Llegó a mi domicilio en Tetuán,
por correo y apenas unas horas antes, la invitación de la
UNED-Ceuta para la apertura del Curso Académico 2008-2009,
firmada al alimón por mi respetada y atractiva Isabel Deu,
en su calidad de Presidenta del Consorcio Rector y mi buen y
querido amigo, Fernando Jover. Con el macuto todavía a
cuestas, la maleta entreabierta y los efectos personales sin
recoger tras la última salida, difícil era que pudiera
acercarme a Ceuta, siempre ciudad querida, a participar del
feliz evento. Sirvan pues estas líneas a modo de
justificación de mi ausencia. Siento además perderme la
lección inaugural, “Polonia, frontera oriental de la Unión
Europea”, a cargo del corresponsal de la Agencia EFE en el
país, Ignacio Temiño y que a buen seguro será un éxito.
Empareda entre dos colosos, Alemania y Rusia y a excepción
de las montañas de los Sudetes, Polonia está cruzada por una
gran y fértil llanura sin defensas naturales salvo las
cuencas de los ríos Oder Vístula, lo que no ha facilitado
precisamente el mantenimiento de su independencia. El país
sucumbió en 1939 a la brutal invasión combinada de los
ejércitos alemán (1 de septiembre) y soviético (17 de
septiembre), dando comienzo a la II Guerra Mundial. A estas
alturas todavía ignoro las razones franco-inglesas (los
historiadores aducen el protocolo adicional secreto del
pacto militar anglo-polaco, del 25 de agosto) para declarar
las hostilidades al Tercer Reich, absteniéndose sin embargo
de hacerlo a la URSS. El resto es sabido: desde las heroicas
cargas de la caballería contra los tanques de Guderian, a la
fría y calculada masacre de la oficialidad polaca (más de
cuatro mil hombres) durante la primavera de 1940 en las
fosas de Katyn, cerca de Smolensko, por el Ejército Rojo,
para desembocar finalmente en el levantamiento del gueto
judío de Varsovia, abandonado vergonzosamente por los
Aliados a su suerte. Por no hablar de los campos de
exterminio de la población judía europea (Treblinka y
otros), que filonazis como el actual presidente de la
República Islámica de Irán, Ahmadineyad, aun se atreven a
cuestionar, mientras amenazan impunemente ante la cobardía y
pasividad de la comunidad internacional con rematar la obra
de Hitler, destruyendo el Estado de Israel.
País de fuerte acervo católico, su movilización por el líder
sindicalista Lech Walesa y el sindicato “Solidaridad” (con
el decisivo y nada disimulado apoyo del Vaticano, siendo
Papa el polaco Karol Wojtila, Juan Pablo II) llevó a abrir
una grieta en el seno del comunismo polaco, propiciando su
caída y arrastrando luego con ella, tras la debacle del
Ejército soviético en Afganistán, el fin de la URSS. ¿La
revancha de Dios, en este caso el Dios cristiano..?. La
realidad es que, desde entonces, Dios y sus diferentes
formulaciones (con el Cristianismo y sobre todo bajo el
Islam) dentro de la fenomenología de las religiones se ha
convertido en un actor político de primera fila. Polonia fue
un desencadenante (junto a Irán, Afganistán, Argelia…) de lo
que podríamos denominar “teología revolucionaria
alternativa” (por diferenciarla de la asumida por el Poder),
que no ha dejado de convulsionar el mundo desde entonces.
Habría sido muy interesante haber podido hablar con Ignacio
Temiño sobre qué resta, actualmente, de todo aquel fervor
religioso-nacionalista en la muy católica y muy fiel patria
polaca.
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