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OPINIÓN - SÁBADO, 27 DE SEPTIEMBRE DE 2008

 
OPINIÓN / COLABORACIÓN

El retorno a la pobreza

Por Victor Corcoba Herrero


De un tiempo a esta parte, consecuencia debida en ocasiones a la galopante crisis financiera, se suben al carro de la pobreza forzada, nuevos ciudadanos que nunca se han visto en semejante trance. La situación es grave. Al parecer, hasta el mismísimo trabajo de las Naciones Unidas está siendo víctima del momento actual. Lo cierto es que vivir en la indigencia, miseria o marginación, en este país, o en cualquier país europeo, no es tan difícil. Un mal que habría que erradicar por principio y que sin embargo, lejos de frenarlo, genera nuevas bolsas de exclusión.

El estado de emergencia en el que se encuentran familias enteras, ha de ser una llamada a la reflexión. La pobreza en España no es un cuento. Precisamente, el partido socialista en el gobierno actual, propuso dos orientaciones estratégicas en su programa electoral 2008, que convendría llevar a buen término, más allá de la mera letra impresa. La primera se fundamentaría en adecuar crecimiento económico con bienestar social, asegurando la reducción de las desigualdades y previniendo la aparición o el incremento de las nuevas personas o grupos excluidos socialmente. La segunda se basaría en asegurar la igualdad de oportunidades y luchar contra la discriminación.

La pobreza cohabita entre nosotros, esa es la pura verdad. Lo que habrá que ver y someter al análisis, son algunas cuestiones que considero relevantes para empezar a ofrecer soluciones. ¿Hasta dónde se extiende la pobreza en este país? ¿Por qué surge? ¿Cuántas clases de indigencias llaman a la puerta de nuestro corazón? Por otra parte, la idea platoniana de que la pobreza no viene por la disminución de las riquezas, sino por la multiplicación de los deseos, sería interesante analizar ¿qué vigencia tiene hoy en día? Son algunos de los interrogantes que cabe preguntarnos para responder y respondernos.

MÁS ALLÁ DE UNA POBREZA DE MÍNIMOS

Para llegar al fondo de la cuestión pienso que tenemos que ir más allá de una pobreza de mínimos, el término es mucho más complejo, y quizás tendríamos que hablar de la humana pobreza que empobrece a la humanidad.

Si toda pobreza es una ausencia de lo necesario para vivir dignamente y la vida es una suma de vidas, pienso que también tenemos que ir más lejos de una indigencia individual, puesto que la carencia de una falta de principios rectores de política social y económica, formativos y laborales, genera una pobreza social que hay que combatir si queremos avanzar en un Estado social y democrático de Derecho. En este país todavía falta promover una inclusión social activa. Ya está bien que la pobreza también se transmita como una herencia de generación en generación.

Lo esperpéntico es que lejos de aminorarse, la exclusión revienta como un volcán. Esto es un hecho, aunque para el PSOE –dice su programa electoral último- constituye un desafío reducir la desigualdad y luchar contra las situaciones de extrema pobreza. Apuestan por reducir la brecha entre quienes tienen acceso a las nuevas oportunidades y quienes quedan excluidos. Pues hágase presencia y presente. Tan importante es suplir la falta de alimentos como la del saber, para salir de la humillante dependencia, sobre todo a unos poderes que embrutecen y acrecientan la corrupción. Sálvese el que pueda. Lo que está en juego, por lo tanto, en este país es un cúmulo de insuficiencias sociales, inclusive de derechos y libertades, que impide salir de la penuria a algunos ciudadanos. Así, el estado del bienestar se queda en un descarado privilegio para algunos.

Como he dicho anteriormente, los componentes que influyen en el empobrecimiento de un país y de sus gentes, son tan variados como los lugares mismos. Considero, pues, que la pobreza se refiere tanto a personas individuales como a grupos con escasez de recursos, ya sean materiales, culturales o sociales. Esa marginalidad excluyente, por desgracia, siempre suele pagar la factura de todas las crisis económicas. Faltaría más. Los pobres son los que más fracasan y se hunden en sus propias miserias. Como botón de muestra. Las depresiones son más llevaderas en el caso de que se posean suficientes medios económicos. Siempre se ha dicho que las penas con pan son menos penas. La política social de familia, una de las instituciones mejor valoradas por los ciudadanos, sigue siendo escasa o nula.

