Pocos son los que a estas alturas albergan dudas al respecto
de que el terrorismo islamista es uno de los mayores
peligros que acecha a la región magrebí y, por proximidad y
animosidad, a Europa. Durante los últimos meses hemos
asistido a una acusada intensificación de las acciones
terroristas, fundamentalmente en Argelia, bajo los auspicios
del otrora Grupo Salafista para la Predicación y el Combate
(GSPC). Esta organización, haciendo alarde de su lealtad a
Oussama Ben Laden y como colofón a los llamamientos del
egipcio Ayman Al-Zawahiri, número dos de Al Qaeda, a
Abdelmalek Droubkel, principal emir del GSPC, cambió
oficialmente su nomenclatura el 25 de enero de 2007,
convirtiéndose en Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI). Se
consumaba el viejo anhelo de los yihadistas de establecer un
mando unificado para coordinar la acción terrorista en el
norte de África, desde Libia hasta los confines mauritanos.
Esta refundación coincide con un recrudecimiento e
intensificación de los atentados, que a partir de ahora
toman un marcado carácter transnacional, dirigiéndose de
forma más acentuada contra los regímenes políticos en liza –
por su pretendida connivencia con Occidente y con el “Gran
Satán”, en alusión a los Estados Unidos – y contra los
intereses extranjeros presentes en Dar al Islam (“la casa
del Islam”, literalmente). De este modo, inscribiéndose en
el movimiento yihadista internacional, el antiguo GSPC
expresa, sobre todo por una nueva selección de objetivos y
prioridades, pero también por la introducción de cambios en
su modus operandi, una voluntad de desestabilizar al régimen
argelino y de operar, al mismo tiempo, fuera de sus
fronteras, ya sea en el Magreb o en territorio europeo.
A priori, ambas organizaciones, Al Qaeda y el GSPC, parecen
haber salido reforzadas con esta asociación. Por una parte,
el GSPC, en plena crisis, hostigado por las fuerzas de
seguridad argelinas, adquiere una cobertura internacional
que facilita su acceso a nuevos recursos económicos y
humanos, saliéndose de una lógica puramente argelina e
inscribiéndose en la dinámica yihadista global. Por su lado,
Al Qaeda dispone desde ahora de una plataforma para
introducirse en el Magreb y en Europa, aprovechando las
redes del GSPC en el viejo continente. A la inversa, esta
franquicia magrebí podrá aportar nuevos combatientes para la
primera línea del combate yihadista que actualmente se libra
en frentes como el de Iraq o Afganistán.
Implantación, densificación y coordinación de redes
terroristas de AQMI
Según se apunta desde la inteligencia occidental, fue
precisamente Al-Zawahiri quien, en noviembre de 2006, dio
instrucciones precisas para el advenimiento de AQMI. Las
labores de coordinación de este nuevo ente comprenden, entre
otros componentes, al Grupo Islámico Combatiente Marroquí (GICM),
al Grupo Islamista Combatiente Libio y a toda una pléyade de
grupúsculos presentes en Túnez, entre los que cabría
destacar al Grupo Yihadista Tunecino. Además, se ponen las
bases para el refuerzo de una suerte de antena – ya
existente, aunque en estado embrionario y bastante
rudimentaria – del propio GSPC en Mauritania, quien se ha
abrogado la autoría de varios ataques durante los últimos
meses y que recientemente, coincidiendo con el golpe de
Estado militar que derrocó al presidente, democráticamente
electo, Sidi Ould Cheikh Abdallahi, lanzó un llamamiento a
la juventud mauritana a emprender la Yihad (“guerra santa”)
contra un régimen calificado de “apóstata” e “impío” en
orden a restablecer el califato en la región.
Ya desde el principio, AQMI se pone manos a la obra, como
deja de manifiesto la dinámica de los hechos en esta época.
En diciembre de 2006, un grupo terrorista es desmantelado en
los suburbios de Túnez capital. Una treintena de salafistas
de diferentes nacionalidades magrebíes de los cuales por lo
menos seis habían recibido entrenamiento en los campos del
GSPC en Tébessa, al este de Argelia, son arrestados por las
autoridades. El 8 de enero de 2007, tres mauritanos
pertenecientes al GSPC son detenidos en Nouakchott, a pocos
días de la llegada del contingente que acompaña al rally
Lisboa-Dakar, contra el que tenían pensado atentar. Una
semana después, también en la capital de Mauritania, un imán
y cinco mujeres son arrestados por formar parte de una
célula de reclutamiento de la propia organización terrorista
argelina.
