David F. Pascual es el
redactor jefe de este periódico. Lleva ya en la Casa varios
años y cuando visito yo la redacción suelo entablar
conversación rápida y nutritiva con él. El martes pasado
coincidimos en el despacho del gerente, Ángel Muñoz,
y me preguntó si había leído su crónica sobre el
hermanamiento del PP andaluz con las ciudades de Ceuta y
Melilla, en la plaza de la Constitución de Málaga.
Le respondí que lo había hecho por encima. Y que me era
imposible opinar de su trabajo y mucho menos de lo
acontecido en la capital malacitana. Que leería su crónica
más tarde. Eso sí: no pude aguantarme y le dije que la foto
que ilustraba la portada, con los dirigentes populares
caminando en batería, era un calco a la imagen con que la
televisión nos presenta la serie de ‘Los Hombres de Paco’.
El trabajo realizado por el compañero fue tan bueno que bien
haría Javier Arenas en felicitarle. Y es que el
acontecimiento se cubrió como merecía. Lo cual no es óbice
para que uno crea que fueron muchos los ditirambos que sus
compañeros de partido le dedicaron al presidente del PP de
Andalucía y vicesecretario nacional del PP para asuntos
territoriales.
Javier Arenas llegó a la política activa y mandando cuando
apenas era veinteañero. Y ya no hizo otra cosa en su vida
que dedicarse de lleno a un menester donde hay que tener los
reflejos de una liebre y el saber de Lepe para seguir
estando en puestos claves de la cosa durante todo ese
tiempo.
El Niño, como era conocido en Sevilla, supo abrirse camino
en la vida pública entre padrinos potentes y hechizando de
paso a cuantos tenían la oportunidad de oír sus ocurrencias.
Decía las cosas con arte y fue muy pronto maestro de la
guasa andaluza y de ese decir cargado de burla torera que
tan bien cuela en aquellas tierras.
De natural bromista y chistoso –nada peyorativo hay en
ello-, y listo de mucho empaque, Sevilla se le quedó pequeña
y allá que se fue a Madrid, además de a limpiarse los
zapatos en el Palace, según el maestro Antonio Burgos,
a abrirse camino en la calle Génova.
Y por las calles de Sevilla, poco tiempo después, la gente
decía que El Niño Arenas había conquistado Génova y la calle
de Alcalá, donde los andaluces siempre mandaron, y hasta la
calle de Serrano. Y allá que iban todos los tiesos de
Sevilla, que decían conocerle por haber alternado con él, a
pedirle la recomendación de turno. Y muchos padres, cuando
los niños decidían darse una vuelta por la capital del
reino, a ver si se enrollaban en algo, se esforzaban por
encontrar la tarjetita firmada como valor para que se fueran
directos al despacho de un Arenas que iba de cabeza para
ministro.
Y ministro fue Javier Arenas. Ministro de Trabajo y Asuntos
Sociales y ministro de Administraciones Públicas y de la
Presidencia. Casi nada, vamos. Si bien es cierto que duró
poco tiempo en todos esos ministerios. Lo de Pimentel,
su amigo del alma, le salió rana, y pronto Arenas fue
enviado a los despachos, como encargado de labores orgánicas
y oscuras.
Lo que no entiendo es por qué se empeña nuestro hombre en
derrotar a Manolo Chaves. Cuando lleva tres intentos
fallidos. No me extraña, pues, que necesite alegrías como
las de Málaga.
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