muchas grandes superficies empiezan a bloquear el acceso rodado al interior del establecimiento con pivotes de hormigón (caso de “Marjane”, en Tetuán), lo cual no es posible en locales similares de Ceuta que, además, permiten sin ningún tipo de control el aparcamiento de coches en sus entrañas. Un grave riesgo añadido en los tiempos que corremos. ¡Al loro, vigilantes!.
 

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