Durante esta misma época, una polémica enfrenta a Trípoli y
Argel a causa del restablecimiento del sistema de visado
para los ciudadanos argelinos que quieran entrar en Libia.
El motivo, la detención de un comando del GSPC en la
frontera entre ambos países portando armas y materiales para
la fabricación de explosivos, coincidiendo además con toda
una serie de amenazas vertidas en Internet de parte de la
organizaciones de la nebulosa de Al Qaeda contra la
Jamahiriya, el singular régimen del coronel Muammar Gadafi.
La rigidez y ausencia de libertad de expresión hacen que el
islamismo se configure como un vector de contestación
privilegiado entre la oposición interna al “líder supremo de
la Revolución”. En este sentido es Benghazi, la segunda
ciudad del país, la que se conforma como el mayor – y
principal – reducto islamista. En la mente de todos, los
disturbios en esta localidad tras la publicación de unas
caricaturas del Profeta Mahoma por un rotativo europeo que
fueron consideradas como ofensivas por los musulmanes.
La actividad exportadora de terrorismo por parte del antiguo
GSPC en los países magrebíes es también patente en Túnez,
donde la amenaza terrorista ha puesto en estado de alerta
extrema a las autoridades. Desde que el 11 de abril de 2002,
cuando un atentado reivindicado por Al Qaeda causó 22
muertos en una sinagoga de la isla de Djerba, el régimen de
Ben Alí desató una dinámica de represión contra el
islamismo. Esto no parece haber sido suficiente para
contrarrestar su influencia. Un enfrentamiento que tuvo
lugar el 24 de diciembre de 2006 en el barrio de Hamman
Chott de la capital se saldó con dos muertos. Otro choque
entre fuerzas del orden y terroristas tiene lugar días
después, el 31 de diciembre, en el centro de Túnez, en el
barrio de Bab Sadoun. Tras guardar silencio sobre lo
ocurrido, finalmente las autoridades del país magrebí
hicieron público un comunicado, el 4 de enero de 2007, en el
que se reconocía la muerte de doce “peligrosos criminales” y
el arresto de otros quince.
Fuentes sobre el terreno revelaron posteriormente detalles
como el uso de fusiles de asalto y lanzagranadas, en un
dramático episodio más propio del Bagdad post-Saddam que de
una tranquila capital magrebí. El 9 de enero, el rotativo
argelino Echourouk identifica a estos islamistas radicales
como miembros de un grupo salafista bajo las órdenes de
Lassad Sassi, antiguo miembro de los cuerpos de seguridad
tunecinos que recibió entrenamiento en los campos de Al
Qaeda en Afganistán y en Argelia. Nuevos datos sacaron a la
luz que este comando había entrado a través de la frontera
argelina tras haber sido entrenado en los campos del GSPC en
Argelia. Ocultos en la región boscosa de Hammam Lif, 45
kilómetros al sur de Túnez capital, se preparaban para
llevar a cabo atentados terroristas con vistas a
desestabilizar al régimen tunecino.
Por lo que respecta a Marruecos, de las trece células
terroristas desarticuladas por los cuerpos y fuerzas de
seguridad del Estado en 2007 sólo una, Ansar Al Mahdi, no
constituía un producto genuinamente marroquí, a pesar de su
pretendida – y sorprendente, al menos en este contexto,
donde la abrumadora mayoría de fieles musulmanes son sunís
de rito malekí – orientación chií. Lo autóctono de estas
redes no debe, sin embargo, llamarnos a engaño, ya que la
Salafiya Yihadiya, como corriente islamista internacional,
junto con la propia Al Qaeda, se encuentran en el origen del
GICM, matriz de toda la actividad terrorista en el Reino
Alauí. Junto con esta relación “genética”, esta suerte de
pecado original que vincula desde su partida a las huestes
marroquíes con el proyecto de Ben Laden, no hay que olvidar
las carencias financieras del yihadismo en Marruecos, que
hacen que este sea excesivamente dependiente de aportes
financieros foráneos, haciendo prácticamente inexorable su
relación con el salafismo argelino, que aportaría no sólo
ayuda económica y logística, sino también armas, explosivos
y, cómo no, entrenamiento en sus campos del este y sur
argelino, y del Sahel.
