Estoy de acuerdo en que todas las
fuerzas políticas deben de poner sobre la mesa del diálogo
la voluntad necesaria para llegar a puntos de encuentro. El
deterioro del sistema financiero es algo gravísimo que exige
planes conjuntos de actuación. Para ello, los políticos han
de recuperar, lo que muchos han perdido, el sentido de
Estado. Cuando es ignorada esta cuestión, la capacidad de
respetar el derecho y de reconocer lo conveniente para la
generalidad empieza a desvanecerse. Reunirse, pues, todas
las veces que sea necesario para buscar soluciones a un
problema que nos afecta a todos, no sólo me parece oportuno
y necesario, sino también un acto de justicia. La política
debe tener muy presente que su finalidad es el servicio.
Está para servir a los demás, y sobre todo al bien común,
que es el bien de todas y de cada una de las familias.
Aplaudo a esos políticos de Estado, aquellos que siempre van
más allá del mero aplauso de los suyos, de la popularidad
del poder, porque este país les precisa para servir y no
para servirse como lo vienen haciendo otros de poca monta.
Éstos suelen tener en su agenda, más que ganar a toda costa,
un haber inconfundible: el convencer con la transparencia
debida y la coherencia deseada. Dicho lo anterior, también
considero que está bien que los políticos apoyen a las
entidades crediticias para que tengan solvencia, pero de
igual modo deben auxiliar a esas familias que su economía
también está en números rojos. Hay que gobernar sobre todo
para esos ciudadanos que están más tiesos que la mojama,
porque se han quedado sin el derecho y el deber al trabajo.
Es cierto que la economía es un medio fundamental de
subsistencia, no ha de ser un fin, puesto que hay
necesidades humanas básicas de familia que no pertenecen al
frío mundo de las finanzas, que no pueden comprarse o
venderse como mercancías. Para ellas necesitamos algo más
que un simple aval. La economía cumplirá su papel si está
complementada por gobiernos eficaces, que tengan entre sus
filas a políticos de Estado, gente comprometida capaz de
injertar más allá de un mero papel crediticio, valores
éticos capaces de restablecer una sociedad menos
mercantilista, con más corazón y con generosidad a raudales.
Dones que se necesitarán cada vez más en estos tiempos
difíciles de la globalización.
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