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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 8 DE OCTUBRE DE 2008

 

OPINIÓN / EL OASIS

José Antonio Rodríguez
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Con él congenié yo desde el primer día que nos presentaron en la ‘Cafetería Triana’, cuando la regentaba Miguel Sanmiñán. Entonces, en la ciudad sólo se hablaba del GIL mientras la estrella de Jesús Fortes declinaba con enorme celeridad.

Luego, cuando los gilistas sucumbieron a la misma velocidad con la que accedieron al poder, me lo encontré formando parte del equipo de Juan Vivas convertido en presidente por un voto de censura pedido a gritos casi mayoritariamente. Y me dije entre mí: José Antonio Rodríguez tiene la virtud de ser agradable sin proponérselo. Algo que no está al alcance de cualquiera.

Al cabo de cierto tiempo, tuvimos oportunidad de entablar relaciones que nos permitieron conversar con cierta asiduidad. Solíamos hablar con claridad meridiana de cuanto nos apetecía. Y hasta me permití, en un arranque de atrevimiento, darle algún que otro consejo a un recién llegado a la política que lo hacía colmado de ilusiones y pletórico de confianza en sus posibilidades.

En realidad, no es difícil llevarse bien con José Antonio. En absoluto. Y no lo es, créanme, porque durante muchos años se ha venido ganando el sustento pateándose la calle. Y ello le ha concedido la posibilidad de contar con un sexto sentido que le ayuda muchísimo a conocer con quién se juega los cuartos.

Por tal motivo, me desconcerté bastante cuando un día me enteré de que su paso por la televisión pública, cuando le tocó ocupar un cargo en ella, le había hecho comprometerse sin dejarse llevar por esa intuición, referida anteriormente. Pero todos cometemos errores y mi estimado José Antonio no tenía por qué ser una excepción.

Si bien, en cuanto tuve la menor oportunidad, le advertí del hecho, aun a sabiendas de que me estaba metiendo en camisa de once varas. Pero él me respondió sin torcer el gesto y tratando de convencerme de las acciones que había emprendido.

Su labor en la viceconsejería de Turismo, con pocos medios, fue buena. Huyo de las empresas faraónicas, como no podía ser menos, y consiguió estrechar lazos entre Ceuta y los pueblos blancos de Andalucía. Jamás vendió humo. Sin embargo, me consta que a su alrededor había personas que estaban ya dispuestas a quitárselo de encima. Es decir, a echarlo de la viceconsejería.

Lo que nadie esperaba, y mucho menos yo, es que le endilgaran la consejería de Gobernación. Tan compleja como capaz de minar la fortaleza física de quienes pasan por ese cargo. Podría mencionar a políticos que lo han pasado muy mal en ese destino. Por más que lo haya emperrado en decirme que el sitio tiene su encanto.

Días atrás hallé a Rodríguez en el piso donde sienta sus reales el presidente de la Ciudad. Procedía yo del tercero y venía de preguntar por el fantasma que, al parecer, deambula en esa planta por las noches. Y descubrí que el consejero de Gobernación es una persona triste. Muy triste. Y que, por si fuera poco, respondía con monosílabos. Y, aunque algo al respecto me habían contado, no me lo creí hasta no comprobarlo.

Espero, por el bien de él, que levante el ánimo y mire hacia delante sin miedo a lo que pueda ocurrirle cuando finalice el congreso de su partido. Y seguro que le irán mejor las cosas en todos los aspectos. Porque lo que sea sonará a su debido tiempo. Y no tiene por qué deprimirse tan pronto y tal vez sin motivos.
 

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