Una grabación de video difundida a finales de junio de 2007
a través del canal satélite qatarí Al Jazeera demuestra, por
vez primera, a mouyahidines (combatientes) marroquíes y
argelinos juntos bajo la bandera de AQMI. Estos son
reconocidos por los servicios de seguridad de Rabat por
emplear su propio darija (dialecto del árabe), afirmando en
la grabación que su objetivo es el de acometer “inminentes
atentados” en diferentes puntos del territorio del Reino de
Marruecos. El terrorismo parece haber triunfado allí donde
la política no ha conseguido llegar. Mientras se consuma el
proyecto de los violentos a escala magrebí, la Unión del
Magreb Árabe se mantiene estancada debido a las diferencias
entre sus líderes políticos y, principalmente, a causa del
diferendo entre Argelia y Marruecos sobre el dossier del
Sahara Occidental.
Días después de las amenazas señaladas, el 11 de julio, un
kamikaze asesina a diez militares en un atentado contra un
cuartel del ejército argelino en Lakhdaria, decretándose
simultáneamente en Marruecos y en Argelia es estado de
máxima alerta terrorista. Reunidos en Túnez, los ministros
de Interior magrebíes convienen en intensificar las medidas
en la lucha contra el terrorismo en la región, incluyendo
entre estas la acentuación de la cooperación entre cuerpos y
fuerzas de seguridad de los diferentes países. Como colofón,
en una carta dirigida al presidente argelino, Abdelaziz
Bouteflika, Mohamed VI no duda en afirmar que “la paz y la
estabilidad de la vecina Argelia forman parte de la propia
seguridad de Marruecos”. Es oficial, la amenaza de AQMI es
real y la respuesta, por tanto, debe ser obligatoriamente
conjunta
La nueva estrategia de AQMI
Si existe un actor ponderado en el marco de AQMI este es,
sin duda, el otrora GSPC. Es precisamente en Argelia, bajo
la mano de esta organización, donde los nuevos modos del
terrorismo se van a poner de relieve de una forma más
acentuada. El 11 de diciembre de 2006, el GSPC reivindica un
ataque en Bouchaoui contra un autobús de transporte de
empleados de una sociedad de hidrocarburos argelo-norteamericana,
que provoca un muerto y nueve heridos. Este atentado, aunque
“modesto”, puede considerarse como el punto de inflexión de
la acción terrorista bajo la égida de AQMI, ya que se trata
de golpear a intereses extranjeros e infligir daño, al mismo
tiempo, a un sector clave de la economía argelina.
El 13 de febrero de 2007, ya bajo la nueva etiqueta, la
organización yihadista argelina se atribuye una serie de
atentados, casi simultáneos, contra varios edificios de los
servicios de seguridad en Tizi Ouzou y en Boumerdes, en la
región de Cabilia. El balance de estas acciones es
controvertido. Mientras las autoridades argelinas hablan de
seis muertos, AQMI contabiliza 140, a través de un
comunicado difundo por Al Jazeera en el que, además, se
anuncia una feroz campaña de atentados contra “los estados
de los ladrones, de los esclavos, de los judíos y de los
cristianos, hijos de Francia que los descendientes de Tariq
Ibn Zyad y de la juventud del Islam en el Magreb islámico
han decidido finalmente exterminar para liberar a las
tierras del Islam de todo cruzado, apóstata y elemento
colaboracionista”.
Diversos ataques, entre los que cabe destacar el perpetrado,
a principios de marzo de 2007, contra un autobús de
transporte de una sociedad rusa en el que mueren cuatro
personas, preceden al que es considerado como el auténtico
“bautismo de sangre” de AQMI. El 11 de abril, un doble
atentado en Argel contra el céntrico Palacio de Gobierno y
contra una comisaría del barrio popular de Bab Ezzouar, no
lejos del aeropuerto internacional Houari Boumediene de la
capital, causa treinta muertos y cientos de heridos. Se pone
manifiesto la evolución del grupo y su capacidad para
cometer actos terroristas de gran calado incluso en el
corazón de una gran ciudad donde las medidas de seguridad
son extremas. El GSPC, convertido en AQMI, que hasta ese
momento se creía acorralado en la zona sahelo-sahariana y
reducido a varias decenas de hombres escondidos en las
montañas del este del país, presuntamente hostigados por el
ejército argelino, recupera toda su fuerza de ataque y su
capacidad para reconstituir nuevamente sur redes.
