Basilio Fernández camina
con paso firme y deprisa. Muy deprisa. Y ello me induce a
pensar que la rapidez que imprime a su andar se debe a que
tiene mucho trabajo y no puede perder un ápice de tiempo, o
bien que siempre hay alguien esperándole y teme llegar tarde
a la cita.
Algunas veces, mas bien muchas, he visto a Basilio venir
hacia mí tan ligero de pies y braceando tan fuerte, que no
he querido requerirle una parada breve para preguntarle lo
que se le suele preguntar a los políticos o a quienes ocupan
cargos públicos. De lo contrario, uno tendría que buscarse
la vida aceptando trabajos más ingratos.
En tales ocasiones, es decir, cuando lo veía circular a
velocidad de AVE mientras la mía era de tren carreta, lo
primero que se me ocurría era agitar la mano con gran
celeridad para que al menos quedara constancia de que le
había visto. Pero ni siquiera ese gesto le hacía aminorar su
marcha rauda hacia cualquier parte.
Pero el miércoles pasado, en cuanto me percaté de que
Basilio se disponía a cruzar un paso de cebra céntrico, dije
para mis adentros: esta es la mía... De modo que me puse
frente a él en la acera contraria, con el brazo en alto,
remedando el estilo impecable de aquel guardia urbano,
llamado Manolo Morán.
Y logré, créanme que logré, que el ex alcalde y ex
presidente de Ceuta se parara en seco. Porque hasta ese
momento, de verdad de la buena, nunca había conseguido ese
objetivo. Y tuve la enorme satisfacción de comprobar que
Fernández sigue dando la mano como mandan las reglas del
juego: con fuerza. Y no de manera que la acción quede tan
babosa como fría.
El apretón de manos de BF me recordó inmediatamente a los
que daba Serafín Becerra. Aunque los de éste jamás
han sido superados por nadie. Y es que un apretón de manos
de Serafín equivalía a soltar dos lágrimas mientras que uno
le transmitía con la mirada que estaba de acuerdo con todo
lo que él dijera... Con el único fin de salir ileso del
trance (a propósito: un fuerte abrazo, amigo).
Lo primero que hice fue felicitar a Basilio por seguir al
frente del Consejo Económico y Social. Reconociéndole, eso
sí, que lo hacía con el consiguiente retraso. Y es que uno
no va por la vida con el ritmo que él impone. Tampoco se me
olvidó regalarle los oídos por algo tan sencillo como
estimado por mí: que su mujer jamás me perdió la cara por
más que yo escribiera estar en desacuerdo con decisiones
tomadas por su marido como político. Y si bien ello ya lo
escribí meses atrás, me apetece airearlo nuevamente.
Ni que decir tiene que estas palabras fueron las mejores
recibidas por parte del hombre a quien le tocó vivir unos
tiempos muy difíciles como alcalde y presidente. Ya que las
dos cosas fue. Y es que las mujeres de los políticos, sobre
todo en las ciudades pequeñas, han de saber comportarse.
Pues cómo actúen ellas, en momentos adecuados, saldrá más o
menos reforzada la personalidad de sus maridos.
En fin, aleluya: que el miércoles pasado conseguí que BF,
reelegido en julio presidente del CES, sin los votos de
Comisiones Obreras y de la Delegación del Gobierno, se
parara en seco ante mí. Tarea complicada. Porque este hombre
lleva ya muchos años yendo de aquí para allá, o sea,
barzoneando, a velocidad de vértigo.
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