En un país como el nuestro que ha
de ser indisoluble en la unidad, pero a la vez respetuoso
con las nacionalidades y regiones que integran las diversas
autonomías, pienso que la cuestión de la equidad es
fundamental. Creo que es la gran asignatura pendiente, su
ausencia dispara la inmoral desigualdad que sufrimos. La
siembra de derechos fundamentales, fuera de un marco de
autenticidad solidaria y de responsabilidad, se quedan en
nada. Todo parece moverse por la fiebre del oportunismo, en
vez de por la fiebre de la oportunidad para toda la
ciudadanía. A los hechos me remito, tenemos necesidades
manifiestas en este traqueteo de vueltas y revueltas.
Necesidades de empleo, educativas, sanitarias… Son tantas
que tenemos empeñadas las risas por los gritos desesperados.
Hace falta que se haga visible la justicia, la ecuanimidad,
la entereza, el equilibrio, la legalidad, la rectitud, la
integridad, la templanza… para que el ciudadano no le
despierte la angustia y se vea solo, con un montón de cruces
inseguras que le clavan por doquier. Hemos perdido la
ternura de los cuerpos humanos, el verso en el alma, nadie
nos escucha en el dolor, nadie nos responde sabiamente, los
gobiernos se han quedado sin pulso para ponderar
prudentemente la situación y decidir imparcialmente sobre el
espanto de los gemidos.
Es hora que la ciudadanía responda, exija a los políticos y
a la política horizontes humanos. No más tormentos. Cuando
menos que nos digan qué significan estos oportunistas que
nos quieren comprar como mercancía barata, que quieren
pensar por nosotros y hasta vivir por nosotros. Exijo un
corazón sabio a la razón política. La persona ha de estar en
el centro de la política y de los políticos. Ahora no lo
está. Sabemos que son ilegítimas las políticas que no están
al servicio del bien común. Lo malo es que nadie detiene a
los infractores ni los sonroja. Aquella política de paz y
para la paz que ha de ser un valor y una realidad, resulta
que no es tal, se sirven como nunca puñaladas traperas. De
igual modo, la autoridad deberá ser pensada y articulada de
forma más horizontal y más compresivamente. Reprobado sea el
político, pues, que no tiene ideas y que pasa de tomar
conciencia de la responsabilidad de su papel.
Bienaventurado, sin embargo, sea ese otro político, aunque
esté en minoría, cuya persona por si misma ya refleja la
credibilidad, porque ha tomado el abecedario de la
coherencia como lenguaje de sus andanzas y la verdad como
vestimenta en todos los foros.
En nuestras sociedades no basta la ley del mercado y la
globalización; hay que tener en cuenta la necesaria
solidaridad. Es vital un desarrollo con equidad. La alta
tasa de desempleo, por ejemplo, suele traer consigo serios
riesgos de explotación. El momento actual es propicio para
ello. Por eso, es necesario también velar atentamente por la
equidad del salario y las condiciones de trabajo, para que
se garanticen los derechos básicos, con el contenido y
alcance que para cada uno de los mismos disponga su
específica normativa. Si ya Aristóteles en su tiempo dijo
que la equidad es la justicia aplicada al caso concreto, no
en vano es extensiva a los ámbitos laboral, étnico,
político, religioso, social y de género, su receta para el
momento presente de tanto desenfreno “autorizado”, pienso
que es pura necesidad. Urge que reine y gobierne lo justo en
plenitud. Es lo que toda la ciudadanía en su sano juicio
quiere y desea, por encima de cualquier norma
presupuestaria.
Por supuesto, no se puede obviar la idea aristotélica del
que piensa que lo justo es lo igual, porque así es; pero no
para todos, sino para los iguales. De igual modo que, por el
contrario, lo justo es lo desigual, y así es, pero no para
todos, sino para los desiguales. Digo esto, porque ahora que
tanto se habla de igualdad, incluso se ha creado un
ministerio a propósito, podemos caer en una apuesta por un
modelo social basado en el reconocimiento de las mismas
posibilidades para todos, sin tener en cuenta que no toda la
ciudadanía parte desde el mismo punto de partida, porque hay
desproporciones incuestionables. A veces es necesario
subrayar que la insistencia en la igualdad está bien, pero
que debe ir acompañada también por una atención renovada a
la diferencia y un gran respeto al carácter específico del
hombre y de la mujer. Por eso, creo que es mejor apostar por
una ciudadanía en la igualdad dentro de la diversidad. Ya se
sabe que la primera igualdad es la equidad. Lo suyo es una
sociedad que facilite la igualdad de oportunidades y
ahuyente toda sombra de discriminación entre sus miembros,
(que no “miembras” como vociferó una célebre política de
mando en plaza que dejó mudo a los honorables académicos de
la lengua), sea hombre o mujer en definitiva.
La clase política española debiera caer en la cuenta, por
consiguiente, de que la equidad hay que sacarla del tajo del
olvido, o de los amores imposibles que nos venden, lo que
nos obliga a presupuestar objetivos que debemos conseguir
para avanzar hacia una sociedad más justa. Con la mera
creación de un Ministerio de Igualdad no se solventa el
problema. Tampoco hay que llevar la igualdad al extremo. Se
tornaría injusto, al no tener en cuenta las diferencias. Y,
al mismo tiempo, una sociedad donde los ciudadanos no se
reconocen como iguales, tampoco podrá ser justa. Por mucho
que se nos venda lo contrario, el aumento de las
desigualdades entre nacionalidades y regiones de un mismo
país como España, son evidentes. Conclusión: esto debe
llevarnos a replantear el valor de la equidad como valor
sustancial al desarrollo. Hay que hacerlo valer si se quiere
con disciplina política, con amor poético, con buena suerte,
pero, sobre todo, con tenacidad y empeño. Nada debe turbar
la ecuanimidad estética de la vida.
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