Decir que yo fui un lector
empedernido del maestro Jaime Campmany es un redoble
de tambor. Una forma de repetirme con mucho agrado para
recordar a quien fuera genial a la hora de valerse de las
frases hechas y de los dichos, en sus artículos, para poner
a los políticos no sólo en su sitio sino para retratarlos de
cuerpo entero.
Las frases hechas fueron empleadas por los clásicos con
mucha frecuencia. Aunque bien cuidado ponían en no usarlas a
troche y moche. Puesto que hacerlo a tontas y a locas, cual
decía Quevedo, es la mejor manera de obtener el
efecto contrario. Es decir, que el sujeto termine siendo
víctima de su propia expresión burlesca. Y pasando, por
tanto, a ser definido como bobo de capirote. De ahí que su
uso sea restringido por miedo a meter la pata.
Unamuno llama tonto de capirote: “El que con un
capirote o bonete puntiagudo hace de tonto en las fiestas”.
Es un tonto de alquiler y casi oficial. El tonto de atar es
ya otra cosa”. Unamuno, de haber vivido en esta época, no
habría tenido la menor duda a la hora de catalogar de
necedad el acto presidido por Juan Luis Aróstegui, un
año más, y esta vez en la calle Jáudenes.
Aróstegui se ha creído que es la sal de la tierra. Sepan que
la sal preserva de la corrupción, condimenta los alimentos y
es figura y símbolo de la sabiduría. “Se dice que una
persona es la sal de un grupo representativo, ideología o
lugar, cuando representa los principios intachables y
fundamentales de esa sociedad o institución”.
Analicen ustedes, estimados lectores, si el secretario
general de Comisiones Obreras y hombre fuerte del PSPC, amén
de ostentar otros cargos, puede seguir creyendo que la gente
dice de él que pone en los cuernos de la luna. “Se usa esta
expresión para ensalzar a alguien y situarla en el más alto
pedestal. Este tipo de elogio tiene casi siempre cariz de
estima, afecto y admiración personal entre quien hace la
balanza y la recibe”.
Eso sí, Aróstegui tiene todo el derecho del mundo a seguir
picando muy alto. Sin darse cuenta de que sus pretensiones
son desproporcionadas respecto a sus méritos. Cuando en
realidad, hace ya mucho tiempo que ha sido arrojado por la
roca Torpeya. La expresión “ser arrojado por la roca torpeya”,
es empleada para indicar la pérdida de popularidad.
Popularidad que, la verdad sea dicha, nunca tuvo el ya
varias veces reseñado Aróstegui.
Y mira que este individuo lleva tiempo presumiendo de ser de
la cáscara amarga. O sea, que está convencido, y lo airea a
cada paso, de que es el político de costumbres e ideas más
avanzadas que ha nacido en esta tierra. Y por ello se bate
el cobre diariamente. Aunque, a pesar del intenso empeño que
pone en la tarea, es lo mismo que la carabina de Ambrosio.
Lo cual significa que todas sus acciones no le valen para
nada.
Pero el hombre tiene más moral que el Alcoyano. Así, en vez
de hacer mutis por el foro, continúa pidiendo cotufas en el
golfo. Vamos, peticiones de cosas imposibles. A sabiendas de
que es un demagogo. Más le valdría, pues, a Juan Luis, darse
cuenta de que aquellos polvos traen estos lodos. Y que él
cometió tantos errores y desórdenes en el pasado, sí,
hombre, cuando hacía lo que hacía... Que ni siquiera es
capaz de ganarse un ¡Viva Cartagena! Para ponderar su
evidente mediocridad.
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