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OPINIÓN - MARTES, 7 DE OCTUBRE DE 2008

 

OPINIÓN / EL OASIS

Frases hechas
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Decir que yo fui un lector empedernido del maestro Jaime Campmany es un redoble de tambor. Una forma de repetirme con mucho agrado para recordar a quien fuera genial a la hora de valerse de las frases hechas y de los dichos, en sus artículos, para poner a los políticos no sólo en su sitio sino para retratarlos de cuerpo entero.

Las frases hechas fueron empleadas por los clásicos con mucha frecuencia. Aunque bien cuidado ponían en no usarlas a troche y moche. Puesto que hacerlo a tontas y a locas, cual decía Quevedo, es la mejor manera de obtener el efecto contrario. Es decir, que el sujeto termine siendo víctima de su propia expresión burlesca. Y pasando, por tanto, a ser definido como bobo de capirote. De ahí que su uso sea restringido por miedo a meter la pata.

Unamuno llama tonto de capirote: “El que con un capirote o bonete puntiagudo hace de tonto en las fiestas”. Es un tonto de alquiler y casi oficial. El tonto de atar es ya otra cosa”. Unamuno, de haber vivido en esta época, no habría tenido la menor duda a la hora de catalogar de necedad el acto presidido por Juan Luis Aróstegui, un año más, y esta vez en la calle Jáudenes.

Aróstegui se ha creído que es la sal de la tierra. Sepan que la sal preserva de la corrupción, condimenta los alimentos y es figura y símbolo de la sabiduría. “Se dice que una persona es la sal de un grupo representativo, ideología o lugar, cuando representa los principios intachables y fundamentales de esa sociedad o institución”.

Analicen ustedes, estimados lectores, si el secretario general de Comisiones Obreras y hombre fuerte del PSPC, amén de ostentar otros cargos, puede seguir creyendo que la gente dice de él que pone en los cuernos de la luna. “Se usa esta expresión para ensalzar a alguien y situarla en el más alto pedestal. Este tipo de elogio tiene casi siempre cariz de estima, afecto y admiración personal entre quien hace la balanza y la recibe”.

Eso sí, Aróstegui tiene todo el derecho del mundo a seguir picando muy alto. Sin darse cuenta de que sus pretensiones son desproporcionadas respecto a sus méritos. Cuando en realidad, hace ya mucho tiempo que ha sido arrojado por la roca Torpeya. La expresión “ser arrojado por la roca torpeya”, es empleada para indicar la pérdida de popularidad. Popularidad que, la verdad sea dicha, nunca tuvo el ya varias veces reseñado Aróstegui.

Y mira que este individuo lleva tiempo presumiendo de ser de la cáscara amarga. O sea, que está convencido, y lo airea a cada paso, de que es el político de costumbres e ideas más avanzadas que ha nacido en esta tierra. Y por ello se bate el cobre diariamente. Aunque, a pesar del intenso empeño que pone en la tarea, es lo mismo que la carabina de Ambrosio. Lo cual significa que todas sus acciones no le valen para nada.

Pero el hombre tiene más moral que el Alcoyano. Así, en vez de hacer mutis por el foro, continúa pidiendo cotufas en el golfo. Vamos, peticiones de cosas imposibles. A sabiendas de que es un demagogo. Más le valdría, pues, a Juan Luis, darse cuenta de que aquellos polvos traen estos lodos. Y que él cometió tantos errores y desórdenes en el pasado, sí, hombre, cuando hacía lo que hacía... Que ni siquiera es capaz de ganarse un ¡Viva Cartagena! Para ponderar su evidente mediocridad.
 

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