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OPINIÓN - LUNES, 15 DE SEPTIEMBRE DE 2008

 

OPINIÓN / SNIPER

40. La alborada, religiosa, de un imperio
 


José Luis Navazo
yebala06@yahoo.es

 

Por estas fechas y como apunta la profesora P. López, “Al mismo tiempo que la unidad del Magreb oriental se rompía bajo los ataques de los nómadas hilalíes, otros nómadas van a realizar por primera vez la unidad en el Magreb occidental: los almorávides”. Ya entre 1010 y 1020, como recuerda el profesor J. Bosch, “un emir enérgico, Tarsïna, que había hecho la peregrinación a La Meca, tomó la dirección de los Sinhayâ saháricos y llevó la guerra santa contra los negros”. Pero el desencadenante del movimiento almorávide se dio aproximadamente hacia 1030, tras la peregrinación (hayyi) a La Meca del emir de la confederación de los sanhaja, establecida en el Sáhara, Yahya Ibn Ibrahim, quien a su vuelta por Kairuán (Ifrikiya, Túnez) consciente de la superficial islamización de las tribus bajo su mando consigue de la autoridad religiosa de la ciudad, importante foco de la escuela jurídica malikí, que le acompañe un discípulo suyo residente en Melkis (región del Sous, territorio controlado por los Magrawa de Sijilmasa), Abdellah Allah Ibn Yasin. Es éste y hasta su muerte en 1059, combatiendo al reino bereber y hereje de los Barwuata, a quien puede considerarse con propiedad como fundador de este movimiento abiertamente fanático y rigorista, que en términos actuales no dudaríamos en calificar de “fundamentalista”.

Llegados a la cabeza de la confederación Sanhaja, Ibn Yasin convence a un puñado de hombres para ser adoctrinados de una forma rigurosa. Como instructor religioso Ibn Yasin, en palabras de J. Bosch, era un “Asceta fanático más que reformador religioso, sometió a sus educandos a un régimen de disciplina duro y, en ocasiones, extremado”.

Entre otras medidas limitó la poligamia a cuatro mujeres, reprimiendo el adulterio, el robo y el asesinato, en consonancia con los preceptos coránicos, pero implementando otras duras actuaciones: así, castigaba con veinte latigazos el retraso en asistir a la oración, abusar de bebidas fermentadas entre ochenta y cien latigazos, “purificando” incluso errores y faltas de juventud con hasta cien azotes.

A nivel económico puso en práctica una curiosa e interesante medida, que aun hoy día es seguida por ciertos sectores: de aquellos bienes cuya obtención era considerada ilegítima, tomaba 1/3 de los mismos considerando que de esta forma se “purificaban” los restantes…

Tanto rigorismo y ciertos abusos (Bakri narra su afición a desposar a las más bellas mujeres de la tribu, repudiándolas seguidamente para no transgredir la ley) conducen tras morir (¿asesinado?) su mentor, el emir Yahya Ibn Ibrahim, a una fuerte reacción y las consiguientes algaradas, tiene “dificultades con la masa de los nómadas”, indica pudorosamente Jawad Touhami: Ibn Yasin es depuesto de sus cargos, tanto religiosos como de administración de los bienes tribales, siendo su casa derribada y saqueada.

Fracasado en su primer intento de islamización pura y dura, Ibn Yasin abandona la tribu dirigiéndose a la costa, donde levanta en una isla cercana un “ribat” o convento fortificado (a semejanza de los castillos templarios) en el que se refugia con algunos cientos de seguidores, abandonándose a una vida dura y una disciplina rigurosa, pero ganando fama y adeptos por doquier.
 

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