La praxis de la religión islámica, con una clara proyección
social, estima generalmente tanto el “parecer” como el
“ser”, particularmente en algunas corrientes puristas,
dogmáticas y rigoristas minusvalorando, o confundiendo, la
famosa aleya coránica: “¡Desgraciados los que oran y lo
hacen negligentemente, que lo hacen por ostentación”, como
no dejaron de recordar eruditos musulmanes cuyas obras
fueron pasto de las llamas por la intolerancia y el
fanatismo; fue el caso de Al-Gazali, conocido en Occidente
como Algazel y cuyas obras fueron quemadas por los
Almorávides; por distintos motivos Ibn Rud (Averroes) vio
también sus obras echadas al fuego por los Almohades y,
hasta hoy día, el Wahabismo (ideología dogmática y cerrada
como pocas) tiene prohibidos en Arabia Saudí los libros del
místico “andalusí” y exponente del sufismo, Ibn Arabí.
Para el Islam al igual que en otras religiones existen las
abluciones, una limpieza ritual del cuerpo para eliminar las
impurezas antes de realizar cualquier práctica de fe, como
realizar una plegaria válida, recitar aleyas coránicas o,
incluso, tocar el libro sagrado, el Corán. Los musulmanes
distinguen dos clases: las mayores o “gusl” y las menores (wudû’).
Las primeras (gusl) requieren el lavado completo del cuerpo,
tanto después de evacuaciones físicas ordinarias, como de
las relaciones sexuales, la masturbación e incluso las
secreciones sexuales involuntarias, la menstruación, el
parto o el contacto con un cadáver, mientras el creyente
recita las declaraciones de intención (niyya); los “hammâm”
o baños públicos (basados en las termas romanas), eran y son
los lugares habituales para la práctica del “gusl”. Las
abluciones menores (wudû’) son indispensables antes de la
oración canónica e implican el lavado de la cabeza, cara,
manos y antebrazos hasta los codos, así como el lavado de
los pies por tres veces; normalmente debe hacerse con agua
pura, de lluvia o manantial (de ahí las fuentes públicas a
la entrada de cada mezquita), pero si no fuera posible el
creyente puede limpiarse simbólicamente, con tierra, arena,
una simple piedra o incluso mediante gestos, en una práctica
sustitutoria que se conoce como “tayammum”. En la pequeña
mezquita del Cuartel de Regulares de Ceuta existe todavía
una piedra que, en caso de necesidad, era usada por los
soldados para tal fin. Lamentablemente, ciertas corrientes
puristas y dogmáticas complican en gran medida estas
sencillas prácticas cuyo conocimiento, desde luego, se exige
al neófito converso con cierto rigor y a veces sin
contemplaciones.
La práctica de las abluciones para los sunníes y shiís (las
dos ramas principales del Islam) difiere en pequeños
detalles. Los últimos defienden con insistencia que los pies
deben ser siempre lavados, mientras que para los
mayoritarios sunníes es posible acceder a una mezquita si
los pies calzaban zapatos limpios, lo que también se puede
hacer de forma más o menos simbólica mediante una frotación.
Tiempos ha, en la Edad Media, las ciudades islámicas solían
ser conocidas por su limpieza y estrictas medidas
higiénicas; hoy en día, todavía en pueblos y aduares
apartados de muchos países los “hammâm” siguen siendo un
lugar de encuentro e higiene de la comunidad y en los que, a
falta de otra alternativa, puede ponerse en práctica la
ablución mayor o “gusl”.
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