Se lo advertía la semana pasada a
los alumnos de un curso de “Vigilantes de Seguridad” de la
academia ceutí “Ecos”, centro de enseñanza dotado de
modernas instalaciones situado en el Pueblo Marinero: “El
yihadista no tiene un perfil tipo”, afirmé apoyándome en una
entrevista con el antiguo responsable de los servicios de
información de la DGSE francesa, Alain Chouet. No obstante
entiendo que sí es posible una aproximación táctica, valiosa
para los responsables privados de nuestra seguridad en
centros comerciales, de ocio o de otro tipo, partiendo de
una desagradable realidad empírica: esta gente atenta
sustancialmente contra objetivos meramente civiles más que
militares, marcando una sensible diferencia en lo ético y la
ortopraxis con los “kamikaces” japoneses de la II G.M. que,
a bordo de sus aviones o torpedos, se lanzaban valiente y
debidamente identificados como soldados contra,
exclusivamente, objetivos militares del enemigo. Nada que
ver con los terroristas suicidas de este siglo,
mayoritariamente adeptos a la corriente “takfir” del
salafismo yihadista, aunque no exclusivamente: el movimiento
de los “Tigres de Liberación Tamil” en Sri Lanka (antigua
Ceilán) es ultranacionalista y no religioso.
El espacio no me permite abordar una génesis histórica ni
los fundamentos ideológicos de este terror indiscriminado,
del que puede rastrearse cierta tradición en cuanto al valor
del martirologio en el shiísmo de donde ha derivado, en el
siglo XX, al sunnismo. Pueden apuntarse tres líneas de
trabajo: una enfatiza las raíces religiosas (islámicas
básicamente), siendo los casos de R. Perle, D. Frum o Khaled
al-Berry; otros lo minimizan (R. Pape); finalmente, autores
como Farhad Josrohavar intentan “centrar” el problema.
Por mi parte provoqué una dinámica de grupo entre los
estudiantes, incitándoles a una reflexión activa en el
transcurso de la cual fueron saliendo algunos apuntes de
utilidad práctica para disfrute de su profesor, mi buen
amigo y criminólogo Juan Gómez Letrán, quien aprovecho para
señalar en la profesionalidad de los vigilantes el valor de
la formación continua. Así y entre todos partimos de algo
obvio: no fiarse nunca de las apariencias, aunque
descartando a priori el grupo familiar (no hay ninguna
casuística al respecto); ser menor, mujer o minusválido
(físico o mental) no inmuniza como agente del terror; la
vestimenta tampoco es sintomática, salvo que se emplee como
distracción, saltando de ahí a la necesidad de la
contravigilancia, particularmente al “vagabundeo” de
individuos en las inmediaciones. Se habló naturalmente del
simbolismo de ciertas fechas y de la advertencia que supone
el “calentamiento” mediático mediante proclamas
(recientemente, Ceuta empieza a “sonar” demasiado en las
últimas soflamas del holding terrorista relacionado con Al-Qaïda),
no pudiendo faltar la alusión a la típica “sonrisa del
suicida” antes de hacerse detonar. Quedaron muchas cosas en
el aire como la seguridad pasiva sobre la que, en Ceuta,
andamos en pañales y me explico: cada vez es más común el
uso de vehículos en atentados, por lo que muchas grandes
superficies empiezan a bloquear el acceso rodado al interior
del establecimiento con pivotes de hormigón (caso de “Marjane”,
en Tetuán), lo cual no es posible en locales similares de
Ceuta que, además, permiten sin ningún tipo de control el
aparcamiento de coches en sus entrañas. Un grave riesgo
añadido en los tiempos que corremos. ¡Al loro, vigilantes!.
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