Por estas fechas y como apunta la
profesora P. López, “Al mismo tiempo que la unidad del
Magreb oriental se rompía bajo los ataques de los nómadas
hilalíes, otros nómadas van a realizar por primera vez la
unidad en el Magreb occidental: los almorávides”. Ya entre
1010 y 1020, como recuerda el profesor J. Bosch, “un emir
enérgico, Tarsïna, que había hecho la peregrinación a La
Meca, tomó la dirección de los Sinhayâ saháricos y llevó la
guerra santa contra los negros”. Pero el desencadenante del
movimiento almorávide se dio aproximadamente hacia 1030,
tras la peregrinación (hayyi) a La Meca del emir de la
confederación de los sanhaja, establecida en el Sáhara,
Yahya Ibn Ibrahim, quien a su vuelta por Kairuán (Ifrikiya,
Túnez) consciente de la superficial islamización de las
tribus bajo su mando consigue de la autoridad religiosa de
la ciudad, importante foco de la escuela jurídica malikí,
que le acompañe un discípulo suyo residente en Melkis
(región del Sous, territorio controlado por los Magrawa de
Sijilmasa), Abdellah Allah Ibn Yasin. Es éste y hasta su
muerte en 1059, combatiendo al reino bereber y hereje de los
Barwuata, a quien puede considerarse con propiedad como
fundador de este movimiento abiertamente fanático y
rigorista, que en términos actuales no dudaríamos en
calificar de “fundamentalista”.
Llegados a la cabeza de la confederación Sanhaja, Ibn Yasin
convence a un puñado de hombres para ser adoctrinados de una
forma rigurosa. Como instructor religioso Ibn Yasin, en
palabras de J. Bosch, era un “Asceta fanático más que
reformador religioso, sometió a sus educandos a un régimen
de disciplina duro y, en ocasiones, extremado”.
Entre otras medidas limitó la poligamia a cuatro mujeres,
reprimiendo el adulterio, el robo y el asesinato, en
consonancia con los preceptos coránicos, pero implementando
otras duras actuaciones: así, castigaba con veinte latigazos
el retraso en asistir a la oración, abusar de bebidas
fermentadas entre ochenta y cien latigazos, “purificando”
incluso errores y faltas de juventud con hasta cien azotes.
A nivel económico puso en práctica una curiosa e interesante
medida, que aun hoy día es seguida por ciertos sectores: de
aquellos bienes cuya obtención era considerada ilegítima,
tomaba 1/3 de los mismos considerando que de esta forma se
“purificaban” los restantes…
Tanto rigorismo y ciertos abusos (Bakri narra su afición a
desposar a las más bellas mujeres de la tribu, repudiándolas
seguidamente para no transgredir la ley) conducen tras morir
(¿asesinado?) su mentor, el emir Yahya Ibn Ibrahim, a una
fuerte reacción y las consiguientes algaradas, tiene
“dificultades con la masa de los nómadas”, indica
pudorosamente Jawad Touhami: Ibn Yasin es depuesto de sus
cargos, tanto religiosos como de administración de los
bienes tribales, siendo su casa derribada y saqueada.
Fracasado en su primer intento de islamización pura y dura,
Ibn Yasin abandona la tribu dirigiéndose a la costa, donde
levanta en una isla cercana un “ribat” o convento
fortificado (a semejanza de los castillos templarios) en el
que se refugia con algunos cientos de seguidores,
abandonándose a una vida dura y una disciplina rigurosa,
pero ganando fama y adeptos por doquier.
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