El abuso de poder está a la orden
del día. Lo hemos convertido en un diario que echa por
tierra cualquier valor ético. Lo que ahora se respira a
raudales es una atmósfera de maldades y corrupción sin
precedentes. Esto se ha disparado tanto como el desempleo.
La riada de esperpentos abre todas las compuertas a los
disparates más grotescos. La cordura se la han merendado los
mamarrachos que abundan como las cucarachas. El poder de
adoctrinamiento a cambio de favores, migajas sociales,
escalafones partidistas, juegos inmorales, cesiones y
prebendas con total descaro, es tan fuerte que este país
podrá resignarse, no sé hasta cuándo aguantará, pero ya no
cree en justicia alguna que, frente a tantos desatinos,
parece estar desunida jurisdiccionalmente y lanzándose
pulsos unos a otros. Quizás esto pase por haber politizado
lo que no ha de politizarse. Y así tenemos jueces que miran
al pasado cuando la sociedad lo que ha de mirar es al futuro
al igual que los que han de administrar la justicia.
Voces valientes ponen sobre el tapete el aluvión de abusos
de poder. Reflejamos algunas de esas quejas, que sí miran al
futuro, y que no debieran pasar desapercibidas para los
ciudadanos libres, que aún son capaces de pensar (o les
dejan pensar) por ellos mismos. La actual promoción
legislativa de la cultura anti-vida en España exige
reacción, posible para todos desde numerosos ámbitos, ha
dicho recientemente la doctora María Dolores Vila-Coro,
directora de la Cátedra de Bioética y Biojurídica de la
UNESCO. Un grupo de profesores de la universidad española
también ha dado a conocer el texto de un manifiesto “a favor
de la muerte natural”, al que invitan a unirse a compañeros
e instituciones. El manifiesto denuncia “las intensas
presiones que se ejercen sobre la opinión pública española,
para inducirla a consentir la legalización del suicidio
asistido y la eutanasia”, y piden que “se reconozca la
dignidad de la muerte natural”. Raramente pasa una semana
sin que haya alguna noticia de nuevos avances en genética,
mientras que aumenta la presión hacia la práctica de la
eugenesia, ya sea mediante la eliminación de aquellos fetos
vistos como inferiores o a través de la búsqueda de modos de
mejoramiento cualitativo de la próxima generación. Hay que
estar en contra de la selección embrionaria para curar,
aunque sólo sea por sentido común.
El poder como doctrina a la incoherencia existencial, a la
contranatura, y no como deber, lo que abre es la puerta al
salvajismo. Lo que se lleva en estos momentos. Porque
realmente un ser humano sin principios, ponga los valores
constitucionales si quiere o la ética moral que prefiera, es
una bestia salvaje a pleno empleo. Con lo fácil que sería
que no hubiese más que un poder dentro de los diversos
poderes: la conciencia al servicio de la justicia; al igual
que una gloria: el genio, el servicio de la verdad. Miré los
muros de la patria mía y esto no hallé, diría un poeta de
verso en pecho.
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