No crean ustedes que voy a emular a Carrie de ‘Sexo en la
ciudad’, o como se conoce en España ‘Sexo en Nueva York’.
Poder llevar tacones en Ceuta es toda una proeza de
equilibrio, analicen ustedes: a todas las mujeres nos gustan
los zapatos, eso dicen las estadísticas (y aunque no lo
dijeran, a mi me gustan). Prosigo. Cuando llega el veranito,
ya estamos mirando, que si el bikini, el vestido, el pareo y
las sandalias, aquí es donde voy. Esas sandalias tan monas
que tenemos con un taconcito ideal y que si no tenemos, nos
las compramos (el caso es gastar ante la crisis...).
Pues bien a lo que iba, nos calzamos nuestras sandalias y
allá que vamos, si tiramos por esa calle Real tan linda y
peatonal, existen unas pequeñas ranuras, unas detrás de
otras (que sirven para la recogida de aguas pluviales) y que
encima son de la misma medida exacta al tacón de un zapato.
Pues bien, las has de ir sorteando porque como se meta el
tacón en una de ellas ¡vamos apañadas! Has de quitar el pie
de la sandalia en cuestión (porque la ranura la tiene
atrapada) y con mucho cuidado quitar de ella para que no se
te rompa el tacón y puedas continuar con tu camino hasta que
llegamos a la siguiente fase.
Esta consta de trozos de mármol en color verde botella (y
ustedes se preguntaran que color es éste) pues tirando a
verde oscuro, el tono es ideal, un color muy sufrido para la
acera de una calle muy transitada, tenia que tener un
pero... que también hay que cambiar el paso, resulta que el
mármol resbala hasta en verano, y con las estaciones del año
hemos topado.
Ahora nos llegan las lluvias y claro, cambiamos de modelito
de calzado y nos ponemos las botas. Y las hay muy variadas,
con tacón, medio tacón, tacón cuadrado, planas, da igual,
estamos en las mismas o peor. Imagínense, yo misma me pongo
en esa situación en la calle Real, con la gabardina, el
paraguas, el bolso (de grandes dimensiones, claro esta), las
bolsas que vamos acumulando por el camino, el gorro de
lluvia, los guantes y esas botitas de medio tacón, y me
encuentro con las ranuras ¡¡ZAS!! ahí me quedo, sin poder
moverme y encima lloviendo, mirando de un lado a otro a ver
quien me está viendo, y es que no me ha dado tiempo a subir
hacia los soportales de La Esmeralda, ¿será posible, con lo
rápida que soy? Y menos mal que el viento ya ha parado,
claro con la que está cayendo... ¿que hacemos? Soltamos
paraguas, gorro, guantes.... y nos agachamos como buenamente
podemos, tiramos de la cremallera, si la lleva, porque como
sean a presión, ya me veo llamando a los bomberos como en
una película de la factoría Sinnet de cine mudo, en fila
unos detrás de otros. No queda mas remedio que coger a la
meteorología por los cuernos, cuanto antes salgamos de esa
ranura, mas rápido llegaremos a los soportales. Procederemos
con la misma operación que con las sandalias ya mencionadas.
Dejemos la preciosa calle Real y desviémonos por otros
caminos adyacentes, y nos encontramos con las temidas
losetas rojas y blancas, con unas juntas gigantescas, que de
juntas nada ¿lo cogen?, en esas que como vayas andando
rápido y sin llover, el tacón se te va metiendo entre loseta
y loseta y claro, los tobillos acaban locos, eso si no
terminamos con una fractura, pero dejémonos de males.
...Y si llueve, la de resbalones que nos hemos pegado, no se
libra nadie, eso sin contar las losetas que faltan o están
rotas, de modo que:
¡Con o sin tacón, todo es un resbalón!
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