No me atrevía a contar en el colegio que mis padres se
habían separado... Estaba muy triste y no me concentraba
para estudiar. Mis notas bajaron. Tampoco me apetecía salir
con mis amigos”. Así vivió Luis la separación de sus padres.
Su testimonio, recogido en la sección ‘Ser joven’ de la
página web de la Asociación Española de Pediatría de
Atención Primaria (AEPap), refleja los ‘efectos secundarios’
de las rupturas conyugales en los hijos.
La tristeza es un sentimiento muy común entre los niños y
niñas que ven como cambia su estructura familiar. Pero
también lo es, al parecer, el trastorno de ansiedad por
separación.
Mireia Orgilés, José Pedro Espada, ambos de la Universidad
Miguel Hernández de Elche (Alicante) y Xavier Méndez
Carrillo, de la Universidad de Murcia, firman un trabajo en
el último número de la revista ‘Psicotema’ [publicación del
Colegio Oficial de Psicólogos del Principado de Asturias]
que constata que los menores que han vivido una separación
conyugal presentan niveles de ansiedad por separación y de
ansiedad generalizada mayores que los niños cuyos padres
permanecen juntos.
Los datos de la nueva investigación se han obtenido tras
comparar la presencia de síntomas de ambos tipos de ansiedad
en 95 estudiantes, de ocho a 12 años con padres separados o
divorciados, con otros tantos menores que no han vivido este
trance.
“Los niveles más elevados de ansiedad en los hijos de padres
divorciados se manifiestan sobre todo en el plano
psicofisiológico y motor... Cuando no permanecen con sus
progenitores sienten molestias físicas, como dolor de cabeza
o tripa, tienen ganas de llorar y tratan de evitar la
separación física con ellos a través, por ejemplo, de
llamadas telefónicas...”, determinan los autores en sus
conclusiones.
Sobre todo si su custodia no es compartida. “Este hecho es
muy importante en el desarrollo de los hijos, y en este
sentido, defendemos claramente la opción de la custodia
compartida. La Ley dice que se conceda de esta forma casi
como último recurso cuando debería ser el primero”, recuerda
a elmundo.es José Cantón, del Departamento de Psicología
Evolutiva y de la Educación de la Universidad de Granada.
Desde que en 1981 se aprobó en España la Ley del Divorcio,
el número de separaciones se ha incrementado de forma
considerable año tras año hasta convertirnos en el país de
la Unión Europea con las mayores tasas. En 2006, por
ejemplo, se registraron 93.000 divorcios y 55.000
separaciones.
La Asociación Americana de Psiquiatría considera la ruptura
conyugal como “una experiencia muy estresante para los hijos
que puede tener consecuencias a corto, medio y largo plazo y
que es capaz, además, de generar problemas físicos,
emocionales, escolares y sociales.
Los motivos. “El desarrollo emocional saludable de todo ser
humano requiere que la presencia de un padre y una madre se
acompañe de la adopción de responsabilidades en tareas de
cuidado y protección de los hijos, así como la necesidad de
construir un contexto familiar amoroso, consistente y
estable que propicie y favorezca la instauración y
consolidación de sentimientos de confianza básica en el
niño”, documenta Reyes Vallejo, profesora de la Facultad de
Psicología de la Universidad de Sevilla.
De hecho, y pese a que “la mayoría de los niños se adapta
bien al divorcio, de un 20% a un 25% desarrolla síntomas
graves. Aunque muchos aparenten normalidad, pueden estar
sufriendo altos niveles de estrés y sentimientos de dolor.
Una de las consecuencias a largo plazo más frecuentes es el
sentimiento de pérdida del padre y la tendencia a enjuiciar
su vida actual a través del prisma del divorcio vivido,
especialmente cuando fue conflictivo y bajo la custodia
exclusiva de la madre”, explica el profesor Cantón.
Los autores del nuevo trabajo han constatado también que el
impacto psicológico de la separación varía según la edad del
menor y el género. “Los menores de ocho y nueve años de
padres separados presentan más ansiedad que los chicos más
mayores y las niñas presentan más miedo a la separación
momentánea de los progenitores que los niños”, insisten.
Diferente también es la forma de manifestar el ‘golpe’ de la
separación. “Las chicas tienden más a interiorizar los
problemas (psicomatización, ansiedad, depresión...) y ellos
a exteriorizarlos (desobediencia, conductas agresivas o
antisociales)”, apunta el profesor de Granada.
Normalmente, los hijos de padres separados residen con “la
madre y permanecen con el padre eventualmente. Pero en los
periodos de vacaciones el niño se traslada al hogar paterno,
momento en el que el contacto con la madre es esporádico...
La separación de ella puede condicionar la ansiedad del niño
en ocasiones futuras, aumentando su vulnerabilidad a
reaccionar de forma ansiosa ante cualquier separación
cotidiana”, reflexionan los profesores de la Universidad
Miguel Hernández y la de Murcia.
Ésta es una de las razones por las que aseguran que “la
cooperación entre cónyuges y la ausencia de desavenencias
entre ellos favorece un contacto frecuente del niño con
ambos y, por tanto, puede reducir su conducta de temor ante
la ausencia de las figuras de apego y fomentar su confianza
y autonomía”.
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