De un tiempo a esta parte, consecuencia debida en ocasiones
a la galopante crisis financiera, se suben al carro de la
pobreza forzada, nuevos ciudadanos que nunca se han visto en
semejante trance. La situación es grave. Al parecer, hasta
el mismísimo trabajo de las Naciones Unidas está siendo
víctima del momento actual. Lo cierto es que vivir en la
indigencia, miseria o marginación, en este país, o en
cualquier país europeo, no es tan difícil. Un mal que habría
que erradicar por principio y que sin embargo, lejos de
frenarlo, genera nuevas bolsas de exclusión.
El estado de emergencia en el que se encuentran familias
enteras, ha de ser una llamada a la reflexión. La pobreza en
España no es un cuento. Precisamente, el partido socialista
en el gobierno actual, propuso dos orientaciones
estratégicas en su programa electoral 2008, que convendría
llevar a buen término, más allá de la mera letra impresa. La
primera se fundamentaría en adecuar crecimiento económico
con bienestar social, asegurando la reducción de las
desigualdades y previniendo la aparición o el incremento de
las nuevas personas o grupos excluidos socialmente. La
segunda se basaría en asegurar la igualdad de oportunidades
y luchar contra la discriminación.
La pobreza cohabita entre nosotros, esa es la pura verdad.
Lo que habrá que ver y someter al análisis, son algunas
cuestiones que considero relevantes para empezar a ofrecer
soluciones. ¿Hasta dónde se extiende la pobreza en este
país? ¿Por qué surge? ¿Cuántas clases de indigencias llaman
a la puerta de nuestro corazón? Por otra parte, la idea
platoniana de que la pobreza no viene por la disminución de
las riquezas, sino por la multiplicación de los deseos,
sería interesante analizar ¿qué vigencia tiene hoy en día?
Son algunos de los interrogantes que cabe preguntarnos para
responder y respondernos.
MÁS ALLÁ DE UNA POBREZA DE MÍNIMOS
Para llegar al fondo de la cuestión pienso que tenemos que
ir más allá de una pobreza de mínimos, el término es mucho
más complejo, y quizás tendríamos que hablar de la humana
pobreza que empobrece a la humanidad.
Si toda pobreza es una ausencia de lo necesario para vivir
dignamente y la vida es una suma de vidas, pienso que
también tenemos que ir más lejos de una indigencia
individual, puesto que la carencia de una falta de
principios rectores de política social y económica,
formativos y laborales, genera una pobreza social que hay
que combatir si queremos avanzar en un Estado social y
democrático de Derecho. En este país todavía falta promover
una inclusión social activa. Ya está bien que la pobreza
también se transmita como una herencia de generación en
generación.
Lo esperpéntico es que lejos de aminorarse, la exclusión
revienta como un volcán. Esto es un hecho, aunque para el
PSOE –dice su programa electoral último- constituye un
desafío reducir la desigualdad y luchar contra las
situaciones de extrema pobreza. Apuestan por reducir la
brecha entre quienes tienen acceso a las nuevas
oportunidades y quienes quedan excluidos. Pues hágase
presencia y presente. Tan importante es suplir la falta de
alimentos como la del saber, para salir de la humillante
dependencia, sobre todo a unos poderes que embrutecen y
acrecientan la corrupción. Sálvese el que pueda. Lo que está
en juego, por lo tanto, en este país es un cúmulo de
insuficiencias sociales, inclusive de derechos y libertades,
que impide salir de la penuria a algunos ciudadanos. Así, el
estado del bienestar se queda en un descarado privilegio
para algunos.
Como he dicho anteriormente, los componentes que influyen en
el empobrecimiento de un país y de sus gentes, son tan
variados como los lugares mismos. Considero, pues, que la
pobreza se refiere tanto a personas individuales como a
grupos con escasez de recursos, ya sean materiales,
culturales o sociales. Esa marginalidad excluyente, por
desgracia, siempre suele pagar la factura de todas las
crisis económicas. Faltaría más. Los pobres son los que más
fracasan y se hunden en sus propias miserias. Como botón de
muestra. Las depresiones son más llevaderas en el caso de
que se posean suficientes medios económicos. Siempre se ha
dicho que las penas con pan son menos penas. La política
social de familia, una de las instituciones mejor valoradas
por los ciudadanos, sigue siendo escasa o nula.
