Uno de los consejos que me dio la
sabia de mí abuela decía: “el que tiene un amigo, tiene un
tesoro”. Fiel, como siempre, a los consejos de mí abuela,
trato de conservar todas mis amistades, las de verdad, como
auténticos tesoros que me ha regalado la vida.
En la mayoría de las ocasiones los amigos, los de verdad,
son mucho mejores que algunos familiares, incluidos los más
cercanos. En mí caso particular se dan todas esas
circunstancias. Por eso, sencillamente por eso, es por lo
que guardo como oro en paño la amistad.
Hay que saber distinguir la amistad verdadera, de los
conocidos. Amigos hay pocos y buenos, conocidos hay
muchísimos más, sobre todo de barra y de copas y aunque se
le tenga cierto afecto, nunca llegarán a ocupar el puesto de
lo que es la auténtica amistad.
Hay amigos a los que usted ve cada día y comparte con ellos
sus penas y sus alegrías. Sin embargo hay otros a los que
usted ve de año en año e incluso cuando han pasado varios
años y eso no es óbice para que el sentimiento de la
amistad, porque la amistad es un sentimiento, hay decaído lo
más mínimo. El sentimientote la amistad, a pesar de la
distancia y del tiempo, permanece inalterable.
En Fuengirola, ciudad a la que le profeso un enorme cariño,
tengo muchos conocidos a los que les tengo afecto pero
también tengo amigos a los que les tengo un gran cariño.
Amigos desde hace muchos años con los que hemos compartidos
todas nuestras ilusiones, y a pesar de la distancia y del
tiempo que tardamos en vernos, los lazos de nuestra amistad,
cada vez, se hacen mayores.
Es el caso que me sucede con mis amigos Juan e Isabelita
que, a pesar de vernos unas horas cada año, cuando nos
reunimos echamos al vista atrás y haciendo memoria vieja,
nos trasladamos a los tiempos donde se forjó nuestra
verdadera amistad.
No nos hace falta vernos cada día. Nos tiramos tiempo sin
vernos, pero tanto ellos como nosotros, sabemos que si en
algún momento somos necesarios estaremos al pie del cañón,
presto a facilitarnos lo que a algunos de nosotros les haga
falta. Esa es la verdadera amistad. La que no arrastra
interés alguno. A la que sólo le mueven los sentimientos de
cariño y respeto.
Isabelita, me hizo en muchas ocasiones de “secretaria”,
recogiéndome los recados de RNE, cuando no estaba en casa y
con Juan me llevé una de las más grandes alegrías de mí vida
cuando salió de la Academia hecho todo un señor oficial. Por
cierto, tengo una foto, con sable y gorra en cumplimiento de
lo que le había prometido a mí amigo.
El triunfo de mis amigos los hago míos. Y él consiguió a
fuerza de sacrificio todo lo que se había propuesto. Lo
celebramos, como lo celebran los amigos de verdad, con un
abrazo sincero.
No puedo remediarlo sigo siendo fiel a todos los sabios
consejos que me dio mí abuela. Adoro la amistad verdadera y
trato de conservarla como oro en paño. Juan e Isabelita, se
encuentran entre ese reducido grupo de amigos que tengo y a
los que le entrego toda mi amistad, la misma que recibo de
ellos sin pedir nada a cambio.
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