Qué se lo digan a las madres y padres de familia. La igualdad de oportunidades es otra de las grandes asignaturas pendientes de todos los gobiernos, a pesar de que ahora tengamos un ministerio. Hasta ahora más rimbombante que resolutorio. Entender la semántica de lo qué es ser pobre parece que no quiere entenderse, con lo fácil que resulta simplemente ver y oír.

LOS DATOS DE LA POBREZA

Quizás convenga recordar que un estudio reciente sitúa a España con las tasas de pobreza infantil más altas de la Europa de los quince. Otro dato que revela es que las comunidades con una pobreza más severa son Extremadura, Castilla y León y Andalucía. La citada investigación concluye que el 19,9% de los habitantes de España es pobre, es decir, unos nueve millones de personas. Cada vez es más común, la figura de una persona marginal que nunca pensó que llegaría a serlo. La igualdad de la riqueza, -propuesta por Rousseau-, de que ningún ciudadano sea tan opulento que pueda comprar a otro y ninguno tan pobre que se vea necesitado de venderse, me parece una buena máxima para la reflexión. Cuántos han de venderse por unas migajas. Tan verídico como la vida misma. Lo cierto es que se viene fraguando una estructura injusta, que algunos estadistas han llamado la sociedad de los dos tercios, formada por los ricos y los trabajadores con empleo decente y buenos sueldos, por un lado, y el tercio restante, condenado a una abatida supervivencia, que son los parados sin subsidio, los obreros sin cualificación, las empleadas de hogar, los jubilados con rentas insuficientes, etc. Son los marginados, a los que alguien ha llamado “la España marginal de las viviendas amotinadas”, “los chaboleros”, el colectivo que no tiene salida y que apenas cuenta nada en una sociedad tan jerarquizada como corrupta.

Es una realidad estadísticamente probada que en este país de los dos tercios, del consumismo y el bienestar, de la abundancia y el despilfarro, también está creciendo, lo vacío, el número de personas a las que se le consideran un don nadie, el desarraigo y los sin techo. Tan descarada es la cuestión que, en los países de la Unión Europea, se ha llegado a debatir, si con estas actitudes lo que se está creando es una especie de clase inferior. Especie que, por desgracia, siempre paga o le toca pagar los platos rotos del sistema. Los niños, el fracaso escolar y el abandono académico. Los jóvenes, el comportamiento delictivo y las adicciones. Los adultos, el paro y trabajos indecentes. Las mujeres, la violencia de género… Y es que, aunque pudiera parecer que se han producido cambios en nuestro país, las carencias humanas del capitalismo pesan mucho, con el consiguiente dominio de las cosas sobre los seres humanos, algo que está lejos de habernos abandonado.

Un sistema que margina sectores importantes del país y es incapaz de integrar, falta a sus obligaciones para con esas personas. Se precisa como agua de mayo combatir la pobreza, la exclusión y las nuevas formas de marginación para lograr que el bienestar deje de ser una ventaja de los dos tercios. Ya es hora de que este país combata con todos los instrumentos del Estado de Derecho, la marginación, la discriminación y toda forma de violencia o amenaza que coarte los derechos de los españoles. Las buenas intenciones no pueden quedar sólo en el espíritu de la norma. La igualdad, al igual que otros valores superiores de nuestro ordenamiento, deben ser reforzados por todas las administraciones e instituciones públicas. El Estado ha de ir a la escucha de los pobres. Nadie, y menos gobierno alguno, pueden quedarse con los brazos cruzados ante unos datos estadísticos que nos chivan que la pobreza aumenta en nuestro país. Detrás de cada número hay un rostro humano. Sólo un gobierno que se acerca a los pobres y a los oprimidos, con sus políticas y con sus hechos, poniéndose a su lado y de su lado, luchando y trabajando por su liberación, por su dignidad y por su bienestar, puede activar programas coherentes y convincentes.

