Con el comienzo del curso escolar
se recupera, una vez más, el problema de los “deberes”
escolares. ¿Es obligatorio que nuestros alumnos,
principalmente los de Primaria, los realicen? La polémica
está servida. En estos días, en una cadena de televisión, en
un programa matinal, salieron a debate. Padres, psicólogos,
pedagogos, enseñantes… intervinieron. Y, como siempre viene
ocurriendo, no hubo acuerdo sobre si eran obligatorios, y lo
que quedó algo claro fue que sí eran convenientes.
Como el tema viene de lejos, mis recuerdos, en mi etapa de
maestro, me dicen que yo era partidario de que mis alumnos,
después de su jornada escolar, dedicaran, de su tiempo
libre, en su casa, un tiempo prudencial para que también se
vieran implicados todos los miembros de la familia. En
algunos casos, los padres, responsablemente, enviaban a sus
hijos a maestros particulares, o bien, estos visitaban a los
alumnos a sus domicilios. Dependía de su poder adquisitivo.
En el supuesto que los “deberes” sean aceptados, es
necesario que, por mi parte, haya una correcta coordinación
entre aquellos enseñantes que atienden al grupo-clase y, por
otra, que estén íntimamente relacionados con las
competencias que se quieren conseguir. Si nos referimos a
alumnos de Primaria, generalmente, es el maestro tutor el
que imparte las materias básicas, por lo que no será
necesario coordinación alguna.
Algunos padres, en mi etapa de maestro, se quejaban de la
aplicación de los mismos, pero no por el hecho en sí, sino
por la sobrecarga de trabajo que la imposición llevaba
consigo, aunque, por otro lado, habían padres que los
solicitaban, siendo estos los que más cómodamente eludían la
responsabilidad de que los alumnos realizaran sus “deberes”,
ya que delegaban en los “socorridos” maestros particulares.
En este caso, quiero recordar algunos casos de ponerme en
contacto con estos trabajadores libres de la enseñanza, para
la coordinación de estrategias unificadas.
En una ocasión fui objeto de un pequeño “levantamiento” por
parte de un grupo de alumnos, ya en la ESO, que se negaban a
realizar los “deberes”, al parecer con la supuesta
aprobación de sus padres, conductas que nunca llegué a
entender. Me afirmaron que los “deberes” hacían algún tiempo
que estaban prohibidos, que lo había dicho el Ministro de
Educación, por lo que se declararon “objetores” para tal
efecto.
Yo, enseguida, me di cuenta de donde procedía el rechazo a
la realización de los “deberes”. Algún padre, cuando él
estudiaba, se produjo, en efecto, un comentario al respecto,
procedente del Ministro de Educación, Sr. Maravall, que lo
fue en los gobiernos de Felipe González (1982-1988). Sus
palabras fueron mal interpretadas, ya que no fue exactamente
así, sino que se refería a que no eran conveniente
aplicarlos a los alumnos más pequeños, Preescolar, y
dosificarlos para los cursos superiores.
En resumen, ¿qué se pretende con los “deberes”? Sin duda,
afianzar los conocimientos que diariamente se imparten en la
escuela.
En tiempos muy pasados, quizás remontándonos al siglo XIX,
cuando en las aulas había más de 50 alumnos, los materiales
se empleaban de forma comunitaria y los métodos de
aprendizaje eran la repetición, el canto y el ábaco. Por el
número de alumnos, los mayores ayudaban al maestro en la
enseñanza y, además, durante el recreo, el maestro prestaba
atención especial a los más atrasados y a aquellos que
habían sido sancionados con la privación del recreo. Era
imposible en esos tiempos hablar de “deberes”, pues,
aquellos que habían tenido la suerte de asistir en un día
determinado, deseaban llegar a casa para ayudar en las
faenas agrícolas y ganaderas.
En mi etapa de alumno, en aquel Colegio unitario, donde
permanecí hasta los once años, no se hablaba de “deberes”
como tales. Con los conocimientos que nos transmitían
aquellos dos maestros, padre e hijo, teníamos suficiente.
Claro, que en casa, sin apoyos de ninguna clase, era
obligatorio el estudio de las materias recogidas en aquellas
enciclopedias, compedios de todas ellas, así como el
Catecismo. El padre, responsable de los mayores, sacaba en
filas a los distintos grupos, para tomarnos la lección. Eran
situaciones como contestar a las preguntas sobre los ríos de
España, con sus afluentes; los reyes godos, que fueron
treinta y tres; la heroicidad de Viriato… Con el sólo hecho
de estudiar en casa, dábamos respuestas al apartado de los
que todavía no llamábamos “deberes”.
Aceptados los “deberes”, por parte de los enseñantes, existe
el compromiso de ser corregidos, al menos de forma
colectiva, porque de no ser así puede dar la sensación de
ser un “fraude”, porque el alumnado enseguida se dará cuenta
de que no sirven para nada.
Recuerdo al compañero que para su realización disponían los
alumnos de un segundo cuaderno para las Matemáticas y para
el Lenguaje. El ejemplar maestro se los llevaba a la Sala de
Profesores y, mientras algunos compañeros desayunaban, él se
dedicaba a la corrección de los cuadernos. Incluso se los
llevaba a su casa. Lo importante era que los alumnos
observaran las correcciones con las anotaciones pertinentes.
Ahora Paquito, que se ha incorporado a su nuevo Centro de
Primaria para hacer el 3º Curso, está “sufriendo” la
avalancha de “deberes” que su tutora, responsable de
Lenguaje, Matemáticas y Sociales, de cada una de las
materias exige una serie de actividades para que las realice
en su casa, que según su propia apreciación es una
“exageración”. ¡Un verdadero agobio! No puede prestar
atención a los dibujos animados, ni a los juegos de la Wii,
ni a su maquinita… Y encima sus padres, porque él está de
acuerdo, lo han apuntado a las clases de tenis… Confiesa que
terminará estresado…
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