Casualmente el otro día descansé
en la “metarba” disfrutando con una entretenida película,
mensajes incluidos, de título homónimo al de esta columna:
“La sombra del Reino”. Producida el año pasado por Michel
Mann y dirigida por Meter Berg, está protagonizada entre
otros por Jaime Foxx, Chris Cooper y Jennifer Garner. Aborda
un tema de candente actualidad: el ataque de unos
terroristas suicidas, de la franquicia “Al-Qaïda”, contra el
conjunto residencial de una empresa petrolera norteamericana
en Riad, Arabia Saudí; pese a obscenas componendas y contra
el criterio del Departamento de Estado, en una crítica no
precisamente sutil, el FBI logra enviar un selecto equipo de
agentes al país árabe. Escenas de acción a un lado, la
película -que les recomiendo- envía varios mensajes, entre
otros: la colusión de ocultos intereses de alta política
entre Washington y Riad, la diferencia entre el terrorismo
islamista y el mundo musulmán y, sobre todo, la infiltración
de Al-Qaïda en Arabia Saudí, la nación (para ser más exactos
el Régimen, la Casa de Saud) que custodia los santos lugares
del Islam. De ahí el titular en el que insisto y sobre el
que pido reflexionen: la sombra del Reino.
Evidentemente el Reino de Marruecos no es el Reino de Arabia
Saudí, ni en la forma ni en el fondo; tampoco es igual el
contexto ni, mucho menos, son iguales las simpatías de buena
parte de la población hacia la ideología salafista yihadista
(matizaría que “takfir”) de Al-Qaïda y la infiltración de
ésta, tanto en la sociedad civil como en los aparatos de
seguridad, pavorosa en el feudal reino de los Saud… Pero
recuerden, torres más altas han caído: el ejemplo del Sha de
Persia, Rezah Palevi, me parece paradigmático.
Saco esto a relación de la última jodienda, el brillante
desmantelamiento por parte de la Comisaría General de
Información del Cuerpo Nacional de Policía, en colaboración
con sus servicios en Barcelona, de una célula terrorista de
apoyo logístico a Al-Qaïda formada por ocho individuos,
siete de ellos de nacionalidad marroquí: uno nacido en la
cercana Anyera y otros cuatro en Tánger. Sería erróneo,
tremendamente injusto y, según como se contara, una
canallada, identificar a Marruecos y los marroquíes con el
terrorismo islamista, de igual forma que ser vasco no
significa pertenecer a ETA. Pero dos rápidas observaciones,
la primera estadística: sabemos que el 10% de la población
del País Vasco aboga por la independencia, si bien no toda
apuesta por la vía violenta; ¿sabemos qué porcentaje de la
población de origen marroquí en España (Ceuta y Melilla
incluídas) simpatiza, cuando menos, con las tesis yihadistas
de Al-Qaïda?; la segunda es ideológica: ¿dónde “maman”, que
ideología islamista propicia o, cuando, menos, favorece el
“salto” al terrorismo…?. Y una propuesta: no es solo
urgente, sino inaplazable, un pacto de Estado entre dos
países vecinos y, fundamentalmente, amigos, como son España
y Marruecos; urge poner las cartas encima de la mesa y
gestionar abiertamente, a cara de perro, la deriva
ideológica islamista dentro de la comunidad marroquí
asentada en España, sobre un millón de personas, aparcando
diferencias y con las debidas garantías mutuas. Conozco bien
ambos países, sus defectos y virtudes nacionales, estando en
condiciones de afirmar que estamos perdiendo terreno en la
lucha contra el islamismo radical, antesala del terror.
¿Pueden Madrid y Rabat permitírselo…?
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