En una reunión entre conocidos la
conversación transcurre de manera tan plácida como amena. Se
habla de variados asuntos, se opina de otros tantos, y se
termina recordando a personajes que estuvieron un tiempo en
la cresta de la ola y nos encandilaron por ser singulares en
su profesión.
De pronto, uno de los contertulios dice que ha visto a
Paz en no sé que sitio. E, inmediatamente, los
comentarios sobre José Paz, ‘El Chuli’, se suceden. No en
vano ha sido unos de los grandes futbolistas nacidos en esta
tierra. Y con quien llevo mucho tiempo sin cruzarme por los
alrededores del Mercado Central de Abastos.
Uno de los componentes de la mesa, no sé si fue Juan
Antonio García Ponferrada, me anima a que cuente la
anécdota que me tocó vivir con El Chuli cuando éste era la
figura de un Córdoba que vivía tiempos esplendorosos. Y ante
la insistencia de los demás participantes de la reunión,
comienzo a mi relato.
Corría la temporada 59-60. Era jueves, y yo tenía que pasar
una prueba en el campo del Arcángel, requerido por el equipo
cordobés y sobre todo por su hombre fuerte en la directiva:
Rafael Campanero Guzmán. Las pruebas con Roque
Olsen, que era el entrenador, parecían torturas; es
decir, verdaderas ordalías.
El mero hecho de mirarle y comprobar la solemnidad con que
revestía el cargo y la dureza de sus facciones, me hizo
pasar por un trance de acojonamiento. El cual fue a más en
cuanto descendió su mirar acerado sobre mí para indicarme
que mi prueba consistía en marcar a Paz. En realidad, todo
era una pose hierática de Olsen, con quien años más tarde
mantuve unas relaciones extraordinarias, y me demostró que
todo era superficial.
A lo que iba: principió el partido de los jueves entre el
equipo titular y el filial, bajo la mirada atenta del
entrenador argentino y conmigo en estado de acoquinamiento.
Pasados unos minutos, con mis nervios desatados, me llegaron
el sosiego y el segundo aliento por medio de Paz. Quien, en
un despiste de Olsen, que no me perdía de vista, me dijo:
“Chaval, ya verás como todo te sale a pedir de boca”. Y se
las apañó para que poco a poco mis anticipaciones fueran
excelentes y terminara pudiendo con él. Sin preocuparle las
advertencias de un Olsen que le conminaba a moverse más y
mejor para que pudiera zafarse de mi marcaje. Gracias a él,
es decir a José Paz, ‘El Chuli’, pasé la prueba y el ceutí
se convirtió en mi ídolo. Era la figura indiscutible de un
equipo cuya obsesión consistía en lograr el ascenso a
Primera División. Ascenso que se hizo realidad a la
temporada siguiente.
-¿Cómo era la vida de Paz en Córdoba?, preguntan los
contertulios.
Paz era una figura indiscutible. Un personaje a quien la
gente idolatraba. Su presencia en la plaza de las Tendillas,
sentado a una mesa en la terraza del Negresco o del Gran Bar,
atraía a limpiabotas, pedigüeños, pícaros, vendedores de
lotería, descuideros y toda una corte de los milagros que lo
consideraba algo propio. Lo querían muchísimo, y al
futbolista caballa se le veía la muela del juicio con las
ocurrencias que se generaban entre aquella tenida por
patulea. Todavía conservo yo una fotografía color sepia,
donde aún se distingue a Paz subido en el caballo del Gran
Capitán, celebrando un ascenso del Córdoba. Eran otros
tiempos.
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