A veces, y debido a las
circunstancias que prevalezcan en el momento, para gobernar
es mejor alguien con cualidades de zorro y que no haya
descollado en la actividad política. Eso lo vio muy claro
Luis Vicente Moro cuando puso todo su empeño en que
fuera Juan Vivas el elegido para que fuera
presidente, tras el voto de censura al GIL.
Vivas partía, además, con enormes ventajas. Pero decidido a
destacarlas me quedo solamente, con el fin de abreviar, con
dos muy principales: una, que conocía todos los entresijos
de la Casa Grande; y otra, que se sabía de memoria la vida y
milagros de todos los políticos que, desde la llegada de la
democracia, habían ocupado cargos en el Ayuntamiento.
He dicho que quería abreviar, pero me van a perdonar que
sume a las ventajas, que acabo de considerar principales,
una tercera: Vivas llegaba a la cumbre del poder político
local, sin haber sufrido la menor mutilación en la carrera
por obtenerlo. Es decir, que podía auparse al carro de la
victoria con la vitalidad intacta porque no necesitó pelear
para conseguir semejante logro.
El mero hecho de llegar a la presidencia de la Ciudad sin
haberse quemado lo más mínimo como político, a pesar de que
el grupo de confianza de Jesús Fortes se rebelase a
escondidas y bisbiseara maldades contra el hecho a cada
paso, suponía empezar mandando sin mácula alguna. Pero
quedaba por ver si el funcionario destacado y por tanto
partícipe en muchas acciones municipales, que a veces
acababan de mala manera, todo hay que decirlo, era capaz de
mostrar también que era tan astuto cual se le reconocía por
parte de quienes le habían tratado de cerca y
frecuentemente.
Porque era lo que exigía el guión presidencial en un momento
donde el PP había quedado tocado por la caída de Fortes y el
GIL había gobernado como lo que era... Y punto. Y hay que
reconocer que Vivas, durante dos años siendo presidente
impuesto, desplegó toda su sagacidad para que la gente,
mayoritariamente, lo viera como el gobernante por el cual
habían suspirado durante muchos años. La respuesta, pues, no
podía ser otra que la reflejada en las urnas cuando disputó
sus primeras elecciones: mayoría absoluta y fervor
generalizado alrededor de su figura.
El éxito dejó perplejo a propios y extraños. Entre los
propios estaban los miembros de su partido, con más
relevancia, que tenían de Vivas la impresión equivocada que
les había transmitido cierto parlamentario: “Vivas puede que
sea taimado, pero sólo tiene la astucia del conejo”. Que
Santa Lucía le siga conservando la vista.
Transcurrido los años, y ocurrido durante ellos un segundo
éxito resonante en las urnas por parte de Vivas, a éste se
le está valorando, de un tiempo a esta parte, por encima de
cualquier otra cuestión, por su labia. Lo cual me parece
injusto.
Me explico: si los méritos de Vivas para ser el hombre más
admirado de esta ciudad, como lo es todavía, se debieran,
únicamente, a sus dotes oratorias, yo estaría obligado a
airear que los ciudadanos se conforman con muy poco. Ya que
el presidente es un orador de piloto automático. Y está aún
lejos de agradar e interesar con lo que dice. En suma: que
no acaba de seducir por esa razón. Ahora bien, tiene otras
cualidades que le otorgan una gran condición para gobernar.
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