Ya en el siglo IX de la Era Común, el Califato Abasida de
Bagdad se vio sacudido por movimientos político-religiosos
abiertamente insurgentes: los “Zany”, antiguos esclavos
negros traídos desde Zanzíbar y brutalmente tratados, se
rebelaron (869 a 883) en las tierras al sur de Irak e Irán,
mientras el shiísmo alentaba las tendencias igualitarias de
los rebeldes Qármatas (quizás apoyados por supervivientes “zanys”)
alrededor de Kufa, controlando hacia 895 buena parte de la
actual costa de Bahrein, zonas de Siria, Yemen y alcanzando
el Maghreb; en 930 incursionan en La Meca apropiándose de la
famosa Piedra Negra, allanando el terreno (política e
ideológicamente) para el desarrollo del Ismailismo Shií (Alamut).
Los orígenes del Califato Fatimí (de ideología shií)
arrancan de este contexto: el sirio Ubayd Allah es
proclamado califa en el año 910, convirtiéndose El Cairo en
capital del nuevo imperio (973 EC) dentro de un Islam
disgregado, que duraría hasta ser conquistado en 1171 por el
kurdo Saladino (el vencedor de los Cruzados, incluyendo a
tropas templarias y hospitalarias, el 3 de julio de 1187 en
los Cuernos de Hittim, mar de Galilea), tras el cual vería
la luz el régimen de los ayyubíes.
En el Maghreb los bereberes sanhaga (dinastía Zirí,
971-1152) son dejados como aliados por los fatimíes tras
abandonar Ifrikiya, gobernando en el actual Túnez y la
región de Constantina (Argelia); debelan el emirato de
Tihert, atacan Sijilmasa y se estrellan ante las defensas de
Ceuta intentando someter el “limes” omeya-andalusí en el
Maghreb.
En Túnez la ascendencia shií solo dura del 971 al 1016 bajo
Buluggin, Abu Al-Mansur y Badis, mientras que Al-Mu´izz tras
tomar el poder en el 1016, se acerca al malikismo (una de
las cuatro escuelas jurídicas sunníes), extermina a los
shiís de Kairuán y, en 1041, rompe relaciones con el
Califato fatimí (shií) de El Cairo reconociendo la soberanía
del Califato Abasí (sunní) de Bagdad. Como reacción, desde
El Cairo alientan desde Egipto y el Sáhara la emigración en
oleadas de las tribus de los Beni Hilal, que se abaten sobre
el Maghreb “cual plagas de langosta”, en palabras de Ibn
Khaldún; las invasiones hilalíes, como veremos, arruinan la
economía arrasando poblaciones enteras, dejando por todos
lados una huella de sangre y destrucción.
En la zona del actual Marruecos, los fatimíes lanzan al
menos cinco expediciones (arrasan el emirato del Nekor
(917), reconquistado más tarde con apoyo “andalusí”,
derrotan al rey Idrisi Yahya IV (920) y toman por asalto
Sijilmasa, intentando siempre superar un fuerte rechazo por
parte de los bereberes zenata, tanto en 928-929 como en 944,
además de colisionar de frente con el primer califa omeya de
Córdoba, Abderrahmán III (912-961), quien da un paso
adelante pasando a la ofensiva (así, acogió en Córdoba a los
descendientes del último emir del Nekor, Said Ibn Salih);
también siguió con preocupación en la España musulmana (Al-Andalus)
la insumisión del rebelde Ibn Hafsun, quién según Levy-Provenzal)
había decidido sumarse al shiísmo ordenando que la “jutba”
(el sermón de los viernes) en las mezquitas bajo su control
se impartiera en nombre del soberano fatimí. Como anécdota
en la historia del Islam, digamos que llegan a coexistir
tres califatos enfrentados: el Fatimí shií de El Cairo,
flanqueado por el Califato Abasí de Bagdad y el
Omeya-Andalusí de Córdoba, ambos sunníes.
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