La intranquilidad se ha enraizado
en todas las etapas de la vida. Una gran masa de jóvenes
mira con intranquilidad su propio porvenir, en el que no se
ven ni se hallan. Esta situación crea en ellos el temor de
no fiarse de nada ni de nadie, sumado a otro laberinto de
problemas de nuestro tiempo, tales como: el peligro
terrorista, el desempleo, el alto porcentaje de separaciones
y divorcios, la pobreza que ya empieza a cohabitar en las
familias. No pocos jóvenes, al no saber dar un sentido a su
vida, con tal de huir de la soledad en la que malviven,
suelen refugiarse en las drogas y el alcohol. De igual modo,
una gran masa de adultos en edad de merecer tranquilidad,
tampoco la encuentran porque hay una acumulación de
intranquilidades que nos bombardean todos los sentidos. La
mayor de las intranquilidades es que hasta los mismos
derechos humanos, han dejado de tener valor y vigencia en el
humanístico mundo global, de todos los seres humanos, y en
el universal, que incluye a todo ser humano en la humanidad,
como meta de referencia y valor fundamental. La consecuencia
es tan grave, que la misma vejez ya tampoco conduce a esa
tranquilidad que asegura la paz consigo mismo.
La única tranquilidad que se percibe es la del Gobierno de
Zapatero, que se lo ha tomado con calma desde que ganó las
elecciones en marzo. Queda tiempo, las próximas serán en
2012. Para más INRI el parlamento dista mucho de ser el
centro de la vida política, es decir, la columna vertebral
del diálogo. La verdad que cuesta comprender el
aletargamiento de un gobierno frente al aluvión de
intranquilidades que a diario nos sirven en bandeja o nos
autoservimos. El desbordante río de injusticias y de
desigualdades, nos exige acciones, y más a quien dirige la
política y la administración pública. Una situación de
intranquilidad como la que soportamos actualmente demanda
tomar medidas, más pronto que tarde. Tenemos una crisis
radical de todos los valores. Lo peor es que se viene
instaurando una situación dramática de inquietud social, de
inseguridad, de violencia como nunca ha habido, a la que nos
estamos acostumbrando y acomodando. No, señores, hay que
plantarle cuando menos cabeza, corazón y coraje, para poder
salir del molesto laberinto de congojas antes que la locura
nos alcance a todos.
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