Azzuz Hakim es, una vez más, una clara referenEn estos años
oscuros y de zozobra política, Fez cambia varias veces de
mano: así, es asaltada en 959 y 979 por los fatimíes (que
años antes, en 973, trasladan su capital desde Ifriquiya a
El Cairo), quienes sin embargo se estrellan contra las
defensas “andalusíes” en Ceuta y Tánger, reforzadas por
contingentes bereberes y una flota omeya al mando de Yaafar
Ben Hamrun, enviada por el visir y tutor de Hixam II y
auténtico hombre fuerte del Califato, Ibn Abi´Amir (Al-Mansur
bi-Allah, “El victorioso por Allah), más conocido en las
fuentes cristianas como Almanzor. Superado el peligro fatimí
en el Estrecho, las tropas omeyas derrotan a otro aliado de
éstos, el último príncipe Idrisi Al-Hassan II, decapitado
por orden de Almanzor en 895 (375 de la Hégira).
En cualquier caso los bereberes seguían resistiendo,
pactando alternativamente con unos u otros en función de la
situación pero intentando preservar, siempre, alguna cuota
de independencia. Hasta la llegada del primero imperio
bereber, el Almorávide, los Zanata de la región
norte-oriental (actual zona de Taza y Oujda) jugaron sus
cartas aliándose con los omeyas-andalusíes, llegando a
ocupar Fez en 988 al mando del emir Ziri Ben Atia, quien se
instaló como “wali” (gobernador) en nombre del califato de
Córdoba prosiguiendo su campaña alcanzando las tierras del
Marruecos central, así como Tánger. No obstante las
relaciones se enfrían y tras fundar Oujda en 994, dos años
más tarde decide Ben Atia dejar de invocar el nombre de
Almanzor en la “jotba” (plegaria) de los viernes en las
mezquitas, si bien mantiene el nombre del débil califa Hixam
II.
Rotas las relaciones y tras varios vaivenes, Abdelmalik Al-Mudaffar,
hijo de Almanzor, derrota en la cercanías de Tánger (batalla
de Wadi Mina) al contingente zenata, poniendo en fuga al
emir Ben Atia y recuperando Fez en 997, donde se mantiene
tras ser nombrado gobernador del Maghreb durante seis meses,
siendo substituido por dos generales. Antes de morir Ziri
ben Atia, emir de los zenatas, en el año 1000, se reconcilia
con Almanzor recuperando sus posesiones, que siguieron
siendo gobernadas por sus descendientes hasta la conquista
Almorávide.
Fez, la vieja capital fundada por los Idrisíes, es
finalmente develada por los Almorávides en 1065 (el Califato
de Córdoba había desaparecido años antes, en 1031, ocupando
su lugar los primeros Reinos de Taifas), cambiando todo el
Maghreb de ritmo y preparándose para el advenimiento de dos
dinastías bereberes, fuertemente islamizadas, que llegarán a
reinar en las dos orillas del Mediterráneo: en Marruecos y
en la España musulmana, Al-Andalus. Es precisamente en este
tiempo cuando puede afirmarse, con propiedad, que Ceuta pasó
a integrarse en un reino cuyo nombre derivará, desde
entonces, de la ciudad fundada por los guerreros velados de
la región del Sáhara y el Senegal, Marrakech. Por primera
vez la vieja Ceuta romana, visigoda, bizantina y omeya (Al-Andalus),
pasó a gravitar dentro de una esfera de influencia netamente
africana, beréber, que abarcaba desde el Sáhara (por el sur,
en Marruecos) hasta el Tajo y el Ebro (por el norte y el
este, en España); un imperio animado por “la dictadura de
los teólogos malikitas (dogmáticos), la intransigencia
religiosa y el espíritu de cruzada”, en palabras de las
historiadoras Mª.I. Varela y A. Llaneza.
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