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OPINIÓN - DOMINGO, 14 DE SEPTIEMBRE DE 2008

 
OPINIÓN / breve historia de marruecos

39. Almorávides: el Imperio beréber de las Dos Orillas

Por J. L. Navazo


El siglo X fue en Marruecos una época de flujos y reflujos, en continua enfrentamiento civil a varias bandas (los omeyas fueron apoyados por los bereberes zenata) en lo que Terrasse llamó “La Guerra de los Cien años de Berbería”. Las invasiones hilalíes, alentadas por el shiísmo fatimí y la caída del Califato de Córdoba (1031) abandonando el “limes” al sur del Estrecho, alteraron profundamente el orden social en el Maghreb dejando un vacío de poder que alentó la irrupción de formulaciones políticas más jóvenes y vigorosas, como fue el caso entre los siglos X y XII de la Era Común de la dinastía de los Al-Murabitum o Almorávides, rama beréber y sureña de los Sanhaja (sus hermanos del norte fundaron, en el siglo XI, el reino zirí de Ifrikiya y engrosaron las filas de los fatimíes), una de las tres grandes agrupaciones bereberes -siguiendo la clasificación de Ibn Khaldún- junto a los Masmuda (base étnica de la reacción Almohade) y los Zenata, que dieron pie a la última dinastía beréber: la de los Beni Marín, más conocidos como Benimerines o Merinidas. Los almorávides fueron, sin duda, “la primera de las dinastías marroquíes de importancia norte-africana y europea” (A. Laroui) y a ellos debe Marruecos tanto el nombre como la primera unificación del país y no a la Dinastía Idrisi. En este periodo la mitad de la Península, la España mora, comparte su destino con Marruecos como ya advertía en 1956 el profesor Bosch Vilá: “No podemos excluir a Al- Andalus de nuestra historia porque, políticamente, desde la incorporación de los Reinos de Taifas al imperio africano, no es otra cosa que una provincia, un miembro de este Marruecos unificado por primera vez por Yusuf Ibn Tasûfin”. Rasgo histórico, aun hoy, de lectura geoestratégica.

No obstante y caído el Califato de Córdoba (1031), el Reino de Taifa de Málaga proyectó su influencia en el área del Estrecho controlando por un tiempo, hasta la llegada de los almorávides, Tánger, Ceuta y la costa de Gomara (Oued Laou y Targa), en la que pervivía un movimiento herético (quizás con influencias jariyíes), así como en la costa atlántica bajo el reino de los Barwata, hasta ser arrasado por el fanatismo almorávide. El resto del actual Marruecos era, salvo algunos núcleos shiís, fundamentalmente ortodoxo y sunní, si bien en algunas regiones del Alto Atlas ciertas tribus bereberes seguían en la idolatría, adorando a las fuerzas de la naturaleza y a un carnero, como reseñó G. Germain en 1948.

Del fanatismo almorávide y su talante inquisidor, sobre el que ahora expertos contemporizadores de ambas orillas corren un tupido velo, no hay la menor duda: los almorávides estaban, señala Lugan, “Sujetos a un formalismo estricto y una lectura literal del Corán”, en cuyo nombre y en el de la “guerra santa, combatieron a las poblaciones paganas del Sudán” (reconoce Jawad Touhami). La tribu sahariana Lamtuna, corazón del movimiento almorávide, trashumaba con sus camellos, siendo los hombres conocidos por ir velados: un velo de color oscuro (“litam”) les tapaba la parte inferior de la cara, mientras que otro velo (“nikab”) cubría su cabeza y frente hasta las cejas, quedando solo sus ojos al descubierto según narra Bakri. Desconocían el cultivo de la tierra, siendo sus fuentes de riqueza el ganado y ocasionales “razzias”, alimentándose de carne, leche y, cuando era posible comerciarla, harina para hacer pan.
 

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