Qué se lo digan a las madres y padres de familia. La
igualdad de oportunidades es otra de las grandes asignaturas
pendientes de todos los gobiernos, a pesar de que ahora
tengamos un ministerio. Hasta ahora más rimbombante que
resolutorio. Entender la semántica de lo qué es ser pobre
parece que no quiere entenderse, con lo fácil que resulta
simplemente ver y oír.
LOS DATOS DE LA POBREZA
Quizás convenga recordar que un estudio reciente sitúa a
España con las tasas de pobreza infantil más altas de la
Europa de los quince. Otro dato que revela es que las
comunidades con una pobreza más severa son Extremadura,
Castilla y León y Andalucía. La citada investigación
concluye que el 19,9% de los habitantes de España es pobre,
es decir, unos nueve millones de personas. Cada vez es más
común, la figura de una persona marginal que nunca pensó que
llegaría a serlo. La igualdad de la riqueza, -propuesta por
Rousseau-, de que ningún ciudadano sea tan opulento que
pueda comprar a otro y ninguno tan pobre que se vea
necesitado de venderse, me parece una buena máxima para la
reflexión. Cuántos han de venderse por unas migajas. Tan
verídico como la vida misma. Lo cierto es que se viene
fraguando una estructura injusta, que algunos estadistas han
llamado la sociedad de los dos tercios, formada por los
ricos y los trabajadores con empleo decente y buenos
sueldos, por un lado, y el tercio restante, condenado a una
abatida supervivencia, que son los parados sin subsidio, los
obreros sin cualificación, las empleadas de hogar, los
jubilados con rentas insuficientes, etc. Son los marginados,
a los que alguien ha llamado “la España marginal de las
viviendas amotinadas”, “los chaboleros”, el colectivo que no
tiene salida y que apenas cuenta nada en una sociedad tan
jerarquizada como corrupta.
Es una realidad estadísticamente probada que en este país de
los dos tercios, del consumismo y el bienestar, de la
abundancia y el despilfarro, también está creciendo, lo
vacío, el número de personas a las que se le consideran un
don nadie, el desarraigo y los sin techo. Tan descarada es
la cuestión que, en los países de la Unión Europea, se ha
llegado a debatir, si con estas actitudes lo que se está
creando es una especie de clase inferior. Especie que, por
desgracia, siempre paga o le toca pagar los platos rotos del
sistema. Los niños, el fracaso escolar y el abandono
académico. Los jóvenes, el comportamiento delictivo y las
adicciones. Los adultos, el paro y trabajos indecentes. Las
mujeres, la violencia de género… Y es que, aunque pudiera
parecer que se han producido cambios en nuestro país, las
carencias humanas del capitalismo pesan mucho, con el
consiguiente dominio de las cosas sobre los seres humanos,
algo que está lejos de habernos abandonado.
Un sistema que margina sectores importantes del país y es
incapaz de integrar, falta a sus obligaciones para con esas
personas. Se precisa como agua de mayo combatir la pobreza,
la exclusión y las nuevas formas de marginación para lograr
que el bienestar deje de ser una ventaja de los dos tercios.
Ya es hora de que este país combata con todos los
instrumentos del Estado de Derecho, la marginación, la
discriminación y toda forma de violencia o amenaza que
coarte los derechos de los españoles. Las buenas intenciones
no pueden quedar sólo en el espíritu de la norma. La
igualdad, al igual que otros valores superiores de nuestro
ordenamiento, deben ser reforzados por todas las
administraciones e instituciones públicas. El Estado ha de
ir a la escucha de los pobres. Nadie, y menos gobierno
alguno, pueden quedarse con los brazos cruzados ante unos
datos estadísticos que nos chivan que la pobreza aumenta en
nuestro país. Detrás de cada número hay un rostro humano.
Sólo un gobierno que se acerca a los pobres y a los
oprimidos, con sus políticas y con sus hechos, poniéndose a
su lado y de su lado, luchando y trabajando por su
liberación, por su dignidad y por su bienestar, puede
activar programas coherentes y convincentes.
