Así como con Juan Vivas
mantuve relaciones, por necesidades de trabajo, durante
varios años, y creo conocerle algo, con Pedro Gordillo
nunca he pasado de los holas y adioses que se hayan
terciados. Que han sido muy pocos. Incluso hubo un tiempo en
el cual ni siquiera me apetecía saludarle. Por mor de
heridas que si bien no están olvidadas, pues nunca me fueron
dadas las explicaciones necesarias, sí están cerradas. Con
lo cual no existe en mi ánimo el menor adarme de rencor
contra él. Entre otras razones, porque el rencor es tóxico y
termina haciendo mucho daño.
Válgame el largo introito para decirles que servidor lo que
conoce del reelegido presidente del PP es por sus
declaraciones en los medios y por cómo me hablan de él
muchas personas que, creyendo conocerle de verdad, suelen
describírmelo como un tipo estupendo o bien como alguien
menos que regular. Y es que las opiniones sobre Gordillo no
suelen ser de término medio, sino extremas.
Del vicepresidente del Gobierno, en cuanto sale su nombre a
la palestra, los hay que te lo catalogan como persona que
siempre trata de imponer sus criterios y que quien le lleva
la contraria ya puede prepararse para sufrir el castigo que
esté al alcance de sus posibilidades. Y como, desde hace ya
bastantes años, las tiene casi todas, ha ido dejando muchos
heridos y muertos en el camino.
No obstante, nunca he dejado de prestarles atención a los
que lo consideran un hombre bueno, dominado por la
vehemencia y que, en un momento determinado, es capaz de
gritar hasta transformarse en un ser histérico que siembra
la confusión a su alrededor con sus arrebatos incontrolados.
Pero que ese estado de furia le puede durar lo justo para
volver otra vez a ser persona razonable y muy dada a hacer
el bien.
A mí me da igual como sea el carácter de Pedro Gordillo,
aunque sí me preocupa que su forma de ser influya
negativamente en su labor como político. Máxime cuando cada
día que pasa más poder va adquiriendo en todos los sentidos.
Si bien, y aunque sea una perogrullada lo que sigue,
conviene airear que también está aumentando el número de
enemigos que no se acuestan precisamente invocando a ningún
santo para que el presidente del PP sea protegido de
cualquier mal.
Y es que el poder, y el hombre a quien nos estamos
refiriendo lo tiene en cantidad -en esta tierra, claro-, no
sólo atrae afines y entregas interesadas que hasta pueden
gritar mande usted, señor Gordillo, que para eso hemos
nacido..., que ofrece la otra cara: el ser motivo de odio en
todos los aspectos y de repulsas constantes entre
bastidores.
Todo lo que he dicho, y lo que se me queda en el tintero por
falta de espacio y... necesidad de censura, lo sabe
perfectamente Pedro Gordillo. Y, en sus ratos de soledad,
puesto que el poder acaba por convertir en taciturno a quien
lo ostenta, se habrá hecho a la idea de que su situación
tiene fecha de caducidad. Y que, llegado el momento del
adiós, puede ocurrirle lo que es normal en casos como el
suyo y aún de mucha más importancia, que ni los aduladores
se acuerden de él. De modo que bien haría, el consejo es
gratis, en reflexionar si llevan algo de razón sus
furibundos enemigos. Ahora, cuando todavía está en pleno
apogeo.
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