Es de bien nacido ser agradecido y
allí acudí puntual, primero a la misa en la iglesia de San
Francisco y luego al discurso oficial, seguido de una copa
de vino español, en el hotel Ulises, actos con los que el
Cuerpo de Policía Nacional festejó ayer a sus santos
patronos, Los Ángeles Custodios. Entré a altas horas de la
madrugada por el paso fronterizo de El Tarajal, con el traje
recién planchado colgado en el coche y felicitando, de paso,
en su fiesta a los aduaneros de servicio en el vecino país.
“Net y pulit” pero “a la iraní”, sin corbata (varios años
llevándola de adolescente generaron cierta alergia en la
madurez) quise corresponder a la amable invitación de El
Delegado del Gobierno y, en su nombre, el Jefe Superior de
Policía, acudiendo a este emotivo acto.
Cada cual hace su trabajo y, a veces, desde los medios de
comunicación los escribientes nos vemos obligados a llamar
la atención sobre actuaciones más o menos afortunadas, pero
ello no es óbice para reconocer la inmensa deuda que el
conjunto de la sociedad tiene contraída con unos
sacrificados cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado que,
en la compleja y arriesgada lucha contra la criminalidad y
el terrorismo global, arriesgan día a día su vida para
angustia de los suyos. Valgan pues estas líneas de
solidaridad y agradecimiento, sin abundar en detalles, para
las fuerzas policiales que ayer vivieron su día grande, el
de los Santos Ángeles Custodios, patronos históricamente
desde principios del siglo XIX de la policía española y así
asumidos por el Papa Pío XI en 1926, si bien la propia
Iglesia ya venía celebrando la liturgia de este día, 2 de
octubre, por decisión de Clemente X.
Ceuta y Melilla, estas ciudades con una rica y compleja
demografía, avanzadillas de España en el Maghreb, acogen una
sociedad multicultural (al contrario de la peninsular más
secularizada) muy marcada por sus raíces religiosas, que
contemplan la existencia de estos seres polifuncionales,
mensajeros del Cielo. que descienden a la Tierra para
proteger a hombres y pueblos como puede rastrearse en los
textos de la Biblia hebrea o Tanak, los Evangelios y en el
mismo Corán. Curiosamente la Iglesia Católica, después de
muchas y agrias controversias teológicas, no despachó
oficialmente el asunto hasta el primer concilio ecuménico de
Nicea, en el año 325 (“Cristo es Dios y los ángeles son
criaturas de Dios”), siendo el Doctor Angélico (Tomás de
Aquino) quien en su “Summa Teológica” intentó sistematizar,
racionalizando, su existencia. En el Corán los ángeles son
citados, al menos, en 33 suras. Escribía fray Luis de León
con su peculiar estilo que a los ángeles se les llama
“estrellas de la aurora porque sus entendimientos, más
claros que estrellas, echaron rayos de sí, saliendo a la luz
del ser en la aurora del mundo”. Ayer pude observar en la
franciscana iglesia el fervor y recogimiento con el que unos
hombres y mujeres, curtidos al sol y al aire de la calle,
sentían su día participando con el sacerdote oficiante de la
liturgia. Ustedes, amables lectores, ya conocen mis
parámetros y, entre ellos, el respeto a las íntimas
creencias de cada uno es un firme pilar de mi conducta. Los
ángeles de Dios, podemos leer en los Salmos (103, 20) son
“agentes de sus órdenes, atentos a la voz de su palabra”.
Que Dios, pues, proteja a estos hombres y mujeres que velan,
día y noche, por nuestra seguridad.
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