El mundo de los indefensos crece
en la era global y lo peor es aceptar esta indefensión como
si no se pudiese hacer otra cosa distinta que la de
aguantarse. La impotencia no puede gobernar nuestras
acciones y opciones. Hay que buscar soluciones, defenderse
de las inseguridades y desamparos, luchar porque las
garantías de derechos tomen vida, se enraícen en la
existencia y tomen la vitalidad del sol ante los nubarrones.
Hay que romper el maleficio de los que piensan que sus hijos
vivirán peor que ellos. El futuro es nuestro y para los
valientes es la oportunidad. En verdad, lo que debiera
ocuparnos y preocuparnos y, por ende, ponernos en acción, es
el porvenir que hemos sido incapaces de crear para todo el
planetario. A veces lo que hemos creado es un infierno, una
jungla de leones y víboras. Pongamos valor máximo a la vida
humana, a toda existencia, en justicia nos la merecemos y en
verdad nos pertenece. La experiencia del asombro, de saber
que existo por alguien y para todos, no tiene precio. Ya
está bien de tanta compraventa humana.
Lo que me desvela de esta mercadería, donde la persona es
también género, es que se propague el sentimiento de lo
inevitable. Todos parecemos resignados con nuestra actitud a
plantarle cara a los inhumanos acontecimientos. Como confío
en la capacidad reaccionaria de las personas, pienso que
este mal sueño no tardará en despertarnos. Algo que deseo de
corazón, con el alma de la globalización empapada de
solidaridad. Lo primero que debemos hacer, quizás sea
asegurar que toda la familia humana participa en los
beneficios de esa unión. Aunque no es cuestión de ceder al
pesimismo, ni de pensar que los acontecimientos son
incontrolables, la realidad es la que es, y apunta a que los
pueblos pobres permanezcan siempre pobres, mientras los
ricos se hacen cada vez más ricos.
Urge buscar salida a la indefensión globalizada. El
cansancio y el desánimo de quien se siente oprimido, débil e
indefenso, debe encontrar alivio en el encuentro humano, en
el apoyo global. Ha de renacer la comprensión y el
entendimiento para seguir viviendo. Es tan urgente como
necesario. Dejemos que la vida nos siga injertando las
mejores lecciones de esperanza, sólo hay que mirar y ver que
nuestra única meta es vivir, y que vivir lo hacemos cada
día, y que en todas las horas de la jornada alcanzamos
nuestras verdadera meta si vivimos compartiendo lo que
vivimos. La indefensión también hay que compartirla para
partirle la cara con el abrazo compartido. Al igual que hay
que denunciar la irresponsabilidad de aquellos legisladores
cuando aprueban leyes contrarias a la vida y con las cuales
se aplasta sin más los derechos de los que no tienen voz.
A la ancestral y repetitiva guerra de indefensión aprendida
de los poderosos contra los débiles hay que ponerle bozal.
Entre el derecho y la moral, entre las leyes jurídicas
vigentes y los principios y valores de una ética cívica, se
encuentra el terreno de los deberes humanos a los que todos
estamos llamados a realizar como derecho.
La sociedad global también suele dejar en la cuneta a seres
indefensos a los que habría que proteger. Aborto, eutanasia,
son manifestaciones de un nuevo terrorismo de rostro humano,
que junto al de los kamikazes constituye el látigo del mundo
mundializado. La vida no debe negarse a nadie. Hay que
abrigarla, resguardarla y avivarla. El vitalismo al poder
del mundo.
El mal hoy nos sorprende en cualquier esquina. Proviene de
poderes oscuros, de laboratorios dominadores, de altavoces
que golpean sobre nuestras mentes con mensajes endemoniados,
que pretenden pensar por nosotros, hacer por nosotros. No
podemos impedir que los aires del mal se calmen, aunque si
podemos y debemos estar fortalecidos para el discernimiento.
Cadáveres anónimos que nadie reclama, personas abandonadas,
a la deriva, otras víctimas de ajustes de cuentas,
enterradas o quemadas por sus asesinos, inmigrantes que
fallecen en alta mar, indigentes, reclaman al menos una
reflexión a nuestros ojos. Son multitud los cuerpos
inhumados, sin apellidos ni nombre, acrecentando el
horizonte de los desamparados en el mundo de los indefensos
más indigentes. No tienen familia que les defienda, quizás
tampoco tuvieron Estado que les protegiera y fenecieron en
la más profundo olvido, víctimas de un incivil sistema que
da fósforo a las guerras.
Es cierto que en la era global mucho se habla de derechos
humanos, pero la dolorosa realidad de crímenes organizados,
violaciones, terrorismo y violencias de todo tipo, no sólo
prosigue su camino, sino que a veces nos da la sensación que
toma alas. Con la globalización también ha habido un auge de
las mafias. Hace falta una justicia global para un mundo
global, interdependiente. La difusión por doquier de nuevas
formas de esclavitud, como el tráfico de seres humanos, los
niños soldados, la explotación de los trabajadores, el
tráfico de drogas, la prostitución, la falta de un trabajo
digno que es derecho y deber, son algunos ejemplos del
distanciamiento entre la música y el pentagrama de los
humanos derechos. En suma, que lo indefenso en la era global
nos confunde a los humanos, el desafío no tiene vuelta de
hoja, consiste en asegurar una globalización protectora,
sobre todo en humanidad segura. Manos a la obra, pues. Antes
de que nos robe la vida la propia inseguridad o nos rajen el
corazón de indefensión. El que avisa no es traidor.
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