Hombre longevo (1061-1107) y austero, rigió con mano de
hierro el destino de los velados almorávides durante unos
cuarenta años, dejando a su muerte establecido el “Imperio
de las Dos Orillas” (Desde Senegal hasta la España de “Al-Andalus”),
fundando Marrakech en 1062. Todavía hoy, este recuerdo (más
que el Idrisi) forma parte de la memoria colectiva marroquí
y de un concepto subliminal de “nación”, alentando en la
década de los cincuenta del pasado siglo el concepto
imperialista del “Gran Marruecos”, alentado por la clase
política (El Fassi y su partido del Istiqlal) como paradigma
nacionalista en el que quedarían englobados una buena parte
de Argelia, regiones del África Negra, Mauritania y...
¿subliminalmente Al-Andalus?. Porque si en el imaginario
populista sigue vivo el recuerdo del imperio almorávide,
éste alcanzaba la línea del río Tajo, el suroeste del Ebro,
parte de Cataluña y las Islas Baleares... Incluso, ¿hasta
que punto la “Marcha Verde”, con la consiguiente guerra en
el Sáhara y la reivindicación de este extenso territorio por
el Reino de Marruecos no evoca las raíces y la aspiración
del viejo imperio beréber de los almorávides…?.
Tras este breve paréntesis sobre nuestra historia
compartida, volvamos a Ibn Tasûfin: en su cabalgada debela
la antigua capital Idrisi, Fez, se le rinde Mekinés,
incursiona en el Rif (arrasa Nekor) y se dirige
posteriormente hacia el este combatiendo a las tribus
zenatas, quienes consideraban a los almorávides bárbaros
venidos del desierto a destruir su cultura y modo de vida.
Ibn Tasufín toma Tremecén en 1079 y Ouxda en 1081,
alcanzando con sus tropas la región del Oranesado y Argel en
1082. Tánger (1077) y Ceuta, en manos del reino de Taifa de
Málaga (Al-Andalus) son las últimas en caer ante la
embestida almorávide. Ceuta sucumbe ante el fanatismo en
1084, tras una heroica lucha: su defensor, el tangerino Aziz
Diya al Dawla, fue torturado antes de morir y la guarnición
“andalusí” masacrada hasta el último hombre. Salvo núcleos
bereberes Masmudas del Atlas Central de los que, años más
tarde, surgirá la reacción almohade, todo el Maghreb estaba
ya bajo los pies de los intolerantes almorávides. Al ir
sometiendo territorios, como advierte Lugan, “Un clero de
‘fakihs’ intransigentes rodeaba al emir almorávide, bien
decidido a imponer una teocracia extranjera a las
aspiraciones profundas de las élites maghrebíes que habían
recibido las influencias de Al-Andalus, tierra de cultura
tanto brillante como refinada y que inquietaba la rusticidad
conquistadora de los guerreros surgidos del Gran Sur”.
Quizás harta de la opresión fundamentalista, Fez se revuelve
en 1063 y aniquila a la guarnición almorávide, siendo
reconquistada por el ejército de Ibn Tasufín en 1070 quien,
en represalia, perpetra durante varios días una auténtica y
cruel carnicería entre sus habitantes.
Quedan, no obstante, por reseñar en este periodo varios
aspectos de capital importancia: primero, la fundación de
Marrakech como capital del Imperio Almorávide, a la que ya
hemos aludido; segundo, el vasallaje de Ibn Tasufín ante el
lejano Imperio Abasida de Bagdad, quien le nombra gobernador
del Maghreb, además de “emir de los musulmanes y defensor de
la fe”, lugarteniente del Califa; finalmente, la conquista
de la feraz y tolerante Al-Andalus.
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