El Comité de Empresa de la
sociedad que se encarga de la prestación del servicio
público de transporte urbano en autobús, Hadu-Almadraba,
trasladó anteayer por escrito a sus patronos su disposición
a dejar de realizar el recorrido habitual de la línea 8, la
que llega al Príncipe Alfonso, entre las 14.00 y las 16.00
horas. Inmediatamente, la empresa secundó su postura y el
lunes su gerente se verá con el consejero de Gobernación
para ver qué solución le puede dar al asunto.
¿Qué asunto? Según las declaraciones de los conductores de
los autobuses, devolver a los jóvenes a sus casas se ha
vuelto una especie de película diaria de terror. A saber:
los adolescentes abren la puerta trasera de los autobuses y
se dedican a la tarea de reventar retrovisores a patadas
mientras vuelven a sus domicilios; cuando no, destrozan,
queman, pintan, estropean el vehículo que los traslada;
algunos optan por arrojar objetos a los viandantes con que
se topan en el camino. Otros, por insultarles, tanto a los
peatones como al propio conductor.
¿Qué está pasando? Todo ello a mediodía, en la ciudad que
seguramente aglutina más elementos de las Fuerzas y Cuerpos
de Seguridad de España. ¿Nadie hace o dice nada más allá de
que unos trabajadores se vean obligados a dejar de
desempeñar su oficio para no exponerse a sufrir una
tragedia, tanto en su cuerpo como en el de sus propios
tormentos? Todos los responsables institucionales, de
cualquier tipo en realidad, tienen una ardua tarea en la
ciudad autónoma, pero la de la Dirección Provincial del
Ministerio de Educación, Política Social y Deporte (MEPSYD)
se antoja verdaderamente titánica. Ya no se trata de la
epidemia del fracaso escolar, que frustra las esperanzas y
el desarrollo y óptimo aprovechamiento del capital humano
ceutí, sino de síntomas de un verdadero fracaso vital. Del
olvido absoluto de las reglas del civismo y de la
ciudadanía, del mínimo común denominador que nos une a
todos.
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