IMPLANTAR UN ORDEN DE JUSTICIA SOCIAL

De sobra es conocido el viejo adagio filosófico de que no hay efecto sin causa. Ante el panorama progresivo de la pobreza en este país, tal vez sería un buen momento de propiciar un pacto de Estado, previo preguntarse y preguntarnos, cuál es su causa de esta crecida. Jamás nunca hubo tanta concejalía, consejería y ministerio de política social. Sin embargo, todas estas ventanillas de “beneficencias” parece que se quedan chicas, y lo que es peor, apenas son resolutorias de un problema crecedero.

La solución no es el limosneo. Creo que es el momento de avivar cambios, ahora que tanto algunos partidos políticos predican, todos menos éste, que pasaría por implantar un orden de justicia social, a fin de que la lucha contra la pobreza no quede reducida a un mero alivio de los efectos generados por un sistema económico injusto, caduco y rígido, regido sobremanera por el beneficio a cualquier precio, sin importarle para nada la mano obrera, que sigue siendo quien le saca las castañas del fuego. La mejor política social es un empleo decente que muchos ciudadanos no tienen en este país.

Por otra parte, este sistema económico, bestialmente competitivo, oculta tras ambiguas expresiones de libre mercado y libre iniciativa, un feroz egoísmo y un altanero comportamiento, ingredientes que nunca podrán desarrollar relaciones solidarias y fraternales, ni entre la misma clase obrera. La situación es bien clara. Una línea invisible separa muchos de nuestros barrios en las grandes ciudades y muy raramente la gente llega a conocer las condiciones del otro lado.

Con frecuencia, la calidad de los servicios ofrecidos por las mismas autoridades varía enormemente, a los más pobres se ofrecen servicios inferiores que a los demás. Esto es de juzgado de guardia. Pero, sin embargo, nos callamos ante semejantes tropelías. Sería bueno que el partido en el gobierno cumpliese con su programa electoral 2008 y diese luz al compromiso de la elaboración de un libro blanco que tenga por objeto lo prometido, nada más y nada menos, que la reducción significativa de la pobreza extrema en España (lo que quiere decir que la reconoce), hasta el nivel medio de los países de nuestro entorno. Lo malo es que los pobres no suelen interesar a la clase política.

Estoy convencido de que el éxito de la lucha contra la pobreza en este país, va a depender muy mucho de que sea un objetivo prioritario de las políticas públicas. Aún no lo ha sido jamás. La verdad que nos hemos instalado tranquilamente en la injusticia, a un bando unos viven en la mayor abundancia y en el otro bando (el tercio restante que ya dije) los sectores más desvalidos siguen sin levantar cabeza. La marginalidad no puede seguir siendo algo a lo que nos hemos habituado, procreada por un sistema de mecanismos perversos, donde la desigualdad es filosofía pura y la ambición y el lucro desorbitado el pedestal de los triunfitos (oportunistas de salón).

Un mundo sin despilfarro –dice el Banco de Alimentos de España- es un mundo sin hambre. Otra ONG como Cáritas (“trabajamos por la justicia”, es su etiqueta), no sólo desarrolla actividades dirigidas a la asistencia, la rehabilitación o la inserción social de las víctimas de la pobreza y la exclusión social, sino que hace especial énfasis en la promoción y en la denuncia de las causas de las injusticias que generan estas situaciones. Cruz Roja también trabaja con aquellas personas para quienes ser una parte activa de nuestra sociedad, resulta especialmente difícil. “Juntos intentamos, día a día, que no pierdan su lugar en el mundo”, dice la citada ONG.

Que bueno sería que esta complicidad y compromiso de estas ONGs también se extendiese a todas las administraciones del país, a los diversos gobiernos de las comunidades autónomas y demás entes afines, pero de manera efectiva. De lo contrario, seguiremos en la misma línea, los poderosos imponiendo normas comerciales injustas para su propio beneficio y los pobres soñando con un paraíso que nunca les llega.
 

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