IMPLANTAR UN ORDEN DE JUSTICIA SOCIAL
De sobra es conocido el viejo adagio filosófico de que no
hay efecto sin causa. Ante el panorama progresivo de la
pobreza en este país, tal vez sería un buen momento de
propiciar un pacto de Estado, previo preguntarse y
preguntarnos, cuál es su causa de esta crecida. Jamás nunca
hubo tanta concejalía, consejería y ministerio de política
social. Sin embargo, todas estas ventanillas de
“beneficencias” parece que se quedan chicas, y lo que es
peor, apenas son resolutorias de un problema crecedero.
La solución no es el limosneo. Creo que es el momento de
avivar cambios, ahora que tanto algunos partidos políticos
predican, todos menos éste, que pasaría por implantar un
orden de justicia social, a fin de que la lucha contra la
pobreza no quede reducida a un mero alivio de los efectos
generados por un sistema económico injusto, caduco y rígido,
regido sobremanera por el beneficio a cualquier precio, sin
importarle para nada la mano obrera, que sigue siendo quien
le saca las castañas del fuego. La mejor política social es
un empleo decente que muchos ciudadanos no tienen en este
país.
Por otra parte, este sistema económico, bestialmente
competitivo, oculta tras ambiguas expresiones de libre
mercado y libre iniciativa, un feroz egoísmo y un altanero
comportamiento, ingredientes que nunca podrán desarrollar
relaciones solidarias y fraternales, ni entre la misma clase
obrera. La situación es bien clara. Una línea invisible
separa muchos de nuestros barrios en las grandes ciudades y
muy raramente la gente llega a conocer las condiciones del
otro lado.
Con frecuencia, la calidad de los servicios ofrecidos por
las mismas autoridades varía enormemente, a los más pobres
se ofrecen servicios inferiores que a los demás. Esto es de
juzgado de guardia. Pero, sin embargo, nos callamos ante
semejantes tropelías. Sería bueno que el partido en el
gobierno cumpliese con su programa electoral 2008 y diese
luz al compromiso de la elaboración de un libro blanco que
tenga por objeto lo prometido, nada más y nada menos, que la
reducción significativa de la pobreza extrema en España (lo
que quiere decir que la reconoce), hasta el nivel medio de
los países de nuestro entorno. Lo malo es que los pobres no
suelen interesar a la clase política.
Estoy convencido de que el éxito de la lucha contra la
pobreza en este país, va a depender muy mucho de que sea un
objetivo prioritario de las políticas públicas. Aún no lo ha
sido jamás. La verdad que nos hemos instalado tranquilamente
en la injusticia, a un bando unos viven en la mayor
abundancia y en el otro bando (el tercio restante que ya
dije) los sectores más desvalidos siguen sin levantar
cabeza. La marginalidad no puede seguir siendo algo a lo que
nos hemos habituado, procreada por un sistema de mecanismos
perversos, donde la desigualdad es filosofía pura y la
ambición y el lucro desorbitado el pedestal de los
triunfitos (oportunistas de salón).
Un mundo sin despilfarro –dice el Banco de Alimentos de
España- es un mundo sin hambre. Otra ONG como Cáritas
(“trabajamos por la justicia”, es su etiqueta), no sólo
desarrolla actividades dirigidas a la asistencia, la
rehabilitación o la inserción social de las víctimas de la
pobreza y la exclusión social, sino que hace especial
énfasis en la promoción y en la denuncia de las causas de
las injusticias que generan estas situaciones. Cruz Roja
también trabaja con aquellas personas para quienes ser una
parte activa de nuestra sociedad, resulta especialmente
difícil. “Juntos intentamos, día a día, que no pierdan su
lugar en el mundo”, dice la citada ONG.
Que bueno sería que esta complicidad y compromiso de estas
ONGs también se extendiese a todas las administraciones del
país, a los diversos gobiernos de las comunidades autónomas
y demás entes afines, pero de manera efectiva. De lo
contrario, seguiremos en la misma línea, los poderosos
imponiendo normas comerciales injustas para su propio
beneficio y los pobres soñando con un paraíso que nunca les
llega.
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