Llevo mucho tiempo sin decir ni
pío de Mohamed Alí, el hombre que rige los destinos
de la UDCE, y desde luego muchísimo más sin sentarme con él
a charlar lo justo para preguntarle sobre lo peor y lo mejor
de ese trecho recorrido en su carrera política desde que en
2003, de manera inusitada, se convirtió en el jefe de la
oposición en el Ayuntamiento.
Nacido en el seno de una familia humilde afincada en Hadú,
el joven abogado llegó a la política arrollando. Y se llevó
por delante al PDSC, dejando a Mustafa Mizzian sumido
en la desesperación y sin ningún futuro político. También el
PSOE salió maltrecho y Antonia María Palomo se dio
cuenta de que se había quedado sin apenas espacio para poder
lograr esos tres o cuatro diputados con los que ella soñaba.
Mohamed Alí, que venía maquinando desde que estudiaba en
Granada su carrera, convertirse en político para mejorar
esta clase en todos los aspectos y a su vez solucionar los
problemas de los ciudadanos más desfavorecidos, se encontró
de la noche a la mañana con que sus deseos electorales no
sólo se habían cumplido sino que los había superado con
creces.
Y anduvo un tiempo transitando por las nubes mientras hacía
verdaderos esfuerzos por dejar de levitar. Porque, no sé si
lo hemos dicho en otra ocasión, Alí vale para ejercer la
política y sobre todo para dar muestras de ello en esta
tierra. No obstante, durante los primeros años han sido
muchos los vaivenes que ha venido dando y, lógicamente, sus
titubeos fueron minando en gran medida las expectativas que
había despertado.
El levitar de Alí no lo atribuyo yo a que se le hubiera
subido a la cabeza un éxito tan resonante. No. Pues pienso
que es persona que cuando mira a su alrededor se percata
rápidamente de quién es y cuál es su procedencia. Y lo
primero que hace es dar gracias a los suyos por haberle
permitido doctorarse, contribuyendo al hecho con unos
sacrificios enormes.
Más bien creo que perdió el oremus por querer vestir el
cargo con unos deseos evidentes de hacer muchas cosas en el
menor tiempo posible. Y hubo momentos, días, meses y años,
en los que salía al paso de todo y con todos quería aliarse.
Le pudieron las prisas del recién llegado y el
desconocimiento de que en política, lo verdaderamente
importante cabe en la punta de una servilleta (creo que se
lo oí decir a Iñaki Anasagasti).
Atrás quedaron sus broncas con José Luis Morales; sus
encuentros y desencuentros con Pedro Gordillo; su
amartelamiento con el indecible Juan Luis Aróstegui;
sus arrumacos con Jenaro García-Arreciado; y por fin,
su gesto de darle vida a Izquierda Unida, sin ninguna
necesidad, por más que a mí me caiga la mar de bien
Mohamed Hadu, Musa.
Pero el tiempo más que correr ha volado, y el jefe de la
oposición, más jefe aún porque consiguió superar los votos
en las elecciones de 2007, se habrá dado cuenta de que para
ayudar a los más necesitados, frente a una mayoría absoluta,
es necesario ser menos espectacular y dejar de esgrimir
continuamente esa moral a la que son tan proclives los
políticos cuando están en la oposición. Así, sólo le cabe
hacer política de pasillos y despachos para obtener réditos
y poder complacer a quienes le han votado. Mohamed Alí,
siendo como es inteligente, lo entenderá a la perfección.
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