Si bien la traducción de la
palabra Corán significa “recitación”, también en el libro
sagrado de los musulmanes hay una aleya (o azora) que impele
al creyente a su lectura, por lo que no es extraño que para
la cultura musulmana -basada al fin y al cabo en una obra
peculiar, dictada textualmente por Dios/Allah- los libros y
manuscritos gocen de notable prestigio, promoviéndose desde
los primeros tiempos la creación de bibliotecas (públicas y
privadas) por califas, príncipes y otros mecenas a lo largo
de toda la geografía del Islam, impulsadas fundamentalmente
por una motivación religiosa: el estudio y comentarios sobre
el Sagrado Corán.
Entre los siglos IX y X los Califas Abasíes fundaron en
Bagdad la “Casa de la Sabiduría” (Bayt al-Hikma, ¿815?),
financiada por el Tesoro público; se tradujeron al árabe
numerosos manuscritos griegos, persas y sánscritos de
filosofía y ciencias naturales, manteniendo una prestigiosa
biblioteca pública de varios centenares miles de volúmenes
(hacia 1234, los fondos ascendían a 80.000 ejemplares) y
organizándose a la vez un observatorio astronómico. Una red
de bibliotecas públicas se extendía por todo el imperio,
desde Basora, a Damasco y Alejandría. En Al-Andalus omeya
fue famosa en Córdoba la biblioteca del califa al-Hakam II
(961-971), en la que se acogían a copistas y escribanos, se
traducían y encuadernaban obras y se custodiaban unos fondos
de 400.000 volúmenes; expurgados bajo el visir Al-Mansur (Almanzor)
por considerarlos heréticos, fueron destruidos también por
los rigoristas Almorávides y Almohades por el mismo motivo y
luego quemados (al igual que las bibliotecas de los Reinos
de Taifas de Toledo, Zaragoza y Granada) por la Inquisición
católica con el avance de la Reconquista. El Shiísmo tampoco
quedó a la zaga: en el siglo X, los Califas Fatimíes
levantaron con fondos públicos en El Cairo la “Casa de la
Ciencia”, una gran biblioteca que albergaba más de 20.000
volúmenes, entre ellos unas 15.000 obras de origen
helenístico. Tras ser derrotados por el kurdo Saladino
(vencedor de los Cruzados en Hittim), primer sultán ayubí
(1138-1193), la biblioteca fue expurgada y buena parte de
ella dispersa.
Aunque los Mongoles debelaron inicialmente el Imperio
islámico a sangre y fuego (Bagdad fue arrasada, bibliotecas
como la iraní de Merv destruida…), después de Tamerlán se
fundaron bibliotecas en Tabriz y Samarcanda, en ocasiones
bajo influencia del shiísmo; también alcanzaron notable fama
(por ejemplo en el arte de la miniatura) las bibliotecas y
centros culturales del Imperio mongol de la India, si bien
los fondos de la biblioteca central fueron saqueados y
dispersos por los ingleses en 1858. En los inicios del
Imperio Otomano (el último Califato ortodoxo) y tras la
conquista de Constantinopla en 1453 (la Granada nazarí fue
debelada por los Reyes Católicos en 1492), Mehmet II impulsó
la recuperación de manuscritos de los ricos fondos
atesorados por Bizancio, con los que creó las famosas
bibliotecas del palacio Topkapi y Süleymaniye, ambas en
Estambul, que atesoran en la actualidad más de 150.000
manuscritos. Muchas mezquitas como la Karauin (Fez,
Marruecos) y El Azhar (El Cairo) contaron con bibliotecas
bien surtidas, fundamentalmente con obras de referencia
islámica destinadas al estudio del Corán, así como de
comentarios de hadices (Véase Caligrafía).
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