Todo, al tiempo que se opta por una nueva estrategia
terrorista bien definida. Contrariamente a los precedentes
atentados, las explosiones del 11 de abril en Argel
conocieron un gran impacto mediático, siendo reivindicados a
través del canal clásico de la organización de Ben Laden, es
decir, Al Jazeera, pero también a través del portal Web
islamista Al-Hesbah. A nivel de contenido, ya a partir de
este comunicado, AQMI se apoya sobre un doble referencial,
interno e internacional. Desde un punto de vista propiamente
circunscrito a Argelia, la reivindicación del ataque se
inscribe en la trayectoria de los mouyahidines que lucharon
por la independencia del país contra los franceses, obtenida
en 1962, blandiendo a su vez una doble vertiente, a saber,
el Islam y el nacionalismo argelino. A nivel internacional,
el atentado se inscribe en el movimiento yihadista mundial.
Efectivamente, la organización privilegia las acciones
espectaculares dirigidas contra símbolos del poder en
Argelia, mostrando las acciones precedentes que los
intereses y ciudadanos extranjeros originarios de países
occidentales también constituían el objeto de sus ataques.
Ya se lleven a cabo estos en Argelia o en otro país de la
región, los atentados llevan, cada vez más, la impronta de
Al Qaeda. Coches bomba, atentados sincrónicos, operaciones
suicidas concordadas, elección simbólica de fechas y
objetivos, además de una mayor sofisticación en los
dispositivos empleados, haciendo uso principalmente de la
detonación a distancia de los explosivos a través de
teléfonos móviles. Al tiempo que se incrementa la capacidad
operacional y de ataque, el grupo parece haber integrado en
su estrategia los métodos de propaganda yihadista, lo cual
no hace sino multiplicar los efectos de sus acciones. AQMI
recupera su fuerza de impacto, reducida durante algún tiempo
por las redadas y operaciones militares infligidas por el
poder y los por efectos de la política de reconciliación de
Argel, que ofrecía una amnistía a todo aquel islamista que,
no contando con delitos de sangre en su haber, quisiera
deponer las armas y abandonar la lucha.
Por lo que respecta a la organización de la dirección, el
mando está hoy dominado por antiguos combatientes en
Afganistán, que han aprehendido los métodos de combate
propios de Al Qaeda y que desean darle una mayor visibilidad
a sus acciones. Abdelmalek Droubkal, alias Abou Moussab
Abdelwadoud, emir del GSPC, pretendería, por tanto,
reconstruir nuevamente las redes sobre las que poder
apoyarse para desestabilizar al régimen argelino. Su
estrategia consistiría en federar a los comandos de las
diferentes zonas de forma que se consume de facto una unión
de fuerzas yihadistas regionales. En el marco de esta
reorganización estructural, el grupo terrorista argelino
bajo la batuta de Droubkal se transforma, ante todo, en una
estructura con vocación regional, pero también
internacional. El Sahel, una zona de nadie a caballo entre
varios estados y cuyo corazón es el desierto del Sahara, se
conforma como la retaguardia donde puedan converger los
terroristas de la región, una suerte de “reserva de
yihadistas” susceptibles de operar también fuera del Magreb,
con la mirada puesta principalmente en Europa.
Otro elemento que pone de relieve la adscripción de AQMI al
movimiento yihadista internacional es la naturaleza de
muchas de las células desarticuladas durante estos últimos
tiempos, tanto en Marruecos como en Argelia. Buena parte de
estas se dedicaban al reclutamiento y transferencia de
voluntarios, ya no sólo hacia los campos de entrenamientos
del Sahel, sino también para integrar la resistencia iraquí,
en el que hoy es el epicentro del terrorismo global y
escenario de las más cruentas batallas. En este orden de
cosas, por lo que respecta a Marruecos, el centro de esta
actividad se sitúa al norte del país, no lejos de Ceuta, en
Tánger y en Tetuán, en barrios como los de Beni Makada o
Mezwak, tristemente conocidos porque de aquí salieron
también algunos de los kamikazes del 11 de marzo de 2004 en
Madrid. Es aquí, entre empinadas cuestas y anárquicas y
estrechísimas calles, donde la basura se acumula en las
esquinas, entre chabolas e inmuebles ruinosos, donde Al
Qaeda ha encontrado una más que prolífica cantera para la
Yihad global.
** Politólogo y corresponsal de prensa en el Magreb
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