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OPINIÓN - LUNES, 13 DE OCTUBRE DE 2008

 
OPINIÓN / EDITORIAL

Fiesta Nacional

Los Reyes de España presidieron ayer por la mañana, un año más, el tradicional desfile con motivo del Día de la Fiesta Nacional, en el que participaron más de 4.600 militares de los tres ejércitos y al que, además os príncipes de Asturias, los duques de Palma y la infanta Elena, se pudo ver en la tribunal principal al presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero; a sus homólogos del Congreso y del Senado; a los del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Constitucional y a los presidentes autonómicos de Madrid, Extremadura, Castilla y León, Castilla-La Mancha, Cantabria, Ceuta y Melilla, y dirigentes políticos, entre ellos el líder del Partido Popular, Mariano Rajoy. Por una vez, después de la contaminación que en forma de polémica política había rodeado este acto en años anteriores, en 2008 la única salsa extra de la festividad fue el desliz que, en conversación privada con Javier Arenas, el presidente del PP cometió ante un micrófico que captó cómo calificaba de “coñazo” el desfile de ayer. La broma, pues tampoco viene al caso darle mayor importancia a semejante tontería, ha cobrado más dimensión de la que debiera a causa del injustificadamente extendido tópico que atribuye a los políticos de la derecha y el centroderecha español mayor vocación castrense y nacional que a los de cualquier otra parte del espectro político español. Durante muchos años, a causa posiblemente del uso que hizo el Régimen de ella, la bandera española pareció patrimonio de una única parte de los españoles. Primero, porque esa parte hacía ostentación de ella. Segundo, porque la otra, la izquierda, renunció de una forma un tanto responsable a la misma. Desde hace un tiempo, y seguramente a ello haya contribuido más que nada la reciente victoria de España en la Eurocopa, como el Mundial hizo lo propio en Alemania, ser y sentirse español ha empezado a dejar de ser algo que no convenía airear. Todos nuestros políticos debería contribuir a normalizar el orgullo de ser español, sin más, por delante de cualquier inclinación ideológica.
 

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